西语阅读:《一千零一夜》连载十三(2)

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Y no sabiendo qué hacer, domi­nado por tristes pensamientos, salí del khan para pasear un poco, y llegué a la plaza de Bain Al-Kasrain, cerca de la puerta de Zauilat. Allí vi un gentío enorme que llenaba ­toda la plaza, por ser día de fiesta y de feria. Me confundí entre la muchedumbre, y por decreto del Destino hallé a mi lado un jinete muy bien vestido. Y como la gente aumentaba, me apretujaron contra él, y precisamente mi mano sé en­contró pegada a su bolsillo; y noté que el bolsillo contenía un paquetito redondo. Entonces metí rápidamente la mano y saqué el paquetito; pero no tuve bastante destreza para que él no lo notase. Porque el jinete comprobó por la disminución de peso que le habían vaciado el bol­sillo. Volvióse iracundo, blandiendo la maza de armas, y me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me rodeó un corro de personas, algunas de las cuales impidieron que se repitiera, la agresión cogiendo al caballo de la brida y diciendo al jine­te: “¿No te da vergüenza aprove­charte de las apreturas para pegar a un hombre indefenso?” Pero él dijo: “¡Sabed todos que ese indivi­duo es un ladrón!”

En aquel momento volví en mí del desmayo en que me encontraba, y oí que la gente decía: “¡No puede ser! Esté joven tiene sobrada distin­ción para dedicarse al robo:” Y todos discutían sí yo habría o no robado, y cada vez era mayor la disputa. Hube de verme al fin arrastrado, por la muchedumbre, y quizá habría podido escapar de aquel jinete, que no quería soltarme, cuando por de­creto del Destido, acertaron a pasar por allí el walí y su guardia, que atravesando la puerta de Zauilat, se aproximaron al grupo en que nos encontrábamos: Y el walí preguntó: “¿Qué es lo. que pasa?” Y contestó el jinete: ¡Por Alah! ¡Oh Emir! He aquí a un ladrón. Llevaba yo un bolsillo azul con veinte dinares de oro, y entre las apreturas ha encon­trado manera de quitármelo.” Y el walí preguntó al jinete: “¿Tienes algún testigo?” Y el jinete contestó: “No tengo ninguno.” Entonces el walí llamó al mokadem, jefe de poli­cía, y le dijo: “Apodérate de ese hombre y regístralo,”-Y el mokaden me echó mano, porque ya no me protegía Alah, y me despojó de toda la ropa, acabando por en­contrar el bolsillo, que era efectiva­mente de seda azul. El walí lo cogió y contó el dinero, resultando que contenía exactamente los veinte di­nares de oro, según el jinete había afirmado.

Entonces el walí llamó a sus guar­dias, y les dijo: -Traed acá a ese hombre.” Y me pusieron en sus manos, y me dijo: “Es necesario declarar la verdad. Dime si confie­sas haber robado este bolsillo.” Y yo, avergonzado, bajé la cabeza y reflexioné un momento, diciendo entr mí: “Si digo que no he sido yo, o me creerán, pues acaban de encontrarme el bolsillo encima, y si digo que lo he robado me pierdo.” Pero acabé por decidirme, y contes­té: “Sí, lo he robado.”

Al vermé quedó sorprendido el walí, y llamó a los testigos, para que oyesen mis palabras, mandan­dome que las repitiese ante ellos. Y ocurría todo aquello en la Bab-­Zauilat.

`El walí mandó entonces al porta­alfanje que me cortase la mano, según la ley contra los ladrones. Y el portaalfanje me cortó inmedia­tamente la mano derecha. Y el jinete se compadeció de mí e intercedió con el walí para que no me cortasen la otra mano. Y el walí le concedió esa gracia y se alejó. Y la gente me tuvo lástima, y me dieron un vaso de vino para infundirme alientos, pues había perdido mucha sangre, y me hallaba muy débil. En cuanto al jinete, se acercó a mí, me alargó el bolsillo y me lo puso en la mano, diciendo: “Eres un joven bien edu­cado y no se hizo para ti el oficio de ladrón:” Y dicho esto se alejó, después de haberme obligado a acep­tar el bolsillo. Y yo me marché también, envolviéndome el brazo con un pañuelo y tapándolo con la man­ga del ropón. Y me había quedado muy pálido y muy triste a conse­cuencia de lo ocurrido.

Sin darme cuenta, me fui hacia la casa de mi amiga. Y al llegar, me tendí extenuado en el lecho Pero ella, al ver mi palidez y mi decai­miento, me dijo: “¿Qué te pasa? ¿Cómo estás tan pálido?” Y yo contesté: “Me duele mucho la cabe­za; no me encuentro bien.” Entonces, muy entristecida, me dijo; “¡Oh dueño mío, no me abrases el cora­zón! Levanta un poco la cabeza hacia mí, te lo ruego, ¡ojo de mi vida! y dime lo que te ha ocurrido. 'Por­que adivino en tu rostro muchas cosas.” Pero yo le dije: “¡Por favor! Ahórrame la pena de contestarte.” Y ella, echándose a llorar, replicó: “¡Ya veo que te cansaste de mí, pues no estás conmigo, como de cos­tumbre!” Y derramó abundantes lá­grimas mezcladas con suspiros, y de cuando en cuando interrumpía sus lamentos para dirigirme preguntas, que quedaban sin respuesta; y así estuvimos hasta la noche. Entonces nos trajeron de comer y nos presen­taron los manjares, como solían. Pero yo me guardé bien de aceptar, pues me habría avergonzado coger los alimentos con la mano izquierda, y temía que me preguntase el moti­vo de ello. Y por tanto, exclamé: “No tengo ningún apetito ahora.” Y ella dijo: “Ya ves como tenía razón. Entérame de lo que te ha pasado, y por qué estás tan afligido y con luto en el alma y en el corazón.” Entonces acabé por decirle: “Te lo contaré todo, pero poco a poco, por partes.” Y ella, alargándome una copa de vino, repuso: “¡Vamos, hijo mío! Déjate de pensamientos tristes. Con esto se cura la melancolía. Bebe este vino, y confíame la causa de tus penas.” Y yo le dije: “Si te empeñas, dame tú misma de beber con tu mano.” Y ella acercó la copa a mis labios, inclinándola con suavidad, y me dio de beber. Des­pues la llenó de nuevo, y me la acercó otra vez. Hice un esfuerzo, tendí la mano izquierda y cogí la copa. Pero no pude contener las lágrimas y rompí a llorar.

Y cuando ella me vio llorar, tam­poco pudo contenerse, me cogió la cabeza con ambas manos, y dijo., ¡Oh, por favor! ¡Dime el motivo de tu llanto! ¡Me estás abrasando el corazón! ¡Dime también por qué tomaste la copa con la mano izquier­da.” Y yo le contesté: “Tengo un tumor en la derecha.” Y ella replicó: “Enséñamelo; lo sajaremos, y te ali­viarás.” Y yo respondí: “No es el momento oportuno para tal opera­ción. No insistas, porque estoy resuel­to a no sacar la mano.” Vacié por completo la copa, y seguí bebiendo cada vez que ella me la ofrecía, hasta que me poseyó la embriaguez, madre del olvido. Y tendiéndome en el misma sitio en que me hallaba, me dormí.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19