西语阅读:《一千零一夜》连载十三(4)

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Pero el rey, contestó: “Pues a mi no me lo parece. Y voy a mandar que os ahorquen a todos, para que paguéis el crimen cometido en la persona de mi bufón, este pobre jorobado a quien matasteis.”

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana; y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ LA 27a NOCHE

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­timado! que cuando el rey de la China dijo: “Voy a mandar que os ahorquen a todos”, el intendente dio un paso, prosternándose ante el rey, y dijo: “Si me lo perinítes, te contaré una historia que ha ocurrido hace pocos días, y, que es más sorprendente y maravillosa que la del jorobado. Si así lo crees después de haberla oído, nos indultarás a todos.” El rey de la China dijo: “¡Así sea!” Y el intendente contó lo que sigue:

RELATO DEL INTENDENTE DEL REY DE LA CHINA

“Sabe, ¡oh rey de los siglos y del tiempo! que la noche última me con­vidáron, a una comida de boda, a la cual asistían los sabios versados en el libro de la Nobleza. Termi­nada la lectura del Corán, se tendió el mantel, se colocaron los manjares y se trajo todo lo necesario para el festín. Pero entre otros comestibles, había un plato de arroz preparado con ajos que se llama rozbaja, y que es delicioso si está en su punto el arroz y se han dosificado bien los ajos y especias que lo sazonan. Todos empezamos a comerlo con gran ape­tito excepto uno de los convidados, que se negó rotundamente a tocar este plato de rozbaja. Y como le instábamos a que lo probase, juró que no haría tal cosa. Entonces re­petimos nuestro ruego, pero él nos dijo: “Por favor, no me apremiéis de ese modo. Bastante lo pagué una vez que tuve la desgracia de pro­barlo.” Y recitó esta, estrofa:

¡Si no quieres tratarte con el que fue tu amigo y deseas evitar su saludo, no pierdas el tiempo en inventar estra­tagemas: huye de él!

Entonces no quisimos insistir más. Pero le preguntamos: “¡Por Alah! ¿Cual es la causa que te impide pro­bar este delicioso plato de rozbaja?” Y contestó: “He jurado no comer rozbaja sin haberme lavado las ma­nos cuarenta veces seguidas con sosa, otras cuarenta con potasa y otras cuarenta con jabón, o sean ciento veinte veces.”

Y el dueño de la casa mandó a los criados que trajesen inmediata­mente agua y las demás cosas que había pedido el convidado. Y después de lavarse se sentó de nuevo el con­vidado, y aunque no muy a gusto, tendió la mano hacia el plato en que todas comíamos, y trémulo y vaci­lante empezó a comer. Mucho nos sorprendió aquello, pero más nos sor­prendió cuando al mirar su mano vimos que sólo tenía cuatro dedos, pues carecía del pulgar. Y el convi­dado no comía más que con cuatro dedos. Entonces le dijimos: “¡Por Alah sobre ti! Dinos por qué no tienes pulgar. ¿Es una deformidad de nacimiento, obra de Alah, o has sido víctima de algún accidente?”

Y entonces contestó: “Hermanos, aún no lo habéis visto todo. No me falta un pulgar, sino los dos, pues tampoco le tengo en la mano izquier­da. Y además, en cada pie me falta otro dedo. Ahora lo vais a ver.” Y nos enseñó la otra mano, y descubrió ambos pies, y vimos que efectiva­mente, no tenía más que cuatro dedos en cada uno. Entonces aumen­tó, nuestro asombro, y le dijimos: “Hemos llegado al límite de la impa­ciencia, y deseamos averiguar la cau­sa de que perdieras los dos pulgares y esos otros dos dedos de los pies, así como el motivo de que te hayas lavado las manos ciento veinte veces seguidas.” Entonces nos refirió lo siguiente:

“Sabed, ¡oh todos vosotros! que mi padre era un mercader entre los grandes mercaderes, el principal de los mercaderes de la ciudad de Bag­dad en tiempo del califa Harún Al-­Ráchid, Y eran sus delicias el vino en las copas, los perfumes de las flores, las flores en su tallo, cantoras y danzarinas, los ojos negros y las propietarias de estos ojos. Así es que cuando murió no me dejó dinero, porque todo lo había gastado. Pero como, era mi padre, le hice un entie­rro según su rango, di festines fúne­bres en honor suyo, y le llevé luto días y noches. Después fui a la tienda que había sido suya, la abrí, y no hallé nada que tuviese valor; al con­trario, supe que dejaba muchas deu­das. Entonces fui a buscar a los acreedores de mi padre, rogándoles que tuviesen paciencia, y los tranqui­licé lo mejor que pude. Después me puse a vender y comprar, y a pagar las deudas, semana por semana, con­forme a mis ganancias. Y no dejé de proceder del mismo modo hasta que pagué todas las deudas y acrecenté mi capital primitivo con mis legíti­mas ganancias.

Pero un día que estaba yo sentado en mi tienda, vi avanzar montada en una mula torda, un milagro entre los milagros, una joven deslumbran­te de hermosura. Delante de ella iba un eunuco y otro detrás. Paró la mula, y a la entrada del zoco se apeó, y penetró en el mercado, seguida de uno de los dos eunucos. Y éste le dijo: “¡Oh mi señora! Por favor, no te dejes ver de los- transeúntes. Vas a atraer contra nootros alguna calamidad. Vámonos de aquí.” Y el eunuco quiso llevársela. Pero ella no hizo caso de sus palabras, y estu­vo examinando todas las tiendas del zoco, una tras otra, sin que viera ninguna más lujosa ni mejor presen­tada que la mía. Entonces se dirigió hacia mí, siempre seguida por el eunuco, se sentó en mi tienda y me deseo la paz. Y en mi vida había oído voz más suave ni palabras mas deliciosas. Y la miré, y sólo con verla me sentí turbadísimo, con el corazón arrebatado. Y no pude apartar mis miradas de su semblante, y recité estas dos estrofas:


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19