西语阅读:《一千零一夜》连载二十一(3)

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Y dio orden a sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó puntualmente.

Después que comieron los man­jares y se endulzaron con pasteles, confituras y frutas, el anciano invitó a Schakalik a pasar con él al segun­do comedor, reservado especialmente a las bebidas. Y al entrar fueron recibidos al son de armoniosos ins­trumentos y con canciones de las esclavas blancas, deliciosas jóvenes más hermosas que lunas. Y mien­tras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las can­toras de entonar admirables melo­días. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas. Y este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.

Pero el jeique tomó tal afecto a mi hermano, que fue su amigo ínti­mo y su compañero inseparable, demostrándole un inmenso cariño, y le obsequiaba cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer, beber y vivir deliciosamente durante veinte años más.

Pero tenía que cumplirse lo que había escrito el Destino. Y pasados los veinte años murió el viejo, e inmediatamente el walí mandó em­bargar todos sus bienes, confiscán­dolos en provecho propio, pues el jeique carecía de herederos, y mi hermano no era su hijo. Entonces Schakalik, obligado a escaparse por la persecución del walí, tuvo que buscar la salvación huyendo de Bagdad.

Y resolvió atravesar el desierto para dirigirse a la Meca y santifi­carse. Pero cierto día, la caravana a la cual se había unido fue atacada por los nómadas, salteadores de ca­minos, malos musulmanes que no practicaban los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!.) Y los viajeros fueran despojados y reducidos a esclavitud, y a Schakalik le tocó el más feroz de aquéllos bandidos beduinos, que lo llevó a su tribu y lo hizo su esclavo. Y todos los días le pegaba una paliza y le hacía sufrir todos los suplicios, y le decía: “Debes ser muy rico en tu país, y si no me pagas un buen rescate, acabarás por morir a mis propias manos.” Y mi hermano, llorando, exclamaba: “¡Por Alah! Nada poseo ¡oh jefe de los árabes! pues desco­nozco el camino de la riqueza. Y ahora soy tu esclavo y estoy en tu poder; puedes hacer de mí lo que quieras.”

Pero el beduíno tenía por esposa a una admirable mujer entre las mujeres, de negras cejas y ojos de noche. Por eso, cada vez que el beduíno se alejaba de la tienda, esta criatura del desierto iba a buscar a mi hermano para ofrecerle su amor. Pero un día que estaban a punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduíno, y los sor­prendió en aquella postura. Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía rebanar la cabeza de un camello, de una a otra yugular. Y agarró a mi hermano, empezó por cortarle los dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo: '¡Miserable! ¿Cómo te atreviste a seducir a mi esposa? Y de un tajo lo mutiló. En seguida arrastrándolo por los pies lo echó sobre un came­llo, lo llevó a lo alto de una mon­taña, lo tiró al suelo, y se marchó para seguir su camino.

Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos peregri­nos, que eran de Bagdad, hallaron a Schakalik; y al reconocer al chis­tosísimo Tarro hendido, que tanto los había hecho reír, vinieron a avi­sarme, después de haberle dado de comer y beber.

Y fui en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes! me lo eché a cuestas, lo traje a Bagdad, y luego de cu­rarle, le he dado con que mantener­se mientras viva.

He aquí en pocas palabras, ¡oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que habría podido contarte con más detenimien­to. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis herma­nos podría llamarme su padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo, apellidado el Samet.

Y el califa Montasser Billah se echó a reír a carcajadas y me dijo: “Efectivamente, ¡oh Samet! hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inme­diatamente salgas de Bagdad y te vayas a otra parte. Y sobre todo, date prisa.” Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin expli­carme la causa de aquel castigo.

Entonces, ¡oh mis señores! empecé a viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el falle­cimiento de Montasser Billah y el reinado de su sucesor el califa El­-Mostasem. Volví a Bagdad en seguí­da, pero me encontré con que todos mis hermanos habían muerto. Y entonces ese joven que se acaba de marchar tan descortésmente me llamó a su casa para que le afeitase la cabeza. Y contra todo lo que ha dicho puedo aseguraros, ¡oh mis señores! que le hice un grandísimo favor, y a no ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha con­tado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción, charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡oh vosotros cuantos aquí estáis!”.


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