西语阅读:《一千零一夜》连载十(3)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Por eso su imagen se alza frente a mí, y al mirarla, aumentan mi cariño, mi anhelo y mis recuerdos!

¡Oh! ¡Su imagen amada es siempre lo primero que se presenta a mis ojos en la primera hora de la mañana! ¡Y así ha de ser siempre, pues no tengo otro pensamiento ni otros amores!

Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, viendo llorar a su madre, se echó a llorar también. Y mientras los dos estaban llorando, entró en la habitación el visir Chamseddin, que había oído los llantos y las voces. Y al ver cómo lloraban, se le opri­mió el corazón, y dijo muy alarma­do: “Hijos míos, ¿por qué lloráis así?” Entonces Sett El-Hosn le refirió la aventura de Agib con los chicos de la escuela. Y el visir, al oírla, se acordó de lodas las desventuras pasa­das, las que le habían ocurrido a él, a su hermano Nureddin, a su sobri­no Hassán Badreddin, y por último a su nieto Agib, y al reunir todos estos recuerdos no pudo menos de llorar también. Y se fue muy deses­perado en busca del emir, y le contó lo que pasaba, diciéndole que aquella situación no podía durar, ni por su buen nombre ni por el de sus hijos; y le pidió su venia para partir hacia los países de Levante, y llegar a la ciudad de Bassra, en donde pensaba encontrar a su sobrino Hassán Ba­dreddin. Rogó asimismo que el sul­tán le escribiera unos decretos que le permitiesen realizar por los países las gestiones necesarias para encon­trar y atraerse a su sobrino. Y como no cesaba en su amargo llanto, se enterneció el sultán y le concedió los decretos. Y después de darle gracias mil veces y hacer votos por su engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus manos, el visir se despidió. Inmedia­tamente hizo los preparativos para la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib.

Anduvieron el primer día y el segundo y el tercero, y así sucesi­vamente, en dirección a Damasco, y por fin llegaron sin dificultad a Damasco. Y se detuvieron cerca de las puertas, en el meidán de Hasba, donde armaron sus tiendas para des­cansar dos días antes de seguir el camino. Y les pareció Damasco una ciudad admirable, llena de árboles y aguas corrientes, siendo en realidad como la cantó el poeta:

¡He pasado un día y una noche en Damasco! ¡Damasco! ¡Su creador juró no hacer en adelante nada parecido!

¡La noche cubre amorosamente a­ Damasco con sus alas! ¡Y cuando llega el día, tiende por encima la sombra de sus árboles frondosos!

¡El rocío en las ramas de estos árbo­les no es rocío, sino perlas, perlas que caen como copos de nieve a merced de la brisa que las empuja!

¡En sus bosques luce la Naturaleza todas sus galas: el ave da su lectura matutina; el agua es como una página blanca abierta; la brisa responde y escribe lo que dicta el ave, y las blan­cas nubes derraman gotas para la es­critura!

La servidumbre del visir fue a visitar la ciudad y sus zocos para comprar lo que necesitaban y vender las cosas traídas de Egipto. Y no dejaron de bañarse en los hammams famosos, y entraron en la mezquita de los Bani-Ommiah, situada en el centro de la población, y que no tiene igual en todo el mundo.

Agib marchó también a la ciudad para distraerse, acompañado de su fiel eunuco Said. Y el eunuco le seguía muy próximo y llevaba en la mano un látigo capaz de matar, a un camello, pues sabía la fama que tienen los habitantes de Damas­co, y con aquel látigo quería impe­dirles acercarse a su amo el hermoso Agib. Y efectivamente, no se enga­ñaba, pues apenas hubieron visto al hermoso Agib, los habitantes de Damasco se percataron de lo encan­tador y gracioso que era, hallándole más suave que la brisa del Norte, más delicioso que el agua fresca para el paladar del sediento y más grato que la salud para el convale­ciente. Y en seguida la gente de la calle, de las casas y de las tiendas siguieron a Agib, sin dejarle, a pesar del látigo del eunuco. Y otros corrían para adelantarse y se senta­ban en el suelo, a su paso, para contemplarle más tiempo y mejor. Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco llegaron a una pastelería, donde se detuvieron para escapar de tan indiscreta muchedum­bre.

Y precisamente aquella pastelería era la de Hassán Badreddin, padre de Agib. Había muerto el anciano pastelero que adoptó a Hassán, y éste había heredado la tienda. Y aquel día Hassán estaba ocupado en preparar un plato deliciosa con granos de granada y otras cosas azucaradas y sabrosas. Y cuando vio pararse a Agib y al eunuco, quedó encantado con la hermosura de Agib, y no solamente encantado, sino con­movido con una emoción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de cariño: “¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi cora­zón y reinas para siempre en lo íntimo de mi ser, sintiéndome atraí­do hacia ti desde el fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi tienda? ¿Quieres hacerme la merced de probar mis dulces, sen­cillamente por piedad?” Y Hassán, al decir esto, sentía que, sin poder remediarlo, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar entonces su pasado y su situación presente.

Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció tam­bién el corazón, y volviéndose hacia el esclavo, le dijo: “¡Said! Este pos­telero me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún hijo ausente y que yo le recuerdo este hijo. Entremos, pues, en su tienda para complacerle, y probemos lo que nos ofrece. Y así aliviamos con esto su pena, es probable que Alah se apiade a su vez de nosotros y haga que logren buen éxito las pes­quisas, para encontrar a mi padre.”

Pero Said, al oír a Agib, exclamó: ¡Oh mi señor, no hagamos eso! ¡Por Alah! ¡De ningún modo! No es propio del hijo de un visir entrar en una pastelería del zoco, y menos todavía comer públicamente en ella. ¡Oh! ¡No puede ser! Si lo haces por temor a estas gentes, que te siguen, y por eso quieres entrar, en esa tienda, ya sabré yo espantarlas y defenderte con mi látigo. ¡Pero lo que es entrar en la pastelería, en modo alguno!”

Y Hassán Badreddin se afectó muchísimo al oír al eunuco. Y luego, volviéndose hacia él, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: “¡Oh eunuco! ¿Por, qué no quieres apia­darte y darme el gusto de entrar en mi tienda? ¡Porque tú, como la castaña, eres negro por fuera, pero por dentro blanco! Y te han elogiado todos nuestros poetas en versos admi­rables, hasta el punto de que puedo revelarte el secreto de que aparece­ras tan blanco por fuera como por dentro lo eres.” Entonces el buen eunuco se echó a reír a carcajadas, y exclamó: “¿Es de veras? ¿Puedes hacerlo así? ¡Por Alah, apresúrate a decírmelo!” En seguida Hassán le recitó estos versos admirables en loor de los eunucos:


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19