西语阅读:《一千零一夜》连载八(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Cuando el sultán vio la hermosura del joven Hássán Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la res­piración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: “Visir, es absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él.” Y el visir Nureddin tuvo que contestar: “Escucho y obedez­co.”

Cuando Hassán Badreddin hubo llegado. a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó gra­vemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar a su hijo y le dirigió las últimas adver­tencias, diciéndole: “Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque el mun­do futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte algunas instruc­ciones: óyelas bien y ábreles tu cora­zón.” Y Nureddin explicó a su hijo Hassán las mejores, normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.

Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país, y de sus parien­tes y de todos sus amigos del Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassán, y le dijo: “Hija mío, conser­va en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy impor­tantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que nos sepa­ramos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis últimas disposiciones sobre esta. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte.”

Entonces Hassán Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche el me­jor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta que estaba dentro del tintero, se sentó, dobló el pliego de papel sobre la mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddin: “¡Oh padre mío, escucho tus palabras!” Y Nureddin empezó a dictar: “En nombre de Alah el Clemente, el. misericordio­so...” Y continuó dictando en segui­da a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su genealogía completa, sus ascendien­tes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su grada de nobleza personal adquirida, y en fin, toda su linaje paterno y materno.

Después le dijo: “Conserva cui­dadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te ocu­rriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte, deseán­dole la paz, y dile que he muerto afligido de morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡ah hijo mío Hassán! los consejos que quería darte. ¡Te conjuro a que no los olvides!”

Entonces Hassán Badreddin dobló cuidadosamente, el papel, después de echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí, habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.

Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar consejos a su hijo Hassán Badreddin hasta que entregó el alma.

Entonces Hassán Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los gran­des y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.

Hassán Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo éste tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita al palacio para saludar al sultán, según costumbre.

Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassán Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassán lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrara Hassán sucesor, de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para ese cargo, haciendo pri­vado suyo a un joven chambelán.

No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassán Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso que prendiesen a Hassán Badreddin y se lo llevasen encadenado. Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven Hassán, que no podía sospechar la desgracia que le ame­nazaba.

Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven mameluca que quería mucho a Has­sán Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven, Hassán, el cual halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces de lo que ocurría. Y Hassán le preguntó: “¿Pero no tendré tiempo para coger algo con que subsistir durante mi huida al extranjero?” Y el mameluco le dijo: “El tiempo urge. No pienses más que en salvar tu persona.”

Al oírle, el joven Hassán, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente, des­pues de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió caminando hasta que se vio fuera de la ciudad.

Al saber los habitantes de Bassra que se había intentada prender a Hassán Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable senten­cia de muerte, se afligieron en extre­mo y exclamaron: “¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agrada­ble!” Y Hassán, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aún se apresuró más, y siguió andando, hasta que la suerte y el destino hicie­ron que precisamente pasase por el cementerio donde estaba el tourbeh de su padre. Entonces entró en el cementerio y caminando par entre las tumbas llegó a la tourbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la tourbeh, y resolvió pasar allí la noche.

Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vio que se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísima en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la tourbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vio al joven Hassán Badreddin, a quien conoció en segui­da, Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo: “¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además del falleci­miento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!” Pero Hassán Badreddin no quiso revelarle el ver­dadero motivo de su trastorna, y le contestó: “Esta tarde, mientras esta­ba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no visitaba su tourbeh. De pronto me desperté lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y aún estoy baja aquella impresión tan penosa.”

Entonces el judío le dijo: “¡Oh mi señor! Hace tiempo, que pensaba ir en tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la casua­lidad, puesta que te encuentro. Sabe, pues, ¡oh mi joven señor! que tú padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fle­tado naves que ahora vuelven carga­das de mercancías. Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras ceder­me su carga, te ofrecería mil dinares por cada una, y te pagaría al con­tado.”

Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en seguida a Hassán, que no dejó de aceptar este ofrecimiento, ordenado por Alah para sacarlo del apuro en que se hallaba. Y el judío añadió: Ahora, ¡oh mi señor! ponme el recibo, pro­visto de tu sello.” Y Hassán Badred­din cogió el papel que le alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y escribió en el papel:


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19