Concluidas que fueran las estrofas, Sindbad el Marino se encaró con Sindbad el Cargador, y le dijo: “¡Oh cargador! sabe que yo también tengo una historia asombrosa, y que me reservo el derecho de contarte a mi vez, Te explicaré, pues, todas las aventuras que me sucedieron y todas las pruebas que swfrí antes de llegar a esta felicidad y de habitar este palacio. Y verás entonces a costa de cuán terribles y extraños trabajos, a costa de cuántas calamidades, de cuántas males y de cuántas desgracias iniciales adquirí esas riquezas en medio de las que me ves vivir en mi vejez. Porque sin duda ignoras los siete viajes extraordinarios que he realizado, y cómo cada cual de estos viajes constituye por sí solo una cosa tan prodigiosa, que úniaamente con pensar en ella queda uno sobrecogido y en el límite de todos los estupores. ¡Pero cuanto voy a cortate a ti y a todos mis honorables invitados, no me sucedió en suma, más que porque el Destino lo había dispuesto de antemano y porque toda cosa escrita debe acaecer, sin que sea posible rehuirla, o evitarla!”
“Sabed todos vosotros, ¡oh señores ilustrísimos, y tú, honrada cargador, que te llamas, como yo, Sindbad! que mi padre era un mercader de rango entre las mercaderes. Había en su casa numerosas riquezas, de las cuales hacía uso sin cesar para distribuir a los pobres dádivas con largueza, si bien con prudencia, ya que a su muerte me dejó muchos bienes, tierras y poblados enteros, siendo yo muy pequeño todavía.
Cuando llegué a la edad de hombre, tomé posesión de todo aquello y me dediqué a comer manjares extraordinarios y a beber bebidas extraordinarias alternando con la gente joven, y presumiendo de trajes excesivamente caros, y cultivando el trato de amigos y camaradas. Y estaba convencido de que aquello había de durar siempre para mayor ventaja mía. Continué viviendo mucho tiempo así, hasta que un día, curado de mis errores y vuelto a mi razón, hube de notar que mis riquezas habíanse disipado, mi condición había cambiado y mis bienes habían huido. Entonces desperté completamente de mi inacción, sintiéndome poseído por el temor y el espanto de llegar a la vejez un día sin tener qué ponerme, También entonces me vinieron a la memoria estás palabras que mi difunto padre se complacía en repetir, palabras de nuestro Señor Saleimán ben-Daud (¡con ambas la plegaria y la paz!): Hay tres cosas preferibles a otras tres: el día en que se muere es menos penoso que el día en que se nace, un perro vivo vale más que un león muerto, y la tumba es mejor que la pobreza.
Tan pronto camo me asaltaron estos peesamientos, me levanté, reuní lo que me restaba de muebles y vestidos, y sin pérdida de momento lo vendí en almoneda pública, con los residuos de mis bienes, propiedades y tierras. De ese modo me hice con la suma de tres mil dracmas...
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
PERO GUANDO LLEGÓ LA 292 NOCHE
Ella dijo:
...me hice con la suma de tres mil dracmas, y en seguida se me antojó viajar por las comarcas y países de los hombres, porque me acordé de las palabras del poeta que ha dicho:
¡Las penas hacen más hermosa aún la gloria que se adquiere! ¡La gloria de los humanos es la hija inmortal de muchas noches pasadas sin dormir!
¡Quien desea encontrar el tesoro sin igual de las perlas del mar, blancas, grises o rosadas, tiene que hacerse buzo ántes de conseguirlas!
¡A la muerte llegara en su esperanza vana quien quisiera alcanzar la gloria sin esfuerzo!
Así, pues, sin tardanza, corrí al zoco, donde tuve cuidado de comprar mercancías diversas y pacotillas de todas clases. Lo transporté inmediaamente todo a bordo de un navía, en el que se encontraban ya dispuestos a partir otros mercaderes, y con el alma deseosa de marinas andanzas, vi cómo se alejaba de Bagdad el navío y descendía por el río hasta Bassra, yendo a parar al mar.
En Bassra, el navío dirigió la vela hacia alta mar, y entonces navegamos durante días y noches, tocando en islas y en islas, y entrando en un mar después de otro mar, y llegando a una tierra después de otra tierra! Y en cada sitio en que desembarcábamos, vendíamos unas mercancías para comprar otras, y hacíamos trueques y cambios muy ventajosos.
Un día en que navegábamos sin ver tierra desde hacía varios días, vimos surgir del mar una isla que por su vegetación nos pareció algún jardín maravilloso entre los jardines del Edén. Al advertirla, el capitán del navío quiso tomar allí tierra, dejándonos, desembarcar una vez que anclamos.
Descendimos todos los comerciantes; llevando con nosotros cuantos víveres y utensilios de cocina nos eran necesarios. Encargáronse algunos de encender lumbre, y preparar la comida, y lavar la ropa, en tanto que otros se contentaron con pasearse, divertirse y descansar de las fatigas marítimas. Yo fui de los que prefirieron pasearte y gozar de las bellezas de la vegetación que cubría aquellas costas, sin olvidarme de comer y beber.
Mientras de tal manera reposábamos, sentimos de repente que temblaba la isla toda con tan ruda sacudida., que fuimos despedidos a algunos pies de altura sobre el suelo. Y en aquel momento vimos aparecer en la proa del navío al capitán, que nos gritaba eon una voz terrible Y gestos alarmantes: “¡Salvaos pronto, ¡oh pasajeros! ¡Subid en seguida a bordo! ¡Dejadlo todo! ¡Abandonad en tierra vuestros efectos y salvad vuestras almas! ¡Huid del abismo que os espera! ¡Porque la isla donde os encontráis no es una isla, sino una ballena gigantesca que eligió en medio de este mar su domicilio desde antiguos tiempos, y merced a la arena marina crecieron árboles en su lomo! ¡La despertasteis ahora de su sueño, turbásteis su reposo, excitasteis sus sensaciones encendiendo lumbre sobre su lomo, y hela aquí que se despereza! ¡Salvaos, o si no, os sumergirá en el mar, que ha de tragaron sin remedio! ¡Salvaos! ¡Dejadlo todo, que he de partir!”