西语阅读:《一千零一夜》连载三十七(7)

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Cuando el pícaro Kasín, que no esperaba este desastroso desenlace, se convenció de que no recorda­ba la fórmula mágica, para tratar de rememorarla comenzó a estru­jar su cerebro inútilmente, pues el nombre mágica se había borrado para siempre de su memoria. Presa de pánico, dejó los sacos llenos de oro y recorrió la caverna en todas direcciones en busca de alguna hendidura, pero sólo encontró pare­des graníticas, desesperadamente li­sas. Igual que una bestia feroz, se mordía los puños con rabia y escu­pía babá sanguinolenta; mas no fue éste todo su castigo; todavía le que­daba la agonía de la muerte que no se hizo esperar.

En este momento de su narración, Sehahrazada vio que aparecía el alba y discretamente como siempre, calló:

PERO CUANDO LLEGÓ LA 855 NOCHE

Ella dijo:

“En efecto, los cuarenta ladrones regresaron al mediodía a su cueva, según su diaria costumbre, y vie­ron que diez mulas cargadas con grandes cofres estaban atadas a los árboles; a una señal de su jefe lan­zaron sus caballos al galope hacia la entrada de la cavema, y, echando pie a tierra, comenzaron a buscar en las inmediaciones de la roca al hom­bre al que pudiesen pertenecerlas diez mulas; mas como sus pesquisas no diesen resultado, el jefe se deci­dió a entrar en la cueva, y, levan­tando su sable ante la puerta invisi­ble, pronunció la fórmula mágica, y al momento la roca se dividió en dos mitades, que giraron en sentido in­verso. El encerrado Kasín no dudó de su irremediable pérdida al oír los caballos y las exclamaciones sorpren­didas y coléricas de los bandidos; pero como amaba su vida, quiso sal­varla, y se escondió en un rincón, pronto a lanzarse hacia afuera a la primera oportunidad. Cuando oyó pronunciar la palabra. “sésamo”, mal­dijo su corta memoria, y, apenas vio que la puerta se entreabría, se lan­zó hacia fuera como un carnero, con la cabeza baja, tan violentamente y con tan poca prudencia, que chocó contra el jefe de los cuarenta ladro­nes, derribándolo cuan largo era; pe­ro los demás bandidos se abalanza­ron contra Kasín, y, con sus sables le atravesaron de parte a parte, y en un abrir y cerrar de ojos fue des­cuartizado y separados de su tronco la cabeza y los brazos y las piernas; éste fue su destino.

Los bandidos, después de limpiar sus sables, entraron en la caverna, y viendo alineados ante la salida los sacos que había llenado Kasm se apresuraron a vaciar su con­tenido allí donde había estado an­tes, pero no se dieron cuenta de lo que faltaba, del oro que se ha­bía llevado Alí Babá. A continua­ción se reunieron en- círculo para celebrar consejo, y deliberaron lar­gamente; pero en la ignorancia de haber sido despojados por Áli Babá, no pudieron comprender cómo había podido introducirse nadie en su re­fugio, por lo que decidieron' no se­guir ocupándose de ello por más tiempo, y después de haber descar­gado sus nuevas adquisiciones y des­cansado un rato prefirieran salir de la cueva y montar a caballo para ir a asaltar las rutas de las caravanas, pues eran hombres activos que des­preciaban las largas reflexiones y las palabras; pero ya volveremos a en­contrarlos cuándo llegue el momento.

La esposa de Kasín, aquella maldita mujer, fue la causa de la muerte de su marido, quien, por otra parte, merecía su fin. La perfidia de esta mujer fue la que inventó el ardid del sebo, que fue el punto de parti­da de todos los acontecimientos. Y no dudando del éxito de la expedi­ción de su marido, había preparado una comida especial para celebrar­lo; mas cuando vio que la noche lle­gaba y no se veía a Kasín ni sombra de él, se alarmó mucho, no porque le amase con exceso, sino porque le era necesario; entonces ella se deci­dió a ir a buscar a Alí Babá a su casa; y aquella maldita, que nun­ca se había rebajado a franquear el umbral de su puerta, con rostro preocupado, dijo al leñador: “¡Oh, hermano de mi esposo! Los herma­nos se deben a los hermanos y los amigos a los amigos. Vengó a pedir­te que me tranquilices respecto al paradero de tu hermano, que, como tú sabes, ha ido al bosque y todavía no ha vuelto, a pesar de lo avanzado de la noche. ¡Por Alah, oh rostro bendito! ¡Ve a ver qué es lo que ha sucedido en el bosque!” Alí Babá, que, a las claras se veía, estaba do­tado de un espíritu compasivo, com­partió la alarma de la esposa de Kasín, y dijo: “¡Que Alah aleje a los malhechores de la cabeza de tu esposo, hermana mía! ¡Ah! ¡Si Kasín hubiese querido escuchar mi consejo me hubiese llevado con él como guía! Mas no te inquietes por su retraso, porque, sin duda, lo habrá hecho a propósito, para no llamar la atención de los viandantes al entrar en la ciu­dad a altas horas de la noche.” Aun­qué esto fuese verosínnil, la realidad era que Kasín se había convertido en seis trozos de Kasín: dos brazos, dos piernas, un tronco y una cabe­za, que los ladrones habían coloca­do en el interior de la galería, tras la puerta de roca a fin de que su sola presencia espantase a cualquie­ra que tuviese la audacia de fran­quear aquel umbral. Alí Babá tran­quilizó como pudo a la mujer de su hermano y le hizo notar que cual­quier pesquisa sería inútil en aque­lla noche sombría, por lo que la in­vitó cordialmente a pasar la noche en su compañía. La esposa de Alí Babá la hizo acostar en su propio lecho; no sin antes haberle asegura­do Alí Babá que con la aurora sal­dría para el bosque.

En efecto, con las primeras lu­ces de la mañana, el bondadoso leñador abandonó su casa seguido de sus tres asnos después de reco­mendar a su esposa que cuidase de la esposa de su hermano Kasín. Al aproximarse a la roca y no ver a los mulos, Alí Babá pensó que algo grave debía haber pasado; su inquietud aumentó al ver el suelo manchado de sangre, y, con voz temblorosa por la emoción, pronun­ció las palabras mágicas y entró en la caverna. El espectáculo de los miembros descuartizados de Kasín le hizo caer, tembloroso, de rodillas, mas sobreponiéndose a su emoción se aprestó a cumplir sus últimos de­beres para con su hermano que, des­pues de todo, era musulmán e hijo de sus mismos padres. Así, pues, co­gió de la caverna dos grandes sacos, metió en ellos el cuerpo descuarti­zado de su hermano, y, poniéndolos sobre uno de sus asnos, los recubrió cuidadosamente con ramaje. Luego, ya que estaba allí, pensó que debería aprovechar la ocasión para coger al­gunos sacos de oro, evitando así que dos de sus asnos regresaran de va­cío. Una vez realizado este trabajo, cubiertos todos los sacos con ramaje como la primera vez, y después de ordenar a la puerta que se cerrase, tomó el camino de la ciudad, deplo­rando en su interior el triste fin de su hermano.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19