西语阅读:《一千零一夜》连载三十六(5)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Entonces Aladino frotó el anillo mágico qué llevaba al dedo, y dijo al efrit que se presentó: “¡Oh efrit del anillo! ¿conoces las diversas especies de polvos soporíferos?” El efrit con­testó: “Es lo que mejor conozco!” Aladino dijo: “¡En ese caso te or­deno que me traigas una onza de bang cretense, una sola toma del cual sea capaz de derribar a un ele­fante!” Y desapareció el efrit, pero para volver al cabo de tin momento, llevando en los dedos una cajita, que entrego a Aladino, diciéndole: “¡Aquí tienes ¡oh amo del anillo! bang cretense de la calidad más fi­na!” Y se fue Y Aladino llamó a su esposa Badrú’l-Budur, y le dijo: “¡Oh mi señora Badrú’l-Budur! si quieres que triunfemos de ese mal­dito maghrebín, no tienes más que seguir el consejo que voy, a darte. ¡Y te advierto que el tiempo apremia, pues me has dicho que el maghrebín estaba a punto de llegar para inten­tar seducirte! ¡He aquí, pues, lo que tendrás que hacer!” Y le dijo: “¡Ha­rás estas cosas, y le dirás estas otras cosas!” Y le dio amplias instruccio­nes respecto a la conducta que debía seguir con el mago. Y añadió: “En cuanto a mí, voy a ocultarme en esta arca. ¡Y saldré en el momento opor­tuno!” Y le entregó la cajita de bang, diciendo: “¡No te olvides de lo que acabo de indicarte!” Y la dejó para ir a encerrarse en el arca.

Entonces la princesa Badrú’l-Budur, a pesar de la repugnancia que tenía a desempeñan el papel consa­bido, no quiso perder la oportuni­dad de vengarse del mago, y se pro­puso seguir las instrucciones de su esposo Aladino. Se levantó, pues, y mandó a sus mujeres que la peinaran y la pusieran el tocado que sentaba mejora su cara de luna, y se hizo vestir con el traje más hermoso de sus arcas. Luego se ciñó el talle con un cinturón de oro incrustado de diamantes, y se adornó el cuello con un collar de perlas nobles de igual tamaño, excepto la de en medio, que tenía el volumen de una nuez; y en las muñecas y en los tobillos se puso pulseras de oro con pedrerías que casaban maravillosamente con los colores de los demás adornos. Y perfumada y semejante a una hurí escogida, y, más brillante que las rei­nos y sultanas más brillantes, se mi­ró enternecida en su espejo, mientras sus mujeres maravillábanse de su belleza y prorrumpían en exclama­ciones de admiración. Y se tendió perezosamente en los almohadones, esperando la llegada del mago.

No dejó éste de ir a la hora anun­ciada. Y la princesa, contra lo que acostumbraba, se levantó en honor suyo, y con una sonrisa le invitó a sentarse juntó a ella en el diván. Y el maghrebín, muy emocionado por aquel recibimiento, y deslumbrado por el brillo de los hermosos ojos que le miraban y pon la belleza arre­batadora de aquella, princesa tan deseada, sólo permitió sentarse al borde del diván por cortesía y defe­rencia. Y la princesa, siempre son­riente, le dijo: “¡Oh mi señor! no te asombres de verme hoy tan cam­biada, porque mi temperamento, que por naturaleza es muy refractario a la tristeza, ha acabado por sobre­ponerse a mi pena y a mi inquietud. Y además, he reflexionado sobre tus palabras con respecto a mi esposo Aladino, y ahora estoy convencida de que ha muerto a causa de la te­rrible cólera de mi padre el rey. ¡Lo que esta escrito ha de ocurrir! Y mis lágrimas y mis pesares no darán vi­da a un muerto. Por eso he renun­ciado a la tristeza y al duelo y he resuelto no rechazar ya tus propo­siciones y tus bondades. ¡Y ese es el motivo de mi cambio de humor!” Luego añadió: “¡Pero aun no. te he ofrecido los refrescos de amistad!” Y se levantó, ostentando su deslum­bradora belleza, y se dirigió a la mesa grande en que estaba la ban­deja de los vinos y sorbetes, y mien­tras llamaba a una de sus servido­ras para que sirviera la bandeja, echó un poco de bang cretense en la co­pa de oro que había en la bandeja. Y el maghrebín no sabía cómo dar­le gracias por sus bondades. Y cuan­do se acerco la doncella con la ban­deja de los sorbetes, cogió él la capa y dijo a Badrú’l-Budur: “¡Oh prin­cesa! ¡por muy deliciosa que sea está bebida no podrá refrescarme tanto como la sonrisa de tus ojos!” Y tras de hablar así se llevó la co­pa a los labios y la vació de un solo trago, sin respirar. ¡Pero al instante fue a caer sobre el tapiz con la ca­beza antes que con los pies, a las plantas de Badrú’l-Budur!

Al ruido de la caída Aladino lan­zó un inmenso grito de triunfo y salió del armario para correr en se­guida hacia el cuerpo inerte de su enemigo. Y se precipito sobre él, le abrió la parte superior del traje y le sacó del pecho la lámpara que estaba allí escondida. Y se encaró con Badrú'l-Budur; que acudía a be­sarle en el límite de la alegría, y le dijo: “¡Te ruego que me dejes solo, otra vez! ¡Porque ha de terminarse hoy todo!” Y cuando se alejó Ba­drú'l-Budur, frotó la lámpara en el sitio que sabía, y al punto vio aparecer al efrit de la lámpara, quien, después de la fórmula acostumbra­da, esperó la orden. Y Aladino le dijo: “¡Oh efrit de la lámpara! ¡por las virtudes de esta lámpara que sir­ves, te ordeno que transportes este palacio, con todo lo que contiene, a la capital del reino de la China, situándolo exactamente en el mismo lugar de donde lo quitaste para traer­lo aquí! ¡Y hazlo de manera que el transporte se efectúe sin conmoción, sin contratiempo y sin sacudidas!” Y el genni contestó: “¡Oír es obede­cer!” Y desapareció. Y en el mismo momento, sin tardar más tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrir un ojo, se hizo el transporte, sin que nadie lo advirtiera, porque apenas si se hicieron sentir dos li­geras agitaciones, una al salir y otra a la llegada.

Entonces Aladino, después de comprobar que el palacio estaba en realidad frente por frente al palacio del sultán, en el sitio que ocupaba antes, fue en busca de su esposa Badrú’l-Budur y la besó mucho, y le dijo: “¡Ya estamos en la ciudad de tu padre! ¡Pero, como es de, noche; más vale que esperemos a mañana por la mañana para ir a anunciar al sultán nuestro regreso! Por el mo­mento, no pensemos más que en re­gocijamos con nuestro triunfo y con nuestra reunión, ¡oh Badrú'l-­Budur!” Y como desde la víspera Aladino aun no había comido nada, se sentaron ambos y se hicieron ser­vir por los esclavos una comida su­culenta en la sala de las noventa y nueve ventanas cruzadas. Luego pasaron juntos aquella noche en medio de delicias y dicha.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19