西语阅读:《一千零一夜》连载二十五(6)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Un día que fui a visitar al rey Mihraján, como era mi costumbre trabé conocimiento con unos perso­najes indios, que, tras mutuas zale­mas, se prestaron gustosos a satisfa­cer mi curiosidad, y me enseñaron que en la India hay gran número de castas, entre las cuales son las dos principales la casta de los kchatryas, compuesta de hombres nobles y jus­tos que nunca cometen exacciones o actos reprensibles, y la casta de los brahmanes, hombres puros que ja­más beben vino y son amigos de la alegría, de la dulzura en los moda­les, de los caballos, del fasto y de la belleza. Aquellos sabios indios me enseñaron también que las castas principales se dividen en otras se­tenta y dos castas que no tienen en­tre sí relación ninguna. Lo cual hubo de asombrarme hasta el límite del asombro.

En aquella isla tuve asimismo oca­sión de visitar una tierra pertenecien­te al rey Mihraján y que se llamaba Cabil. Todas las noches se oían en ella resonar timbales y tambores. Y pude observar que sus habitantes es­taban muy fuertes en materia de si­logismos; y eran fértiles en hermosos pensamientos. De ahí que se halla­sen muy reputados entre viajeros y mecaderes.

En aquellos mares lejanos vi cierto día un pez de cien codos de longi­tud, y otros peces cuyo rastro se pa­recía al rostro de los buhos.

En verdad, ¡oh amigos! que aun vi cosas más extraordinarias y pro­digiosas, cuyo relato me apartaría demasiado de la cuestión. Me limi­taré a añadir que viví todavía en aquella isla el tiempo necesario para aprender muchas cosas, y enrique­cerme con diversos cambios, ventas y compras.

Un día, según mi costumbre, esta­ba yo de pie a la orilla del mar en el ejercicio de mis funciones, y per­manecía apoyado en mi muleta, co­mo siempre, cuando vi entrar en la rada un navío enorme lleno de mer­caderes. Esperé a que el navío hu­biese anclado sólidamente y soltado su escala, para subir a bordo y bus­car al capitán a fin de inscribir su cargamento. Los marineros iban des­embarcando todas las mercancías, que al propio tiempo yo anotaba, y cuando terminaron su trabajo pre­gunté al capitán: “¿Queda aún algu­na cosa en tu navío?” Me contestó: “Aun quedan, ¡oh mi señor! algunas mercancías en el fondo del navío; pero están en depósito únicamente, porque se ahogó hace mucho tiempo su propietario, que viajaba con nos­otros. ¡Y quisiéramos vender esas mercancías para entregar su impor­te a los parientes del difunto de Bagdad, morada de paz!”

Emocionada entonces hasta el úl­timo límite de la emoción, exclamé:

“¿Y cómo se llamaba ese mercader, ¡oh capitán!?” Me contestó: “¡Sindbad el Marino!”

A estas palabras miré con más detenimiento al capitán, y reconocí en él al dueño del navío que se vio precisado a abandonarnos encima de la ballena. Y grité con toda mi voz: “¡Yo soy Sindbad el Marino!”

Luego añadí: “Cuando se puso en movimiento la ballena a causa del fuego que encendieron en su lomo, yo fui de los que no pudieron ganar tu navío y cayeron al agua. Pero me salvé gracias a la cubeta de madera que habían transportado los merca­deres para lavar allí su ropa. Efec­tivamente, me puse a horcajadas so­bre aquella cubeta y agité los pies a manera de remos. ¡Y sucedió lo que sucedió con la venia del Or­denador!”

Y conté al capitán cómo pude sal­varme y a través de cuántas vicisi­tudes había llegado a ejercer las al­tas funciones de escriba marítima al lado del rey Mihraján.

Al escucharme el capitán, excla­mó: “¡No hay recursos y poder más que en Alah el Altísimo, el Omni­potente....

  En este momento de su narración Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.

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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19