西语阅读:《一千零一夜》连载二十九(6)

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Entonces Sindbad el Marino mandó poner el mantel para sus convi­dados, y les dio un festín que duró treinta noches. Y después quiso te­ner a su lado, como mayordomo de su casa a Sindbad el Cargador. Y ambos vivieron en amistad perfecta y en el limite de la satisfacción, has­ta que fue a visitarlos aquella que hace desvanecerse las delicias, rompe las amistades, destruye los palacios y levanta las tumbas, la amarga muerte. ¡Gloria al Eterno, que no muere jamás.

Cuando Schahrazada, la hija del visir, acabó de contar la historia de Sindbad el Marino, sintióse un tanto fatigada, y como veía acercarse la mañana y no quería, por su discre­ción habitual, abusar del permiso concedido, se calló sonriendo.

Entonces la pequeña Doniazada, que maravillada y con los ojos muy abiertos había oído la historia pas­mosa, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a abrazar a su hermana, diciéndole: “¡Oh, Schahrazada, hermana mía! ¡cuán suaves, y puras, y gratas, y deliciosas para el paladar, y cuán sa­brosas en su frescura, son tus palabras! ¡Y qué terrible, y prodigioso, y temerario era Sindbad el Marino!­ Y Schahrazada sonrió y dijo:

“No creas, ¡oh rey afortunado! que todas las historias que has oído hasta ahora pueden valer de cerca ni de lejos lo que la HISTORIA PRO­DIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE, que me reservo contarte la noche próxima, si quieres.

Entonces el rey Schahriar dijo pa­ra sí: “No la mataré hasta después!” Y la pequeña Doniazada exclamó: “¡Oh qué amabla serías, Schahraza­da, si entretanto nos dijeras las pri­meras palabras!”

Entonces Schabrazada sonrió y dijo: “Cuentan que había un rey ¡Alah sólo es rey! en la ciudad, de...

En este momento de su narración Schahrazada vio aparecer la maña­na y se calló discreta.

Por la mañana salió el rey y se fue a la sala de justicia. Y el diván se llenó con la muchedumbre de visires, emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir, padre de Schahrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía aquella vez muerta de veras; pero el rey no le dijo nada del asunto, y siguió juzgando y nom­brando para los empleos, y destitu­yendo gobernando, y despachando los asuntos pendientes hasta termi­nar el día. Luego se levantó el di­ván y el rey volvió a palacio, mien­tras el gran visir seguía perplejo y en el límite extremo del asombro,

CUANDO LLEGÓ LA 339 NOCHE

El rey penetró en la habitación de Schahrazada, y la pequeña Do­niazada exclamó desde el lugar en que estaba acurrucada:

“¡Te ruego hermana, me digas a qué esperas para empezar la historia prometida!”

Y contestó Schahrazada sonrien­do: “¡No espero más que la venia de este rey bien educado y dotado de buenos modales!” Entonces con­testó el rey Schahriar: “¡Concedi­da!”

Y dijo Schahrazada:

HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE

“Cuentan que en el trono de los califas Omniadas, en Damasco, se sentó un rey -¡sólo Alah es rey!- ­que se llamaba Abdalmalek ben-Mer­wán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su reino acerca de nuestro señor Soleimán ben Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes, de su influencia y de su poder ilimitado sobre las tierras de las soledades, los efrits que pueblan el aire y los genios marítimos y sub­terráneos.

Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre an­tiguo cuyo contenido era una extra­ña humareda negra de formas dia­bólicas, asombrábase en extremo y parecía poner en duda la realidad de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso viajero Taleb ben-Sehl, quien confirmó el relato que acababan de escuchar y añadió: “En efecto, ¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron, en tiempos an­tiguos a los genios que rebeláronse ante las órdenes de Soleirnán, vasos arrojados al fondo del mar mugien­te, en los confines de Moghreb, en el Africa occidental, tras de sellar­los con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemen­te el alma condensada de los efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a sa­lir al aire libre.”

Al oír talas palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa Abdalmalek, que dijo a Taleb ben-Sehl: “¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así, pronto estoy a hacer por mí propio las in­vestigaciones necesarias. Habla.” El otro contestó: “¡Oh Emir de los Cre­yentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea pre­císo que te muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienen más que enviar una carta al emir Muza, tu lugarteniente en el país de los Moghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que guarda esos vasos, está unida al Moghreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro amo el califa!”.


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