Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis parientes, a mis amigos y a mis antiguos compañeros, e hice muchas dádivas a viudas y a huérfanm Por que había regresado más rico que nunca a causa de los últimos negocios hechos al vender mis mercancías.
Pero mañana, si Alah quiere, ¡oh amigos míos! os contaré la historia de mi cuarto viaje, que supera en interés a las.tres que acabáis de oír.”
Luego Sindbad el Marino, como los anteriores días, hizo que dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, invitándole a volver al día siguiente.
No dejó de obedecer el cargador, y volvió al otro día para escuchar lo que había de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida...
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 302 NOCHE
Ella dijo:
... para escuchar lo que había de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida.
EL MARINO, QUE TRATA DEL CUARTO VIAJE
Y dijo Sindbad el Marino:
“Ni las delicias ni los placeres de la vida de Bagdad, ¡oh amigos míos! me hicieron olvidar los viajes. Al contrario, casi no me acordaba de las fatigas sufridas y los peligros corridos. Y el alma pérfida que vivía en mí no dejó de mostrarme lo ventajoso que seiría recorrer de nuevo las comarcas de los hombres. Así es que no pude resistirme a sus tentaciones, y abandonando un día la casa y las riquezas, llevó conmigo una gran cantidad de mercaderías de precio, bastantes más que las que había llevado en mis últimos viajes, y de Bagdad partí para Bassra, donde me embarqué en un gran navío en compañía de varios notables mercaderes prestigiosamente conocidos.
Al principio fue excelente nuestro viaje por el mar, gracias a la bendíción. Fuimos de isla en isla y de tierra en tierra, vendiendo y comprando Y realizando beneficios muy apreciables, hasta que un día en alta mar hizo anclar el capitán, diciéndonos: “¡Estamos perdidos sin remedio!” Y de improviso un golpe de viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío, haciéndolo crujir por todas partes, y arrebató a los pasajeros, incluso el capitán, los marineros y yo mismo. Y se hundió todo el mundo y yo igual que los demás.
Pero, merced a la misericordia, pude encontrar sobre el abismo una tabla del navío, a la que me agarré con manos y pies, y encima de la cual navegamos durante medio día yo y algunos otros mercaderes que lograron asirse conmigo a ella.
Entonces, a fuerza de bregar con pies y manos, ayudados por el viento y la corriente, caímos en la costa de una isla, cual si fuésemos un montón de algas, medio muertos ya de frío y de miedo.
Toda una noche permanecimos sin movernos, aniquilados, en la costa de aquella isla. Pero al día siguiente pudimos levantarnos e intemarnos por ella, vislumbrando una casa, hacia la cual nos encaminamos.
Cuando, llegamos a ella, vimos que por la puerta de la vivienda salía un grupo de individuos completamente desnudos y negros, quienes se apoderaron de nosotros sin decirnos palabra y nos hicieron penetrar en una vasta sala donde aparecía un rey sentado en alto trono.
El rey nos ordenó que nos sentáramos, y nos sentamos. Entonces pusieron a nuestro alcance platos llenos de manjares como no los habíamos visto en toda nuestra vida. Sin embargo, su aspecto no excitó mi apetito, al revés de lo que ocurría a mis companeros, que comieron glotonamente para aplacar el hambre que les torturaba desde que nufragamos. En cuanto a mí, por abstenerme conservo la existencia hasta hoy.
