西语阅读:《一千零一夜》连载十(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

PERO CUANDO LLEGÓ LA 23a. NOCHE

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que Giafar al-Barmakí, visir del rey Harún Al-Rachid, prosiguió de este modo la historia que con­taba al califa:

“Orando el visir, Chamseddin se convenció de que su sobrino Hassán Badreddin había desaparecido, se dijo: “Puesto que el mundo está hecho de vida y de muerte, nada tan oportuno como que procure que mi sobrino Hassán encuentre a su regreso esta vivienda igual que la ha dejado.” Y el visir Chamseddin cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, y anotó uno por uno todos los muebles y enseres de la casa, en esta forma: “Tal armario está en tal sitio; tal cortina en tal otro”, y así sucesivamente. Cuando terminó, selló el papel después de leérselo a su hija Sett El-Hosn, y lo guardó con mucho cuidado en la caja de los papeles. Después recogió el turbante, el gorro, los calzones, el ropón y el bolsillo, e hizo con todo ello un paquete; que guardó con el mismo esmero.

En cuanto, a Sett El-Hosn la hija del visir, quedó preñarla efectiva­mente la primero noche de bodas, y a los nueve meses cumplidos parió un hijo tan hermoso como la luna y que se parecía a su padre en todo, en lo bello, lo gentil y lo perfecto. En seguida que nació lo lavaron las mujeres y le ennegrecieron los ojos con kohl. Después lo confiaron a las criadas y a la nodriza. Y por su her­mosura sorprendente se, llamó Agib.

Pero cuando el admirable Agib llegó, día por día, mes por mes y año por año, a cumplir los siete de su edad, su abuelo el visir Cham­seddin le mandó a la escuela de un maestro muy famoso, recomendán­doselo mucho a este maestro. Y Agib, acompañado diariamente, del esclavo negro Said, eunuco de su padre, iba a la escuela para regresar a su casa al mediodía y al anochecer. Y así fue a la escuela durante cinco años, hasta cumplir los doce. Pero a todo esto los demás niños de la escuela no podían soportar a Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: “¿Cuál de vosotros puede compararse conmigo? Mi padre es el visir de Egipto.” Al fin se reunie­ron los niños y fueron a quejarse al maestro contra la conducta de Agib, Y el maestro, al ver que sus exhor­taciones al hijo del visir no daban resultado, sin atreverse a despedirle, por ser quien era, dijo a los otros niños: “Os voy a indican una cosa que en cuanto se la digáis le impe­dirá volver a la escuela. Mañana a la hora del recreo os reuniréis todo en torno de Agib y os diréis los unos a los otros; “¡Por Alahl ¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero para jugarlo es preciso que diga en alta voz cada uno su nombre, y el nombre de su padre y de su madre. Pues el que no pueda decir el nom­bre de su padre y de su madre será considerado como hijo adulterino y no jugará con nosotros.”

Y aquella mañana, cuando Agib hubo llegado a la escuela, todos los niños se reunieron a su alrededor, y uno de ellos dijo: “¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero nadie podrá jugar sino con la condición de decir su nombre y los de sus padres ¡Empecemos, uno a uno!” Y les guiñó el ojo.

Entonces avanzó uno de los niños, y dijo: “Me llamo Nahib, mi madre se llama Nahiba y mi padre Izeddin.” Y otro dijo: “Yo me llamo Naguib, mi madre se llama Gamila y mi padre se llama Mustafá.” Y el ter­cero y el cuarto y los otros se expre­saron en la misma forma. Cuando le tocó el turno a Agib, dijo orgullo­samente: “Yo soy Agib, mi madre se llama Sett El-Hosn y mi padre se llama Charaseddin, visir de Egipto,”

Pero todos las niños replicaron: “¡No, por Alah! ¡El visir no es tu padre!” Y Agib gritó enfurecido: “¡Alah os confunda! ¡El visir es mi padre;!” Pero los niños comenzaron a reírse y a palmotear, y le volvie­ron la espalda, gritando: “¡Vete, vete! ¡No sabes cómo se llama tu padre! ¡Chamseddin no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre! ¡No jugarás con nosotros.” Y los niños se desbandaron, riendo a car­cajadas.

Entonces Agib, sintió que se le oprimía el pecho y le ahogaban los sollozos. Y en seguida se le acercó el maestro, y le dijo: “Pero ¡cómo, Agib! ¿no sabías que el visir no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre Sett El-Hosn? A tu padre, ni tú, ni nosotros, ni nadie le conoce. Porque el sultán había casado a Sett El-Hosn con un pala­frenero jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían ence­rrado a él para dormir ellos con Sett El-Hosn. Y ha contado también historias asombrosas de búfalas, pe­rros, borricos y otros seres semejan­tes. De modo ¡oh mi querido Agib! que nadie sabe el nombre de tu padre. Sé, pues humilde ante Alah y con tu compañeros, que te miran como a hijo adulterino. Considera que te hallas en la misma situación que un niño vendido en el mercado y que ignora quién es su padre. Sabe, pues, que el visir Chamseddin no es más que tu abuelo, y que tu padre nadie lo conoce. Y en adelante pro­cura ser modesto.”

Después de oír al maestro de es­cuela, Agib salió corriendo a casa de su madre Sett El-Hosn, llorando tanto, que no, pudo al principio articular palabra. Entonces su madre empezó a consolarle, viéndole tan conmovido, se le llenó el corazón de lástima, y le dijo: “¡Hijo mío, cuéntale a tu madre la causa de tu pena!” Y le besó y le acarició. Entonces el pequeño le dijo: “Dime, madre, y quién es mi padre?” Y Sett El-Hosn, muy asombrada, dijo; “¡Pues el visir!” Y Agib le contestó, ahogado por el llanto: “¡No; ese no es mi padre! ¡No me ocultes la ver­dad! ¡El visir es tu padre, pero no el mío! Si no me dices la verdad, con este puñal me mataré ahora mismo.”' Y Agib le repitió a su madre las palabras del maestro de escuela.

Entonces, al recordar a su primo y marido, la hermosa Sett El-Hosn recordó también su primera noche de bodas y la belleza y encantos del maravilloso Hassán Badreddin- El­-Bassrauí, y lloró muy emocionada, suspirando estás, estrofas:

¡Encendió el deseo en mi corazón, y se ausentó muy lejos! ¡Y se ausentó hacia lo más distante de nuestra mo­rada!

¡Mí pobre razón no he de recobrarla hasta que él vuelva! ¡Y aguardándole, he perdido asimismo el sueño repara­dor y toda la paciencia!

¡Me abandonó, y con él me abando­nó la dicha, arrebatándome la tran­quilidad! Y desde entonces perdí todo reposo!

¡Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su ausencia, y al correr, sus arroyos llenan los mares;

Que no pasa un día sin que mi deseo me empuje hacía él y palpite mí corazón con el dolor de su ausencia;


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19