Cuando el pícaro Kasín, que no esperaba este desastroso desenlace, se convenció de que no recordaba la fórmula mágica, para tratar de rememorarla comenzó a estrujar su cerebro inútilmente, pues el nombre mágica se había borrado para siempre de su memoria. Presa de pánico, dejó los sacos llenos de oro y recorrió la caverna en todas direcciones en busca de alguna hendidura, pero sólo encontró paredes graníticas, desesperadamente lisas. Igual que una bestia feroz, se mordía los puños con rabia y escupía babá sanguinolenta; mas no fue éste todo su castigo; todavía le quedaba la agonía de la muerte que no se hizo esperar.
En este momento de su narración, Sehahrazada vio que aparecía el alba y discretamente como siempre, calló:
PERO CUANDO LLEGÓ LA 855 NOCHE
Ella dijo:
“En efecto, los cuarenta ladrones regresaron al mediodía a su cueva, según su diaria costumbre, y vieron que diez mulas cargadas con grandes cofres estaban atadas a los árboles; a una señal de su jefe lanzaron sus caballos al galope hacia la entrada de la cavema, y, echando pie a tierra, comenzaron a buscar en las inmediaciones de la roca al hombre al que pudiesen pertenecerlas diez mulas; mas como sus pesquisas no diesen resultado, el jefe se decidió a entrar en la cueva, y, levantando su sable ante la puerta invisible, pronunció la fórmula mágica, y al momento la roca se dividió en dos mitades, que giraron en sentido inverso. El encerrado Kasín no dudó de su irremediable pérdida al oír los caballos y las exclamaciones sorprendidas y coléricas de los bandidos; pero como amaba su vida, quiso salvarla, y se escondió en un rincón, pronto a lanzarse hacia afuera a la primera oportunidad. Cuando oyó pronunciar la palabra. “sésamo”, maldijo su corta memoria, y, apenas vio que la puerta se entreabría, se lanzó hacia fuera como un carnero, con la cabeza baja, tan violentamente y con tan poca prudencia, que chocó contra el jefe de los cuarenta ladrones, derribándolo cuan largo era; pero los demás bandidos se abalanzaron contra Kasín, y, con sus sables le atravesaron de parte a parte, y en un abrir y cerrar de ojos fue descuartizado y separados de su tronco la cabeza y los brazos y las piernas; éste fue su destino.
Los bandidos, después de limpiar sus sables, entraron en la caverna, y viendo alineados ante la salida los sacos que había llenado Kasm se apresuraron a vaciar su contenido allí donde había estado antes, pero no se dieron cuenta de lo que faltaba, del oro que se había llevado Alí Babá. A continuación se reunieron en- círculo para celebrar consejo, y deliberaron largamente; pero en la ignorancia de haber sido despojados por Áli Babá, no pudieron comprender cómo había podido introducirse nadie en su refugio, por lo que decidieron' no seguir ocupándose de ello por más tiempo, y después de haber descargado sus nuevas adquisiciones y descansado un rato prefirieran salir de la cueva y montar a caballo para ir a asaltar las rutas de las caravanas, pues eran hombres activos que despreciaban las largas reflexiones y las palabras; pero ya volveremos a encontrarlos cuándo llegue el momento.
La esposa de Kasín, aquella maldita mujer, fue la causa de la muerte de su marido, quien, por otra parte, merecía su fin. La perfidia de esta mujer fue la que inventó el ardid del sebo, que fue el punto de partida de todos los acontecimientos. Y no dudando del éxito de la expedición de su marido, había preparado una comida especial para celebrarlo; mas cuando vio que la noche llegaba y no se veía a Kasín ni sombra de él, se alarmó mucho, no porque le amase con exceso, sino porque le era necesario; entonces ella se decidió a ir a buscar a Alí Babá a su casa; y aquella maldita, que nunca se había rebajado a franquear el umbral de su puerta, con rostro preocupado, dijo al leñador: “¡Oh, hermano de mi esposo! Los hermanos se deben a los hermanos y los amigos a los amigos. Vengó a pedirte que me tranquilices respecto al paradero de tu hermano, que, como tú sabes, ha ido al bosque y todavía no ha vuelto, a pesar de lo avanzado de la noche. ¡Por Alah, oh rostro bendito! ¡Ve a ver qué es lo que ha sucedido en el bosque!” Alí Babá, que, a las claras se veía, estaba dotado de un espíritu compasivo, compartió la alarma de la esposa de Kasín, y dijo: “¡Que Alah aleje a los malhechores de la cabeza de tu esposo, hermana mía! ¡Ah! ¡Si Kasín hubiese querido escuchar mi consejo me hubiese llevado con él como guía! Mas no te inquietes por su retraso, porque, sin duda, lo habrá hecho a propósito, para no llamar la atención de los viandantes al entrar en la ciudad a altas horas de la noche.” Aunqué esto fuese verosínnil, la realidad era que Kasín se había convertido en seis trozos de Kasín: dos brazos, dos piernas, un tronco y una cabeza, que los ladrones habían colocado en el interior de la galería, tras la puerta de roca a fin de que su sola presencia espantase a cualquiera que tuviese la audacia de franquear aquel umbral. Alí Babá tranquilizó como pudo a la mujer de su hermano y le hizo notar que cualquier pesquisa sería inútil en aquella noche sombría, por lo que la invitó cordialmente a pasar la noche en su compañía. La esposa de Alí Babá la hizo acostar en su propio lecho; no sin antes haberle asegurado Alí Babá que con la aurora saldría para el bosque.
En efecto, con las primeras luces de la mañana, el bondadoso leñador abandonó su casa seguido de sus tres asnos después de recomendar a su esposa que cuidase de la esposa de su hermano Kasín. Al aproximarse a la roca y no ver a los mulos, Alí Babá pensó que algo grave debía haber pasado; su inquietud aumentó al ver el suelo manchado de sangre, y, con voz temblorosa por la emoción, pronunció las palabras mágicas y entró en la caverna. El espectáculo de los miembros descuartizados de Kasín le hizo caer, tembloroso, de rodillas, mas sobreponiéndose a su emoción se aprestó a cumplir sus últimos deberes para con su hermano que, despues de todo, era musulmán e hijo de sus mismos padres. Así, pues, cogió de la caverna dos grandes sacos, metió en ellos el cuerpo descuartizado de su hermano, y, poniéndolos sobre uno de sus asnos, los recubrió cuidadosamente con ramaje. Luego, ya que estaba allí, pensó que debería aprovechar la ocasión para coger algunos sacos de oro, evitando así que dos de sus asnos regresaran de vacío. Una vez realizado este trabajo, cubiertos todos los sacos con ramaje como la primera vez, y después de ordenar a la puerta que se cerrase, tomó el camino de la ciudad, deplorando en su interior el triste fin de su hermano.
