西语阅读:《一千零一夜》连载二十六(3)

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Cuando desperté no vi ya a ningu­no de los pasajeros, y el navío había partido sin que nadie se enterase de mi ausencia. En vano hube de mirar a derecha y a izquierda, adelante y atrás, pues no distinguí en toda la isla a otra persona que a mi mismo. A lo lejos se alejaba por el mar una vela que muy pronto perdí de vista.

Entonces quedé sumirlo en un es­tupor sin igual e insuperable; y sentí que mi vejiga biliar estaba a punto de estallar de tanto dolor y tanta pena. Porque, ¿qué podía ser de mí en aquella isla, habiendo dejado en el navío todos mis efectos y todos mis bienes? ¿Qué desastre iba a ocu­rrirme en esta soledad desconocida? Ante tan desconsoladores pensamientos; exclamé: “¡Pierde toda esperan­za, Sindbad el Marino! ¡Si la pri­mera vez saliste del apuro merced a circunstancias suscitadas por el Des­tino propicio, no creas que ocurrirá lo mismo siempre, pues, como dice el proverbio, se rompe el jarro cuando se cae dos veces!”

En tal punto me eché a llorar, gi­miendo, lanzando luego gritos es­pantosos, hasta que la desesperación se apoderó por completo de mi co­razón. Me golpeé entonces la cabeza con las dos manos, y exclamé ta­davía: “¿Qué necesidad ténías de via­jar ¡oh miserable! cuando en Bag­dad vivías entre delicias? ¿No po­seías manjares excelentes, líquidos excelentes y trajes excelentes? Qué te faltaba para ser dichoso? ¿No fue próspero tu primer viaje?” Enton­caes me tiré a tierra de bruces, llo­rando ya la propia muerte, y dicien­do: “¡Pertenecemos a Alah y hemos de tornar a él!” Y aquel día creí vol­verme loco.

Pero como por último comprendí que eran inútiles todos mis lamentos y mi arrepentimiento demasiado tar­dío, hube de conformarme con mi destino. Me erguí sobre mis piernas, y tras de haber andado algún tiem­po sin rumbo, tuve miedo de un en­cuentro desagradable con cualquier animal salvaje o con un enemigo des­conocido, y trepé a la copa de un arbol, desde donde me puse a ob­servar con más atención a derecha y a izquierda; pero no pude distin­guir otra cosa que el cielo, la tierra, el mar; los árboles, los pájaros, la arena y las rocas. Sin embargo, al fijarme más atentamente en un pun­to del horizonte, me pareció distin­guir un fantasma blanco y gigantes­co. Entonces me bajé del árbol atraído por tal curiosidad; pero, para­lizado de miedo, fui avanzando muy lentamente y con mucha cautela ha­cia aquel sitio. Cuando me encontré más cerca de la masa blanca, advertí que era una inmensa cúpula, de blan­cura resplandeciente, ancha de base y altísima. Me aproximé a ella más aún y la di por completo la vuelta; pero no descubrí la puerta de entra­da que buscaba. Entonces quisé en­caramame a lo alto; pera era tan lisa y tan escurridiza, que no tuve destreza, ni agilidad, ni posibilidad de ascender. Hube de contentarme, pues, con medirla; puse una señal sobre la huella de mi primer paso en la arena y de nuevo la di la vuelta contando mis pasos. Por este pro­edimiento supe que su circunfencia exacta era de cincuenta pasos, más bien que menos.

Mientras reflexionaba sobre el me­dia de que me valdría para dar con alguna puerta de entrada a salida de la tal cúpula, advertí que de pronto desaparecía el sol y que el día se tornaba en una noche negra. Prime­ro lo creí debido a cualquier nube inmensa que pasase por delante del sol, aunque la casa fuera imposible en pleno verano. Alcé, pues, la ca­beza para mirar la nube que tanto me asombraba, y vi un pájaro enor­me de alas formidables que volaba por delante de los ojos del sol, es­parciendo la obscuridad sobre la isla.

Mi asombro llegó entonces a sus límites extremas, y me acordé de lo que en mi juventud me habían conta­do viajeros y marineros acerca de un pájaro de tamaño extraordinario, llamado “rokh”, que se encontraba en una isla muy remota y que podía levantar un elefante. Saqué entones como conclusión que el pájaro que yo veía debía ser el rokh, y la cú­pula blanca a cuyo pie me hallaba debía ser un huevo entre los huevos de aquel rokh. Pero, no bien me asaltó esta idea, el pájaro descendió sobre el huevo y se posó enecima como para empollarle. ¡En efecto, extendió sobre el huevo sus alas ín­mensas, dejó descansando a ambos lados en tierra sus dos patas, y se durmió encima! (¡Bendito El que no duerme en toda la eternidad!)

Entonces yo, que me había echa­do de bruces en el suelo, y precisa­mente me encontraba debajo de una de las patas, lo cual me pareció más gruesa que el tronco de un árbol añoso, me levanté con viveza, des­enrollé la tela de mi turbante y luego de doblarla, la retorcí para servirme de ella como de una soga. La até sólidamente a mi cintura y sujeté ambos cabos con un nudo re­sistente a un dedo del pájaro. Porque que dije para mí: “Este pájaro enor­me acabará por remontar el vuelo, con lo que me sacará de esta soledad y me transportará a cualquier punto donde pueda ver seres huma­nos. ¡De cualquier modo, el lugar en que caiga será preferible a esta isla desierta, de la que soy el único habitante!”

¡Eso fue todo! ¡Y a pesar de mis movimientos, el pájaro no se cuidó de mi presencia más que si se tra­tara de alguna mosca sin importan­cia o alguna humilde hormiga que por allí pasase!

Así permanecí toda la noche, sin poder pegar ojo por temor de que el pájaro echase a volar y me llevase durante mi sueño. Pero no se movió hasta que fue de día. Sólo entonces se quitó de encima de su huevo, lan­zó un grito espantoso, y remontó el vuelo, llevándome, consigo. Subió y subió tan alto, que creí tocar la bó­veda del cielo; pero de pronto des­cendió con tanta rapidez, que ya no sentía yo mi propio peso, y abatióse conmigo en tierra firme. Se posó en un sitio escarpado, y yo, en seguida, sin esperar más, me apresuré a des­atar el turbante, con un gran terror de ser izado otra vez antes de que tuviese tiempo de librarme de mis ligaduras. Pero conseguí desatarme sin dificultad, y después de estirar mis miembros y arreglarme el traje, me alejé vivamente hasta hallarme fuera del alcance del pájaro, a quien de nuevo vi elevarse por los aires. Llevaba entonces en sus garras un enorme objeto negro, que no era otra cosa que una serpiente de in­mensa longitud y de forma detesta­ble. No tardó en desaparecér, diri­giéndo hacia el mar su vuelo.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19