En cuanto la esposa de Kasín vio que su parienta se marchó, se apresuró a mirar el fondo de la medida; su sorpresa fue muy grande al ver una pieza de oro pegada al sebo en lugar de algún grano de haba o avena. Su rostro se puso amarillo y sus ojos sombríos como la noche, y, comida de celos y devorada por la envidia, exclamó: “¡Así sea destruida su casa! ¿Desde cuándo esos miserables pueden medir el oro por celemines?” Se sentía tan furiosa que, no pudiendo dominar su impaciencia por ver a su esposo, envió rápidamente a una esclava a buscarlo a la tienda. Cuando el sorprendido Kasín entró en la casa, la mujer le recibió con exclamaciones furibundas. Sin dejarle tiempo a que se recobrase de la sorpresa, le puso el dinar ante las narices, y le gritó: “¿Lo ves? ¡Pues no es más que lo que les sobre a esos miserables! ¡Tú te crees rico y todos los días te felicitas por tener una tienda y clientes, mientras que tu hermano no tiene más que tres asnos por toda fortuna! ¡Desengáñate, oh jeique! Alí Babá, ese leñador, ese don nadie, no se contenta con contar su oro, como tú, pues él lo mide! ¡Por Alah que lo mide como si fuese grano!” Y en medio de un torrente de palabras, gritos y vociferaciones, le puso al corriente del asunto, y le explicó la estratagema de la que se había valido para hacer el asombroso descubrimiento de la riqueza de Alí Babá, y añadió: “¡Pero esto no es todo, oh jeique! ¡Ahora tú debes averiguar cuál es el origen de la fortuna de tu miserable hermano, ese maldito hipócrita que simula ser pobre y mide el oro por celemines!” Al oír estas palabras de su esposa, Kasín no dudó de la realidad de la fortuna de su hermano, y, lejos de alegrarse al saber que el hijo de sus padres estaría desde entonces al abrigo de toda necesidad, sintió que la envidia se enseñoreaba de su ánimo:
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana y discreta, se calló.
PERO CUANDO LLEG6 LA 854 NOCHE
Ella dijo:
“...y levantándose, al momento corrió a casa de su hermano para ver por sus propios ojos lo que había, y encontró a Alí Babá todavía con el pico en la mano, terminando de enterrar su tesoro, y abordándole, sin siquiera llamarle por su nombre y sin tratarle de hermano, pues había olvidado el parentesco mucho antes de conocer la noticia de su fortuna, le dijo: “¡Es así, oh padre de los asnos, como recelas y te ocultas de nosotros! ¡Sí! ¡Continúas aparentando pobreza y miseria ante las gentes, para después en tu vivienda piojosa medir el oro como el mercader de granos sus mercancías!” Alí Babá se turbó mucho al oír estas palabras, pero no porque fuese avaro o interesado, sino porque le constaba la malicia de su hermano y de la esposa de éste, y respondió: “¡Por Alah! No sé a qué te refieres. Apresúrate a explicarte y seré franco contigo, a pesar de que hace muchos años que has olvidado el lazo de sangre que nos une y desvías la mirada cada vez que te encuentras conmigo o con mis hijos.” Entonces, el autoritario Kasín dijo: “No se trata de eso, Alí Babá, sino de que me saques de la ignorancia, pues no sé por qué has de tener interés en ocultármelo”; y le mostró el dinar de oro todavía manchado de sebo, y mirando a su hermano de reojo le dijo: “¿Cuántas medidas de dinares semejantes a éste tienes en tu granero, bribón? ¿Y cómo has reunido tanto oro, vergüenza de nuestra casa?”-. Después en pocas palabras, le contó cómo su esposa había embadurnado de sebo el fondo de la medida que le había prestado y cómo aquella pieza de oro se había pegado. Cuando Alí Babá hubo escuchado las explicaciones de su hermano comprendió que lo sucedido ya no se podía remediar, por lo que sin hacer el menor gesto de asombro dijo: “¡Alah es generoso, hermano mío, ya que Él nos envía sus dones! ¡Que Él sea exaltado!”; y le contó con toda clase de detalles su historia del bosque, excepto lo referente a la fórmula mágica, y añadió ¡Hermano mío! Nosotros somos hijos del mismo padre y de la misma madre, y por eso todo lo mío es tuyo; yo deseo, si tú te dignas aceptarlo, ofrecerte la mitad del oro que he cogido de la caverna. El pícaro Kasín, que era tan avaro como malvado, respondió: “Ciertamente es así como tú lo entiendes; pero yo quiero saber cómo podría entrar en la caverna, y, sobre todo, no me engañes, pues en tal caso iría a denunciarte a la justicia como cómplice de los ladrones.” El buen Alí Babá, pensando en el destino de su mujer e hijos en el caso de que fuese denunciado le reveló las tres palabras de la fórmula mágica, impulsada más por su naturaleza amable que por las amenazas de un hermano tan bárbaro.
Kasín, sin dirigirle una palabra de agradecimiento, le dejó bruscamente, resuelto a ir él solo a apoderarse de todo el tesoro de la, cueva. A la mañana siguiente, antes que amaneciese, partió hacia el bosque llevando con él diez mulas cargadas con gránedes cofres que se proponía llenar con el producto de su primera expedición; por otro lado se decía que una vez hubiese dado buena cuenta de las provisiones y riquezas sacadas de la gruta en el primer viaje, se reservaría el derecho de hacer una segunda expedición con mayor número de mulas, e incluso, si así lo decidía, con una caravana de camellos. Siguió al pie de la letra las indicaciones de Alí Babá, quien en su bondad había llegado incluso a ofrecérsele como guía; pero había desistido de su ofrecimiento al ver la sospecha reflejada en la sombría mirada de Kasín. Pronto llegó ante la roca, que reconoció por su aspecto enteramente liso, y por un árbol que le daba sombra, y alargando los brazos hacia ella dijo: ¡Sésamo, ábrete!” Súbitamente la roca se endió por la mitad y Kasín, que había dejado sus mulas atadas a los árboles, penetró en la caverna, cuya entrada se cerró tras él gracias a la fórmula mágica. Su asombro no tuvo límites a la vista de tantas riquezas acumuladas, y al contemplar aquel oro amontonado y aquellas joyas guardadas en vasijas. Un gran deseo, cada vez más intenso, de ser el dueño de aquel tesoro, se apoderó de el, si bien se dio cuenta de que para transportar todo aquello no sería suficiente, no ya sólo una caravana de camellos, sino aún todos los camellos que viajan desde los confines de
