¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale! ¡Y todas las noches se las pido al relámpago que brilla!
¡Cuando duermo, hasta cuando duerma, el deseo, el aguijón del deseo, el peso del deseo, la sierra afilada del deseo, trabaja en mí! ¡Y nunca clamó estos dolores!
¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡Mi corazón está destrozado, cortado en pedazos, por el dolor de esta ausencia!
¡Oh! ¡Qué día bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que al fin pudiéramos reunirnos!
¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con el amor de otro! ¡Mi corazón no es bastante grande para encerrar otro amor!
Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta llegar a aquél en que estaba generalmente su cuñada, la madre de Hassán Badreddin El-Bassrauí.
Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella estancia, y allí pasaba días y noches en continuo llanto. Y había mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su cúpula, para que figurase, la tumba de su pobre hijo, al cual creía muerto desde mucho tiempo atrás.. Y allí dejaba transcurrir entre lágrimas su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza aguardando la muerte.
Al llegar junto a la puerta, Chamseddin oyó a su cuñada, que con voz doliente recitaba estos versos:
¡Oh tumba! ¡Dime, por Alah, si han desaparecido la hermosura y los encantos de mi amigo! ¿Se desvaneció para siempre el magnífico espectáculo de su belleza?
¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el elevado cielo; pero dime, ¿cómo veo resplandecer dentro de ti la luna y florecer el ramo?
Entonces entró el visir Charnseddin saludó a su cuñada con el mayor respeto y la enteró de que era el hermano de su esposo Nureddin. Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassán, su hijo, había estado una noche con su hija Sett El-Hosn y había desaparecido por la mañana, y Sett El-Hasn quedó preñada y parió a Agib. Después añadió: “Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el hijo de tu hijo y mi hija.”
La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como una mujer de riguroso luto que renuncia a los usos sociales, al saber que vivía su hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante a su cuñada el visir de Egipto, se levantó apresuradamente, y se cho a los pies de Charrmseddin, besándoselos, y recitó en honor suyo estas estrofas:
¡Por Alah! ¡Colma de beneficios a aquel que acaba de anunciarme esta nueva feliz, pues para mí es la noticia más dichosa y mejor de cuantas pueden oírse!
¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón desgarrado por las ausencias!
El visir ordenó que buscasen en seguida a Agib, y cuando éste se presentó, su abuela se abrazó a él llorando. Y Chamseddin le dijo; “¡Oh mi señora! No es el momento de llorar, sino de que prepares tu viaje a Egipto en compañía de nosotros. ¡Y quiera Alah reunirnos con tu hijo y sobrino mío Hassán!” Y la abuela de Agib respondió: “Escucho y obedezco.” Y en el mismo instante fue a disponer todas las cosas necesarias, y los víveres, y toda su servidumbre, no tardando en hallarse dispuesta.
Entonces el visir Chamseddin fue a despedirse del sultán de Bassra. Y el sultán le entregó muchos regalos para él y para el sultán de Egipto. Después, Chamseddin, las dos damas y Agib emprendieron la marcha acompañados de toda su séquito.
Y no se detuvieron hasta llegar nuevamente a Damasco. Hicieran alto en la plaza de Kánun, armaron las tiendas, y el visir dijo: “Ahora nos detendremos en Damasco toda una semana, para tener tiempo de comprar regalos como se los merece el sultán de Egipto.”
Y mientras el visir recibía a los ricos mercaderes que habían acudido para ofrecerle sus géneros, Agib dijo, al eunuco: “Babá Said, tengo ganas de distraerme un rato. Vámonos al zoco para saber qué novedades hay y qué le ocurrió a aquel pastelero cuyos dulces nos cominos, y teniendo que agradecerle su hospitalidad le pagamos partiéndole la cabeza de una pedrada. Realmente, le volvimos mal por bien.” Y el eunuco respondio: “Escucha y obedezco.”
Entonces Agib y el eunuco abandonaron el campamente, porqué Agib obraba con un ciego impulso, como movido por un cariño filial inconsciente. Llegados a la ciudad, anduvieron por todos los zocos hasta que encontraron la pastelería. Y era la hora en que los creyentes marchaban a la mezquita de los Bani-Ommiau para la oración del asr.
