西语阅读:《一千零一夜》连载十三(6)

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Entonces fui a entregar a los mer­caderes su dinero con los intereses que les correspondían. En cuanto a mí, desde el instante que dejé de verla perdí todo mi sueño durante todas mis noches. Pero en fin, pasa­dos algunos días, vi llegar al esclavo y lo recibí con solicitud y generosi­dad, rogándole que me diese noticias. Y él me dijo: “Ha estado enferma estos días;” Y yo insistí: “Dame al­gunos pormenores acerca de ella.” Y él respondió: “Esta joven ha sido educada por nuestra ama Zobeida, esposa favorita de Harun Al-Rachid, y ha entrado en su servidumbre. Y nuestra ama Zobeida la quiere como si fuese hija suya, y no la niega nada. Pero el otro día le pidió permiso para salir, diciéndole: “Mi alma desea pasearse un poco y volver en seguida a palacio.” Y se le concedió el permiso. Y desde aquel día no dejó de salir y de volver a palacio, con tal frecuencia, que acabó por ser peritísima en compras, y se con­virtió en la proveedora de nuestra ama Zobeida. Entonces te vio, y le habló de ti a nuestra ama, rogándole que la casase contigo. Y nuestra ama le contestó: “Nada puedo decirte sin conocer a ese joven. Si me convenzo de que te iguala en cualidades, te uniré con él.” Pero ahora vengo a decirte que nuestro propósito es que entres en palacio. Y si logramos hacerte entrar sin que nadie se entere puedes estar seguro de casarte, pero si se descubre te cortarán la cabeza. ¿Qué dices a esto?” Yo respondí: “Que iré contigo.” Entonces me dijo: “Apenas llegue la noche, dirígete a la mezquita que Sett-Zobeida ha man­dado edificar junto al Tigris. Entra, haz tu oración, y aguárdame.” Y yo respondí: “Obedezco, amo, y honro.”

Y cuando vino la noche fui a la mezquita, entré, me puse a rezar, y pasé allí toda la noche. Pero al amanecer vi, por una de las ventanas que dan al río, que llegaban en una barca unos esclavos llevando dos cajas vacías. Las metieron en la mez­quita y se volvieron a su barca. Pero una de ellos, que se había que­dado detrás de los otros, era el que me había servido de mediador. Y a los pocos momentos vi llegar a la mezquita a mi amada, la dama de­ Sett-Zobeida. Y corrí a su encuentro, queriendo estrecharla entre mis bra­zos. Pero ella huyó hacia donde estaban las cajas vacías e hizo una seña al eunuco, que me cogió, y antes de que pudiese defenderme me encerró en una de aquellas cajas. Y en el tiempo que se tarda en abrir un ojo y cerrar el otro, me llevaron al palacio del califa. Y me sacaron de la caja. Y me entregaron trajes y efectos que valdrían­ lo menos cincuenta mil dracmas. Después vi a otras veinte esclavas blancas. Y en medio de ellas estaba Sett-Zobeida, que no podía moverse de tantos esplendores como llevaba.

Y las damas formaban dos filas frente a la sultana. Yo di un paso y besé la tierra entre sus manos. Entonces me hizo seña de que me sentase, y me senté entre sus manos. En seguida me interrogó acerca de mis negocios, mi parentela y mi lina­je, contestándole yo a cuanto me preguntaba. Y pareció muy satisfe­cha, y dijo: “¡Alah! ¡Ya veo que no he perdido el tiempo criando a esta joven, pues le encuentro un es­poso cual éste!” Y añadió: “¡Sabe que la considero como si fuese mi propia hija, y será para ti una esposa sumisa y dulce ante Alah y ante ti!” Y entonces me incliné, besé la tie­rra y consentí en casarme.

Y Sett-Zobeida me invitó a pasar en el palacio diez días. Y allí perma­necí estos diez días, pero sin saber nada de la joven. Y eran otras jóve­nes las que me traían el almuerzo y la comida y servían a la mesa.

Transcurrido el plazo indispensable para los preparativos de la boda, Sett-Zobeida rogó al Emir de los Creyentes el permiso para la boda. Y el califa, después de dar su venia, regaló a la joven diez mil dinares de oro. Y Sett-Zobeida mandó a buscar al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de matrímo­nio. Después empezó la fiesta Se prepararon dulces de todas clases y los manjares de costumbre. Comi­mos, bebimos y se repartieron platos de comida por toda la ciudad, du­rando el festín diez días completos. Después llevaron a la joven al ham­mam para prepararla, según es uso.

Y durante este tiempo se puso la mesa para mí y mis convidados, se trajeron platos exquisitos, y entre otras cosas, en medio de pollos asa­dos, pasteles de todas clases, rellenos deliciosos y dulces perfumados con almizcle y agua de rosas, había un plato de rozbaja capaz de volver loco al espíritu más equilibrado. Y yo, ¡por Alah! en cuanto me senté a la mesa, no pude menos de preci­pitarme sobre este plato, de rozbaja y hartarme de él. Después me seque las manos.

Y así estuve, tranquilo hasta la noche. Pero se encendieron las antor­chas y llegaron las cantoras y tañe­doras de instrumentos. Después se procedió a vestir a la desposada. Y la vistieron siete veces con trajes diferentes, en medio de los cantos y del sonar de los instrumentos. En cuanto al palacio, estaba lleno com­pletamente por una muchedumbre de convidados. Y yo, cuando hubo terminado la ceremonia, entré en el aposento reservado, y me trajeron a la novia, procediendo su servidum­bre a despojarla de todos los vestí­dos, retirándose después.

La cogí entre mis brazos; y tal era mi ventura, que me parecía men­tira el poseerla. Pero en este mo­mento notó el olor de mi mano con la cual había comido la rozbaja; y apenas lo notó lanzó un agudo chí­llido.

Inmediatamente acudieron por to­das partes las damas de palacio, mientras que yo, trémulo de emoción, no me daba cuenta de la causa de todo aquello. Y le dijeron: “¡Oh hermana nuestra! ¿qué te ocurre?” Y ella contestó: “¡Por Alah sobre vosotras! ¡Libradme al instante de este estúpido, al cual creí hombre de buenas. maneras!” Y yo le, pre­gunté; “¿por qué me juzgas estúpi­do o loco?” Y ella dijo: “¡Insensato! ¡Ya no te quiero, por tu poco juicio y tu mala acción!” Y cogió un látigo que estaba cerca de ella, y me azo­tó con tan fuertes golpes; que perdí el conocimiento. Entonos ella se detuvo, y dijo a las doncellas:- “Co­gedlo y llevádselo al gobernador de la ciudad, para que le corten la mano con que comió los ajos.” Pero ya había yo recobrado el conocimiento; y al oír aquellas palabras, exclamé: ¡No hay poder y fuerza más que en Alah Todopoderoso! ¿Pero por haber comido ajos me han de cortar una mano? ¿Quién ha visto nunca semejante cosa?” Entonces las don­sellas empezaron a interceder en mi favor, y le dijeron: “¡Oh hermana, no le castigues esta vez! ¡Concédenos la gracia de perdonarle!” En­ronces ella dijo: “Os concedo lo que pedís; no le cortarán la mano; pero de todos modos algo he de cortar­le de sus extremidades.” Después se fue y me dejó solo.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19