西语阅读:《一千零一夜》连载三十七(5)

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En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discreta.

PERO CUANDO LLEGó LA 853 NOCHE

Ella dijo:

“Y sin aguijonearlos tomó con ellos el camino de la ciudad, y al lle­gar ante su casa, como encontrase que las puertas estaban cerradas, se dijo: “¿Y si ensayase sobre ellas el poder de la fórmula mágica?”; y en voz alta exclamó: “Sésamo, ábre­te!”; al instante las puertas, se abrie­ron, y Alí Babá, sin anunciar su lle­gada, penetró con sus asnos en el pequeño corral de su casa, y vol­viéndose hacia la puerta; dijo: “¡Sé­samo, ciérrate!”; y la puerta, girando sin ruido sobre sí misma, se cerró. Así se convenció Alí Babá de que era poseedor de un secreto incompa­ rable y de que estaba dotado de un misterioso poder, cuya adquisición no le había costado mas que un pe­queño susto, debido más que nada a los semblantes amenazadoras de los cuarenta ladrones y al aspecto feroz de su jefe. Cuando la esposa de Alí Babá vio los asnos en el co­rral y a su esposo descargándolos, corrió hacia él batiendo palmas y exclamando: “¡Oh marido! ¿Cómo abres las puertas que yo misma he atrancado? ¡La protección de Alah para todos nosotros! ¿Qué es lo que traes en este bendito día en esos sa­cos tan pesados que jamás he visto en nuestra casa?” Alí Babá, sin con­testar a la primera pregunta, respon­dió: “¡Oh mujer! Estos sacas nos vie­nen de Alah, y debes ayudarme a llevarlos a casa en lugar de ator­mentarme con preguntas sobre puer­tas.” La esposa del leñador, domi­nando su curiosidad, le ayudó a car­gar los sacos sobre sus espaldas y a llevarlos, uño tras otro, al interior de la casa,. Como ella los palpase y notase que contenían monedas; pen­só que debían ser de cobre. Este des­cubrimiento, aunque incompleto e inferior a la realidad, sumió su áni­mo en una gran inquietud, y termi­nó por creer que su esposo se debía haber asociado con, ladrones o gen­tes parecidas, pues, si no, ¿cómo ex­plicar la presencia de aquellos sacos llenos de monedas? Cuando todos los sacos estuvieron en el interior de la casa, la mujer no pudo contener­se más y abrió uno de éstos, y al hundir sus manos en él y comprobar el contenido, exclamó: “¡Oh, que desgracia! ¡Estamos perdidos sin re­medio, nosotros y nuestros hijos!”

Al oír los gritos y lamentaciones de su esposa, Alí Babá, indignado, exclamó: “¡Maldita! ¿Por qué aúllas así? ¿Es que quieres atraer sobre nuestras cabezas el castigo de los la­drones?” Y ella dijo: “¡Oh hijo de mi tío! La desgracia ha entrado en esta casa junto con esos sacos de monedas, ¡Por mi vida, apresúrate a colocarlos sobre los lomos de los asnos y a llevártelos lejos de aquí, pues mi corazón no estará tranquilo mientras se hallen en nuestra casa!” El marido respondió: “¡Alah confun­da a las mujeres desprovistas de jui­cio! Bien veo, hija de mi tío, que piensas que estos sacos son robados. Tranquilízate, pues nos vienen del Generoso, quien ha hecho que los en­contrase en el bosque. Por otro la­do, voy a contarte cómo ha sido el hallazgo; pero antes vaciaré los sa­cos y te enseñaré el contenido.” Alí Babá cogió un saco y lo vació so­bre la estera, y sonoras carcajadas de oro iluminaron con millones de reflejos la pobre habitación del leña­dor; éste, satisfecho al ver a su mu­jer espantada ante tal espectáculo, hundiendo sus manos en un montón de oro, le dijo: “¡Oh mujer! íEscú­chame ahora!”; y le contó su aven­turá desde el comienzo, hasta el fin sin omitir detalle; mas no es de uti­lidad el repetirla aquí Cuando la es­posa hubo oído el relato del hallazgo, sintió que en su corazón, el es­panto dejaba sitio a una gran ale­gría, por lo que henchida de satis­facción exclamó: “¡Oh día claro y luminoso! ¡Alabemos a Alah, que ha hecho entrar en nuestra casa los bie­nes mal adquiridas por esos cuaren­ta ladrones, salteadores de caminos, y que de este modo vuelve lícito lo que era ilícito! ¡Él es el Generoso donador!”; y al instante se levantó y comenzó a contar los dinares; mas Alí Babá, riéndose, le dijo: “¿Qué haces? ¿Cómo puedes pensar en contar todo eso? ¡Levántate en se­guida y ven a ayudarme a cavar una fosa en nuestra cocina, a fin de que este tesoro quede oculto sin dejar rastro y pase inadvertido aun para el más avisado. Si así no lo hacemos, atraeremos sobre nosotros la curio­sidad de nuestros vecinos y de los oficiales de policía.”

La mujer, que amaba el orden y que quería hacerse una idea exacta de la riqueza que había adquirido en aquel día bendito, respondió: “Cier­tamente, no quiero retrasar el mo­mento de contar este oro, ya que no puedo permitir que lo entierres sin antes haberlo pesado o medido. Te suplico, ¡oh hijo de mi tío!, que me des tiempo para ir a buscar una medida y lo mediré en tanto que tú cavas la fosa. Así podremos sa­ber a conciencia lo que debemos considerar superfluo o necesario pa­ra nuestros hijos.,” Aun cuando al leñador aquella precaución le pa­reciese poco menos que inútil, no queriendo contrariar a su mujer en unos momentos tan dichosos, le di­jo: “¡Sea!, pero ve y vuelve rá­pidamente, y, sobre todo, ¡guárda­te mucho de divulgar nuestro se­creto o decir la menor palabra!” La esposa de Alí Babá salió en busca de la medida en cuestión y pensó que lo más rápido sería ir a pedir una a la esposa de Kasín, el hermano de su marido, cuya casa no estaba muy lejos. Entró, pues, en la casa de la esposa de Kasín, la rica y fa­tua, aquella que nunca se dignaba invitar a comer a su casa al pobre Alí Babá ni a su mujer, porque no tenía fortuna ni amistades, aquella misma que nunca había enviado la más pequeña golosina durante las fiestas o aniversarios a los hijos de Alí Babá, ni comprado para ellos un puñado de guisantes, como hacen las gentes muy ricas para regalar a los hijos de la gente muy pobre. Después de ceremoniosos saludos, le pidió una medida de madera por unos momentos. Cuando la esposa de Kasín oyó la palabra medida se sorprendió mucho, ya que sabía que Alí Babá y su mujer eran muy po­bres y ella no podía comprender a qué uso destinarían aquel utensilio, del que de ordinario no se sirven más que los propietarios de grandes provisiones de grano, en tanto que las demás se .contentan con comprar su grano para el día o la semana en casa del abacero. En otra circuns­tancia, sin duda alguna se lo hubiese negado sin importarle el pretexto, mas esta vez sentía demasiado pica­da su curiosidad para dejar escapar la ocasión de satisfacerla; y por esto le dijo: “¡Que Alah aumente sus fa­vores sobre vosotros, oh madre de Ahmad! ¿La medida la quieres gran­de o pequeña?” La esposa del leña­dor respondió: “La más grande que tengas, ¡oh mi dueña!” La esposa de Kasín fue a buscar ella misma la medida en cuestión: No hay duda de que aquella mujer era descendien­te de veinte truhanes, ¡que Alah nie­gue sus favores a los de esta espe­cie y confunda a todos sus descen­dientes!, porque, queriendo saber a toda costa qué clase de grano era el que su parienta quería medir, se valió de una superchería.

En efecto, corrió a coger la me­dida, y diestramente dio una capa de sebo al fondo y las paredes de ésta; después, volviendo al lado de su parienta, se excusó por haber­ la hecho esperar y se la entregó. La mujer de Alí Babá le dio las gracias y se apresuró a regresar a su casa. Una vez en ella, puso la medida sobre el montón de oro, y después de llenarla la vació un poco más lejos, repitiendo esta operación muchas veces y marcando cada una de ella sobre el muro con un trozo de carbón, así tantas rayas como ve­ces la llenaba y vaciaba. Alí Babá, por su parte, terminó su trabajo de cavar la fosa en la cocina y regresó junto a su esposa, quien le mostró jubilosamente las numerosas rayas de carbón, y le encomendó el trabajo de enterrar todo el oro mientras ella iba con toda diligencia a devolver la medida a la impaciente esposa de Kasín; mas la infeliz no sabía que un dinar de oro estaba pegado en el fondo de la medida, gracias a la artimaña de aquella pérfida. Devol­vió, pues, la medida a su parienta, y, dándole las gracias, le dijo: “De­seo devolvértela rápidamente, ¡oh mi dueña!, para no abusar de tu­ bondad.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19