西语阅读:《一千零一夜》连载二十五(5)

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El me dijo: “Sabe que somos va­rios las que estamos en esta isla, si­tuados en diferentes lugares, para guardar los caballos del rey Mihra­ján. Todos los meses, al salir la luna nueva, cada uno de nosotros trae aquí una yegua de pura raza, virgen todavía, la ata en la ribera y en seguida se oculta en la gruta subte­rránea. Atraído entonces por el olor a hembra, sale del agua uno caballo entre los caballos marinos, que mira a derecha y a izquierda, y al no ver a nadie salta sobre la yegua y la cubre. Luego, cuando ha acabado su cosa con ella, desciende de sus ancas e intenta llevarla consigo. Pe­ro ella no puede seguirle, porque es­tá atada al poste; entonces relincha muy fuerte él y le da cabezazos y coces, y relincha cada vez mas fuer­te. Le oímos nosotros y comprende­mos que ha acabado de cubrirla; in­mediatamente salimos par todos la­dos, y corremos hacia él lazando grandes gritos, que le asustan y le obligan a entrar en el mar de nuevo. En cuanto a la yegua queda preña­da y pare un potro o una potra que vale todo un tesoro, y que no puede tener igual en toda la faz de la tie­rra. Y precisamente hoy ha de venir el caballo marino. Y te prometo que, una vez terminada la cosa, te llevaré conmigo para presentarte a nuestro rey Mihraján y darte a conocer nues­tro país. ¡Bendice, pues, a Alah, que te hizo encontrarme, porque sin mí morirías de tristeza en esta soledad, sin volver a ver nunca a los tuyos y a tu país y sin que nunca supiese de ti nadie!”

Al oír tales palabras, di muchas gracias al guardián de la yegua, y continué departiendo con él, en tanto que el caballo marino salía del agua, saltando sobre la yegua y la cubría. Y cuando hubo terminado lo que tenía que terminar, descendió de ella y quiso llevársela; mas ella no podía desatarse del poste, y se encabritaba y relinchaba. Pero el guardián de la yegua se precipitó fuera de la caver­na, llamó con grandes voces a sus compañeros, y provistos todos de ha­chas, lanzas y escudos, se abalanza­ron al caballo marino, que lleno de terror soltó su presa, y como un bú­falo, fue a tirarse al mar y desapa­reció bajo las aguas.

Entonces todos los guardianes, ca­da uno con su yegua, se agruparon a mi alrededor y me prodigaron mil amabilidades, y después de facili­tarme aún más comida y de comer conmigo, me ofrecieron una buena montura, y en vista de la invitación que me hizo el primer guardián, me propusieron que les acompañara a ver al rey su señor. Acepté desde luego, y partimos todos juntos.

Cuando llegamos a la ciudad, se adelantaron mis compañeros para po­ner a su señor al corriente de lo que me había acaecido. Tras de lo oral volvieron a buscarme y me llevaron al palacio; y en uso del permiso que se me concedió, entré en la sala del trono y fui a ponerme entre las ma­nos del rey Mihraján, al cual le deseé la paz.

Correspondiendo a mis deseos de paz, el rey me dio la bienvenida, y quiso oír de mi boca el relato de mi aventura. Obedecí en seguida, y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un detalle.

Al escuchar semejante historia, el rey Milrraján se maravilló y me di­jo: “¡Por Alah, hijo mío, que si tu suerte no fuera tener una vida larga, sin duda a estas horas habrías sucumbido a tantas pruebas y sinsabo­res! ¡Pero da gracias a Alah por tu liberación!” Todavía me prodigó mu­chas más frases benévolas, quiso ad­mitirme en su intimidad para lo sucesivo y a fin de darme un testi­monio de sus buenos propósitos con respecto a mí, y de lo mucho que estimaba mis conocimientos maríti­mos, me nombró desde entonces di­rector de las puertos y radas de su isla, e interventor de las llegadas y salidas de todos los navíos.

No me impidieron mis nuevas fun­ciones personarme en palacio todos los días para cumplimentar al rey, quien de tal modo se habituó a mí, que me prefirió a todos sus íntimos, probándomelo diariamente con gran­des obsequios. Con lo cual tuve tanta influencia sobre él, que todas las peticiones y todos las asuntos del reino eran intervenidos por mí para bien general de los habitantes.

Pero estos cuidadas no me hacían olvidar mi país ni perder la esperanza de volver a él. Así que jamás de­jaba yo de interrogar a cuantos via­jeros y a cuantos marinos llegaban a la isla, diciéndoles si conocían Bagdad, y hacia qué lado estaba si­tirada. Pero ninguno podía respon­derme, y todos me aseguraban que jamás oyeron hablar de tal ciudad, ni tenían noticia del paraje en que se encontrase. Y aumentaba mi pena paulatinamente al verme condenado a vivir en tierra extranjera, y llega­ba a sus límites mi perplejidad ante estas gentes que, no sólo ignoraban en absoluto el camino que conducía a mi ciudad, sino que ni siquiera sabían de su existencia.

Durante mi estancia en aquella isla, tuve ocasión de ver cosas asom­brosas, y he aquí algunas de ellas entre mil.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19