PERO CUANDO LLEGÓ LA 299 NOCHE
Ella dijo:
... advertimos que era un palacio de mucha altura, cuadrado, rodeado por sólidas murallas y que tenía una gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta y ningún portero la guardaba, la franqueamos y penetramos en seguida en una inmensa sala tan grande como un patio. Tenía por todo mobiliario la tal sala enormes utensilios, de cocina y asadores de una longitud desmesurada; el suelo, por toda alfombra, montones de huesos, ya calcinados unos, otros sin quemar aún. Dentro reinaba un olor que perturbó en extremo nuestro olfato. Pero como estábamos extenúados de fatigo y miedo, nos dejamos caer cuan largos éramos y nos dormimos profundamente
Ya se había puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso, despertándonos de repente; y vimot descender ante nosotros desde el techo a un ser negro con rostro humano, tan alto como una palmera, y cuyo aspecto era más horrible que el de todos los monos reunidos. Tenía los ojos rojos como dos tizones inflamados los dientes largos y salientes como los colmillos de un cerdo, una boca enorme, tan grande como el brocal de un pozo, labios que le colgaban sobre el pecho, orejas movibles como las del elefante y que le cubrían los hombros, y uñas ganchudas cual las garras del león.
A su vista, nos llenamos de terror, y después nos quedamos rígidos como muertos. Pero él fue a sentarse en un banco alto adosado a la pared, y desde allí comenzó a examinarnos en silencio y con toda atención uno a uno. Tras de lo cual se adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí, prefiriéndome a los demás mercaderes, tendió la mano y me cogio de la nuca, cual podía cogarse un lío de trapos. Me dio vueltas y vueltas en todas direcciones, palpándome como palparía un carnicero cualquier cabeza de carnero. Pero sin duda no debió encontrarme de su gusto, liquidado por el terror como yo estaba y con la grasa de mi piel disuelta por las fatigas del viaje y la pena. Entonces me dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó de mi vecino más próximo y lo manoseó, como me había manoseado a mí, para rechazarle luego y apoderarse del siguiente. De este modo fue cogiendo uno tras de otro a todos los mercaderes, y le tocó ser el último en el turno al capitán del navio.
Aconteció que el capitán era un hombre gordo y lleno de carne, y naturalmente, era el más robusto y sólido de todos los hombres del navío. Así es que el espantoso gigante no dudó en fijarse en él al elegir: le cogio entre su manos cual un carnicero cogería un cordero, le derribó en tierra, le puso un pie en el cuello y le desnucó con un solo golpe. Empuñó entonces uno de los inmensos asadores en cuestion y se lo introdujo por la boca haciéndolo salir por el ano. Entonces encendió mucha leña en el hogar que había en la sala, puso entre las llamas al capitán ensartado, y comenzó a darle vueltas lentamente hasta que estuvo en sazón. Le retiró del fuego entonces y empezo a trincharle en pedazos, como si se tratara de un pollo, sirviéndose para el caso de sus uñas. Hecho aquello le devoró en un abrir y cerrar de ojos. Tras de lo cual chupó los huesos, vaciándolos de la médula, y los arrojó en medio del montón que se alzaba en la sala.
Concluida esta comida, el espantoso gigante fue a tenderse en el banco para digerir, y no tardó en dormirse, roncando exactamente igual que un búfalo a quien se degollara o como un asno a quien se incitara a rebuznar. Y así permaneció dormido hasta por la mañana. Le vimos entonces levantarse y alejarse como había llegado, mientras permaneciamos inmóviles de espanto.
Cuando tuvimos la certeza de que había desaparecido, salimos del silencio que guardamos toda la noche, y nos comunicamos mutuamente nuestras reflexiones y empezamos a sollozar y gemir pensando en la suerte que nos esperaba.