西语阅读:《一千零一夜》连载二十一(4)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Tal es, ¡oh rey afortunado! ––prosiguió Schahrazada––, la his­toria en siete partes que el sastre de la China refirió al rey. Y des­pués añadió:

“Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesita­mos oír más para convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el rapista más indis­creto de toda la tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable indiscreción. Entonces, aunque sus historias nos habían he­cho pasar un buen rato, acordamos castigarle. Y nos apoderamos de él, a pesar de sus chillidos, y lo ence­rramos en un cuarto obscuro lleno de ratas. Y los demás seguimos comiendo, bebiendo y disfrutando hasta que llegó la hora de la plega­ria. Y entonces nos retiramos y yo fui en busca de mi esposa.

Pero al llegar a mi casa encontré a mi mujer de muy mal humor, y me dijo: ¿Té parece bien dejarme sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas en segui­da a paseo, me presentaré al walí para entablar la demanda de divor­cio.”

Y como soy enemigo de distur­bios conyugales, quise que hubiera paz, y a pesar del cansancio salí a paseo con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.

Y cuando regresábamos a casa encontramos por casualidad a ese jo­robeta que se hallaba a tu servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo! Y el jorobado estaba borracho comple­tamente, diciendo chiste a cuantos le rodeaban, y recitó estos versos:

¡No sé si elegir la copa transparente y coloreada o el vino sutil y purpurino!

¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es como la copa coloreada y transparente!

Y se interrumpía para embromar a los transeúntes o para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi mujer supimos que sería para nos­otros un agradable comensal, y le convidamos a comer con nosotros. Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado fuese como la de un hombre regu­lar, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño. Entonces fue cuando a mi esposa se le ocurrió bromear con el joro­beta y meterle en la boca la comida que lo ahogó.

Y en seguida, ¡oh rey poderoso! cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico judío que está presente. Y a su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable al corredor copto.

Y tal es, ¡oh rey generoso! la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta his­toria del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado.”

Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: “He de confesar que es muy interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta. Pero ¿dónde está ese asombroso barbero? Quiero verle y oírle antes de adoptar mi decisión respecto a vosotros cuatro. Después enterraremos a nuestro jorobeta. Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me divir­tió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oír la historia del joven cojo, la del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias.”

Y dicho esto, el rey mandó a sus chambelanes que se fuesen con el sastre a buscar al barbero. Y una hora después, el sastre y los chambe­lanes, que habían ido a sacar al barbero del cuarto obscuro, lo traje­ron al palacio y se lo presentaron al rey­.

Y el rey examinó al barbero, y vio que era un anciano jeique lo me­nos de noventa años, de cara muy negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agu­jereadas, narices de pasmosa longitud y aspecto lleno de presunción y alta­nería. Al verlo, el rey de la China se echó a reír ruidosamente y le dijo: “¡Oh Silencioso! Me han dicho que sabes contar historias admirables y llenas de maravillas. Quisiera oírte algunas de las que sabes referir tan bien.” El barbero contestó: “¡Oh rey del tiempo! no te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí, reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo. ¿De dónde procede esta extra­ña reunión?” Y el rey de la China se rió mucho y replicó: “¿Y por qué me interrogas respecto a gen­te que te es desconocida?” El barbero dijo: “Pregunto solamente para demostrar a mi rey que no soy un char­latán indiscreto, que no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la de llamar­me hablador y lo demás. Sabe, por tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de Silencioso, pues el poeta dijo:

¡Cuando tus ojos vean a una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien, siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre!”

Entonces dijo el rey: “Mucho me agrada este barbero. Voy a contarle la historia del jorobado, y luego las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre.” Y el rey refirió al barbero todas las historias, sin omitir una particularidad. Pero no es necesario repetirlas.

Cuando el barbero hubo oído las historias y supo, la causa de la muer­te del jorobado, empezó a menear gravemente la cabeza, y exclamó: “¡Por Alah! ¡Cosa extraordinaria es esa y me sorprende grandemente! A ver, levantad el velo que cubre el cadáver, que yo lo vea.”


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