西语阅读:《一千零一夜》连载三十一(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

El emir Muza y sus acompañantes subieron por las gradas del orato­rio, y al llegar a la plataforma se de­tuvieron mudos de sorpresa. Bajo un dosel de terciopelo salpicado de ge­mas y diamantes, en amplio lecho construido con tapices de seda su­perpuestos, reposaba una joven de tez brillante, de párpados entorna­dos por el sueño tras unas largas pestañas combadas, y cuya belleza realzábase con la calma admirable de sus acciones, con la corona de oro que ceñía su cabellera, con la dia­dema de pedrerías que constelaba su frente, y con el húmedo collar de perlas que acariciaba su dorada piel. A derecha y a izquierda del le­cho se hallaban dos esclavos, blanco uno y negro otro, armado cada cual con un alfanje desnudo y una pica de acero. A los pies del lecho había una mesa de mármol, en la que apa­recían grabadas las siguientes frases:

¡Soy la virgen Tadmor, hija del rey de los Amalecitas, y esta ciudad es mi ciudad! ¡Puedes llevarte cuanto plaz­ca a tu deseo, viajero que lograste pe­netrar hasta aquí! ¡Pero ten cuidado con poner sobre mí una mano viola­dora, atraído por mis encantos y por la voluptuosidad!

Cuando el emir Muza se repuso de la emoción que hubo de causarle la presencia de la joven dormida, dijo a sus acompañantes: “Ya es hora de que nos alejemos de estos lugares después de ver cosas tan asombrosas, y nos encaminamos hacia el mar en busca de los vasos de cobre. ¡Podéis, no obstante, coger de este palacio todo lo que os pa­rezca; pero guardaos de poner la­ mano sobre la hija del rey o de to­car a sus vestidos.”

Entonces dijo Taleb ben-Sehl: “¡Oh emir nuestro, nada en este Pa­lacio puede compararse a la belleza de esta joven! Sería una lástima de­jarla ahí en vez de llevárnosla a Da­masco para ofrecérsela al califa. ¡Valdría más semejante regalo que todas las ánforas de efrits del mar!” Y contestó el emir Muza: “No po­demos tocar a la princesa, porque sería ofenderla, y nos atraeríamos calamidades.” Pero exclamó Taleb: “¡Oh emir nuestro! las princesas, vi­vas o dormidas, no se ofenden nun­ca por violencias tales.” Y tras de haber dicho estas palabras, se acer­có a la joven y quiso levantarla en brazos. Pero cayó muerto de repente, atravesado por los alfanjes y las pi­cas de los esclavos, que le acertaron al mismo tiempo en la cabeza y en el corazón.

Al ver aquello, el emir Muza no quiso permanecer ni un momento más en el palacio, y ordenó a sus acompañantes que salieran de prisa para emprender el camino del mar.

Cuando llegaron a la playa, en­contraron allí a unos cuantos hom­bros negros ocupados en secar sus redes de pescar, y que correspon­dieron a las zalemas en árabe y con­forme a la fórmula musulmana. Y dijo el emir Muza al de más edad entre ellos, y que parecía ser el jefe: ¡Oh venerable jeique! venimos de parte de dueño el califa Ab­dalmalek ben-Merwán, para buscar en este mar vasos con efrits de tiempos del profeta Soleimán. ¿Puedes ayudarnos en nuestras investigacio­nes y explicarnos el misterio de esta ciudad donde están privados de mo­vinuento todos los seres?” Y contestó el anciano: “Ante todo, hijo mío, has de saber que cuantos pescadores nos hallamos en esta playa creemos en la palabra de Alah y en la de su Enviado (¡con él la plegaria y la paz!); pero cuantos se encuentran en esa Ciudad de Bronce están encan­tados desde la antigüedad, y perma­necerán así hasta el día del Juicio. Respecto a los vasos que contienen efrits, nada más fácil que prcurá­roslos, puesto que poseemos una porción de ellos, que una vez destapa­dos, nos sirven para cocer pescado y alimentos. Os daremos todos los que queráis. ¡Solamente es necesa­rio, antes de destaparlos, hacerlos resonar golpeándolos con las manos, y obtener de quienes los habitan el juramento de que reconocerán la verdad de la misión de nuestro pro­feta Mohammed, expiando su pri­mera falta y su rebelión contra la supremacía de Soleimán ben-Daúd!” Luego añadió: “Además, también deseamos daros, como testimonio de nuestra fidelidad al Emir de los Cre­yentes, amo de todos nosotros, dos hijas del mar que hemos pescado hoy mismo, y que son más bellas que todas las hijas, de los hombres.”

Y cuando hubo dicho estas pala­bras, el anciano entregó al emir Muza doce vasos de cobre, sellados en plomo con el sello de Soleimán, Y las dos hijas del mar, que eran dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y re­dondos y duros cual guijarros mari­nos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que ge­neralmente son patrimonio de las hi­jas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de la pro­pia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos, y contentábanse con responder única­mente con la sonrisa de sus ojos a todas las preguntas que se les di­rigían.

No dejaron de dar las gracias al anciano por su generosa bondad el emir Muza y sus acompañantes, e in­vitáronles, a él y a todos los pesca­dores que estaban con él, a seguirles al país de los musulmanes, a Da­masco, la ciudad de las flores, de las frutas y de las aguas dulces. Acep­taron la oferta el anciano y los pes­cadores, y todos juntos volvieron primero a la Ciudad de Bronce para coger cuanto pudieron llevarse de cosas preciosas, joyas, oro, y todo lo ligero de peso y pesado de valor. Cargados de este modo, se descolga­ron otra vez por las murallas de bronce, llenaron sus sacos y cajas de provisiones con tan inesperado bo­tín, y emprendieron de nuevo el ca­mino de Damasco, adonde llegaron felizmente al cabo de un largo viaje sin incidencias.

El califa Adbalmalek quedó en­cantado y maravillado al mismo tiem­po del relato que de la aventura le hizo el emir Muza; y exclamó: “Siento en extremo no haber ido con vosotros a esa Ciudad de Bron­ce. ¡Pero iré, con la venia de Alah, a admirar por mí mismo esas mara­villas y a tratar de aclarar el miste­rio de ese encantamiento!” Luego quiso abrir por su propia mano los doce vasos de cobre, y los abrió uno tras de otro. Y cada vez salía una humareda muy densa que convertíase en un efrit espantable, el cual se arrojaba a los pies del califa y ex­clamaba: “¡Pido perdón por mi rebelión a Alah y a ti, ¡oh señor nuestro Soleimán!” Y desaparecían a través del techo ante la sorpresa de todos los circundantes. No se maravilló menos el califa de la be­lleza de las dos hijas del mar. Su sonrisa, y su voz, y su idioma des­conocido le conmovieron y le emo­cionaron. E hizo que las pusieran en un gran baño, donde vivieron algún tiempo para morir de consunción, y de calor por último.

En cuanto al emir Muza, obtuvo del califa permiso para retirarse a Jerusalén la Santa con el propósito de pasar el resto de su vida allí, su­mido en la meditación de-las pala­bras antiguas que tuvo cuidado de copiar en sus pergaminos. ¡Y murió en aquella ciudad despues de ser ob­jeto de la veneración de todos los creyentes, que todavía van a visitar la kubba donde reposa en la paz y la bendicion del Altísimo!

¡Y esta es ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schahrazada- la histo­toria de la Ciudad de Bronce!


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19