Yo estaba loco de alegría; después nos separamos. Volví al khan Serur, en donde habitaba, y no pude dormir en toda la noche. Pero al amanecer me apresuré a levantarme, y me puse un traje nuevo, perfumándome con los más suaves aromas, y me proveí de cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo. Salí del khan Serur, y me dirigí hacia el lugar llamado Bab-Zauilat, alquilando allí un borrico, y le dije al burrero: “Vamos al barrio de Habbania:” Y me llevó en muy escaso tiempo, llegando a una calle llamada Darb Al-Monkari, y dije al burrero: “Pregunta en esta calle por la casa del nakib Aby-Schama.” El burrero se fue, y volvió a los pocos momentos con las señas pedidas, y me dijo: “Puedes apearte.” Entonces eché pie a tierra, y le dije: “Ve adelante para enseñarme el camino.” Y me llevó a la casa, y entonces le ordené: “Mañana por la mañana volverás aquí para llevarme de nuevo al khan.” Y el hombre me contestó que así lo haría. Entonces le di un cuarto de dinar de oro, y cogiéndolo, se lo llevó a los labios y después a la frente, para darme las gracias, marchándose en seguida.
Llamé entonces a la puerta de la casa. Me abrieron dos jovencitas, y me dijeron: “Entra, ¡oh señor! nuestra ama te aguarda impaciente. No duerme par las noches a causa de la pasión que le inspiras.”
Entré en un patio, y vi un soberbio edificio con siete puertas; y aparecía toda la fachada llena de ventanas, que daban a un inmenso jardín. Este jardín encerraba todas las maravillas de árboles frutales y de flores; lo regaban arroyos y lo encantaba el gorjeo de las aves. La casa era toda de mármol blanco, tan diáfano y pulimentado, que reflejaba la imagen de quien lo miraba, y los artesonados interiores estaban cubiertos de oro y rodeados de inscripciones y dibujos de distintas formas. Todo su pavimento era de mármol muy rico y de fresco mosaico. En medio de la sala hallábase una fuente incrustada, de perlas y pedrería. Alfombras de seda cubrían los suelos; tapices admirables colgaban de los muros, y en cuanto a los muebles, el lenguaje y la escritura más elocuentes no podrían describirlos.
A los pocos momentos de entrar sentarme...