西语阅读:《一千零一夜》连载二十八

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PERO CUANDO LLEGÓ LA 306 NOCHE

Ella dijo:

En cuanto a Sindbad el Car­gador, llegó a su casa, donde soñó toda la noche con el relato asombroso. Y cuando al día siguiente estuvo de vuelta en casa de Sindbad el Ma­rino, todavía se hallaba emocionado a causa del enterramiento de su hués­ped. Pero como ya habían extendido el mantel, se hizo sitio entre los demás, y comió, y bebió, y bendijo al Bienhechor. Tras de lo cual, en me­dio del general silencio, escuchó lo que contaba Sindbad el Marino.

LA QUINTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD

EL MARINO, QUE TRATA DEL QUINTO VIAJE

Dijo Sindbad:

“Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del cuarto viaje me dediqué a hacer una vida de alegría, de pla­ceres y de diversiones, y con ello olvidé en seguida mis pasados su­frimientos, y sólo me acordé de las ganancias admirables que me pro­porcionaron mis aventuras extraor­dinarias. Así es que no os asombréis si os digo que no dejé de atender a mi alma, la cual inducíame a nuevos viajes por los países de los hombres.

Me apresté, pues a seguir aquel impulso, y compré las mercaderías que a mi experiencia parecieron de más fácil salida y de ganancia se­gura y fructífera; hice que las encajonasen, y partí con ellas para Bassra.

Allí fui a pasearme por el puerto y vi un navío grande, nuevo com­pletamente, que me gustó mucho y que acto seguido compré para mí solo. Contraté a mi servicio a un buen capitán experimentado y a los necesarios marineros. Después man­dé que cargaran las mercaderías mis esclavos, a los cuales mantuve a bordo para que me sirvieran. Tam­bién acepté en calidad de pasajeros a algunos mercaderes de buen as­pecto, que me pagaron honradamen­te el precio del pasaje. De esta ma­nera, convertido entonces en dueño de un navío, podía ayudar al capitán con mis consejos, merced a la experiencia que adquirí en asuntos marítimos.

Abandonamos Bassra con el cora­zón confiado y alegre, deseándonos mutuamente, todo género de bendi­ciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento propicio y un mar cle­mente. Y después de haber hecho diversas escalas con objeto de ven­der y comprar, arribamos un día a una isla, completamente deshabitada y desierta, y en la cual se veía como unica vivienda una cúpula blanca. Pero al examinar más de cerca aque­lla cúpula blanca, adivine que se trataba de un huevo de rokh. Me ol­vidé de advertirlo a los pasajeros, los cuales, una vez que desembarcaron, no encontraron para entretenerse na­da mejor que tirar gruesas piedras a la superficie del huevo; y algunos instantes más tarde sacó del huevo una de sus patas el rokhecillo.

Al verlo, continuaron rompiendo el huevo los mercaderes; luego mata­ron a la cría del rokh, cortándola en pedazos grandes, y fueron a bordo para contarme la aventura.

,Entonces llegué al límite del te­rror, y exclamé: “¡Estamos perdidos! ¡En seguida vendrán el padre y la madre del rokh para atacamos y hacernos perecer! ¡Hay que alejarse, pues, de esta isla lo más de prisa posible! Y al punto desplegamos la vela y nos pusimos en marcha, ayu­dados por el viento.

En tanto, los mercaderes ocupa­banse en asar los cuartos del rokh; pero no habían empezado a saborear­los, cuando vimos sobre los ojos del sol dos gruesas nubes que lo tapa­ban completamente. Al hallarse más cerca de nosotros estas nubes, ad­vertimos no eran otra cosa que dos gigantescos rokhs, el padre y la ma­dre del muerto. Y les oimos batir las alas y lanzar graznidos más te­rribles que el trueno. Y en seguida nos dimos cuenta de que estaban precisamente encima de nuestras ca­bezas, aunque a una gran altura, sos­teniendo cada cual en sus garras una roca enorme, mayor que nues­tro navío.

Al verlo, no dudamos ya de que la venganza de los rokhs nos perdería. Y de repente uno de los rokhs dejó caer desde lo alto la roca en direc­ción al navío. Pero el capitán tenía mucha experiencia; maniobró con la barra tan rápidamente, que el navío viró a un lado, y la roca, pasando junto a nosotros, fue a dar en el mar, el cual abrióse de tal modo, que vi­mos su fondo, y el navío se alzó, bajó y volvió a alzarse espantable­mente. Pero quiso nuestro destino que en aquel mismo instante soltase el segundo Rokh su piedra, que, sin que pudiésemos evitarlo, fue a caer en la popa, rompiendo el timón en veinte pedazos y hundiendo la mitad del navío. Al golpe, mercaderes y marineros quedaron aplastados o su­mergidos. Yo fui de los que se su­mergieron.

Pero tanto luché con la muerte, impulsado por el instinto de conser­var mi alma preciosa, que pude salir a la superficie del agua. Y por for­tuna, logré agarrarme a una tabla de mi destrozado navío.


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