Y cuando hubieron llegado a la azotea, el hombre volvió a preguntar: “¿Qué quieres, ciego?” Y mi. hermano, bastante asombrado, respendió: “Una limosna por Alah.” Y el otro replicó: “Que Alah te abra el día en otra parte:” Entonces Bacbac le dijo: “¡Oh tú, un tal! ¿no podías haberme contestado así cuando estábamos abajo?” A lo cual replicó el otro: “¡Oh tú, que vales menos! ¿por qué no me contestaste cuando yo preguntaba desde dentro: “¿Quién es? ¿Quién está a la puerta?” ¡Conque lárgate de aquí en seguida, o te haré rodar como una bola, asqueroso mendigo de mal agüero!” Y Bacbác tuvo que bajar más que de prisa la escalera completamente solo.
Pero cuando le quedaban unos veinte escalones dio un mal paso, y fue rodando hasta la puerta. Y al caer se hizo una gran contusión en la cabeza, y caminaba gimiendo por la calle. Entonces varios de sus compañeros, mendigos y ciegos como él al oírle gemir le preguntarte la causa, y Bacbac les refirió, su desventura. Y después les dijo: “Ahora tendréis que acompañarme a casa para cojer dinero con que comprar comida para este día infructuoso y maldito. Y habrá que recurrir a nuestros ahorros, que, como sabéis, son importantes, y cuyo depósito me habéis confiado.”
Pero el hombre de la azotea había bajado detrás de él y le había seguído. Y echó a andar detrás de mi hermano y los otros dos ciegos, sin que nadie se apercibiese, y así llegaron todas a casa de Bacbac. Entraron, y el hombre se deslizó rápidamente antes de que hubiesen cerrado la puerta.Y Bacbac dijo a las dos cíegos: “Ante todo, registremos la habitación por si hay algún extraño escondído”
Y aquel hombre, que era toda un ladrón de los más hábiles entre los ladrones, vio una cuerda que pendía del techo, se agarró de ella, y silenciosamente trepó hasta una viga, donde se sentó con la mayor tranquilidad. Y los dos ciegos camenzaran a buscar por toda la habitación, insistiendo en sus pesquisas varias veces„ tentando los rincones con los palos. Y hecho esto, se reunieron con mí hermano, que sacó entonces del escondite todo el dinero de que era depositario, y lo contó con sus dos compañeros, resultando que tenían diez mil dracmas juntos. Después, cada cual cogió dos o tres dracmas, volvieron a meter todo el dinero en los sacos, y los guardaron en el escondite. Y uno de los tres ciegos marchó a comprar provisiones y volvió en seguida, sacando de la alforja tres panes, tres cebollas y algunos dátiles. Y los tres compañeros se sentaron en corro y se pusieron a comer.
Entonces el ladrón se deslizó silenciosamente a lo largo de la cuerda, se acurrucó junta a los tres mendigos y se puso a comer con ellos. Y se había colocada al lado de Bacbac, que tenía un oído excelente. Y Bacbac, oyendo el ruido de sus mandíbulas al comer, exclamó: ¿Hay un extraño entre nosotros!” Y alargó rápidamente la mano hacia donde oía el ruida de la mandibulas y su mano cayó precisamente sobre el brazo del ladrón. Entonces Bacbac y los dos mendigos se precipitaron encima de él, y empezaran a gritar y a golpearle con sus palos, ciegos como estaban, y pedían auxilio a las vecinos, chillando: “¡Oh musulmanes, acudid a socarrenos! ¡Aquí hay un ladrón! ¡Quiere robarnos el poquísimo dinero de nuestros ahorros!” Y acudiendo los vecinos, vieron a Bacbac, que, auxiliado por los otros dos mendigos, tenía bien sujeto al ladrón, que intentaba defenderse y escapar. Pero el ladrón, cuando llegaron los vecinos, se fingió támbién ciego, y cerrando los ojos, exclamó: “¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! Soy ciego y socio de estas otros tres, que me niegan lo que me corresponde de los diez mil dracmas de ahorros que poseemos en comunidad. Os lo jura por Alah el Áltísimo, por el sultán, por el emir. Y os pido que me llevéis a preseacia del walí, donde se camprabará todo.” Entonces llegaron las guardias del walí, se apoderaron de los cuatro hombres y los llevaron entre las manos del walí. Y el walí preguntó: “¿Quiénes son esos hombres?” Y el ladrón exclamó: “Escucha mis palabras, ¡oh walí justo y perspicaz! y sabrás lo que debes saber. Y si no quisieras creerme, manda que nos den tormento, a mí el primero, para obligarnos a confesar la verdad. Y somete en seguida al mismo tormento a estos hombres para poner en claro este asunto.” Y el walí dispuso:
“¡Coged a ese hombre, echadlo en el suelo, y apaleadle hasta que confiese!” Entonces las guardias agarraron al ciego fingido, Y uno le sujetaba los pies, y los demás principiaron a darle de palos en ellos. A los diez palos, el supuesto ciego empezó a dar gritos y abrió un ojo, pues hasta entonces los había tenido cerrados. Y después de recibir otros cuantos palos, no muchos, abrió ostensiblemente el otro ojo.
Y el walí enfurecido, le dijo: “¿Qué farsa es ésta, miserable embusteso?” Y el ladrón contestó; “Que suspendan la paliza y lo explicaré todo.” Y el walí mandó suspender el tormento, y el ladrón dijo: “Somos cuatro ciegos fingidos, que engañamos a la gente para que nos de limosna. Pero además simulamos nuestra ceguera para poder entrar fácilmente en las casas, ver las mujeres con la cara descubierta, y al mismo tiempo examinar el interior de las viviendas y preparar los robos sobre seguro. Y como hace bastante tiempo que ejercemos este oficio tan lucrativo, hemos logrado juntar entre todos hasta diez mil dracmas. Y al reclamar mi parte a estos hombres, no sólo se negaron a dármela, sino que me apalearon, y me habrían matado a golpes si los guardias no me hubiesen sacado de entre sus manos. Esta es la verdad, ¡oh walí! Pero ahora, para que confiesen mis compañeros, tendrás que recurrir al látigo, como hiciste conmigo. Y así hablarán. Pero que les den de firme, porque de lo contrario no confesarán nada. Y hasta verás cómo se obstinan en no abrir los ojos, como yo hice.”