西语阅读:《一千零一夜》连载二十九(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Pero un día, a la semana después de haber dejado la isla, en la cual los mercaderes habían hecho varios cambios y compras, mientras está­bamos tendidos tranquilos, como de costumbre, estalló de pronto sobre nuestras cabezas una tormenta terri­ble y nos inundó una lluvia torren­cial. Entonces nos apresuramos a tender tela de cáñamo encima de nuestros fardos y mercancías para evitar que el agua los estropease, y empezamos a suplicar a Alah, que alejase el peligro de nuestro camino.

En tanto permanecíamos en aque­lla situación, el capitán del buque se levantó, apretóse el cinturón a la cintura, se remangó las mangas y la ropa, y después subió al palo mayor, desde el cual estuvo mirando bastante tiempo a derecha e izquier­da. Luego bajó con la cara muy amarilla, nos miró con aspecto com­pletamente desesperado, y en silen­cio empezó a golpearse el rostro y a mesarse las barbas. Entonces corri­mos hacia él muy asustados y le preguntamos: “¿Qué ocurre?” Y él contestó: “¡Pedidle a Alah que nos saque del abismo en que hemos caí­do! ¡Oh más bien, llorad por todos y despedíos unos de otros! ¡Sabed que la corriente nos ha desviado de nuestro camino, arrojándonos a los confines de los mares del mundo!”

Y después de haber hablado así, el capitán abrió un cajón, y sacó de él un saco de algodón, del cual ex­trajo polvo que parecia ceniza. Mo­jó el polvo con un poco de agua, esperó algunos momentos, y se puso luego a aspirar aquel producto. Des­pués sacó del cajón un libro peque­ño, y leyó entre dientes algunas pá­ginas, y acabó por decimos: “Sabed, ¡oh pasajeros! que el libro prodigioso acaba de confirmar mis suposicio­nes. La tierra que se dibuja ante nos­otros en lontananza, es la tierra conocida con el nombre de Clima de los Reyes. Ahí se encuentra la tum­ba de nuestro señor Soleimán ben­-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) Ahí se crían monstruos y ser­pientes de espantable catadura. Ade­más, el mar en que nos encontriamos está habitado por monstruos marinos que se pueden tragar de un bocado los navíos mayores con car­gamento y pasajeros! ¡Ya estáis avi­sados! ¡Adiós!”

Cuando oímos estas palabras del capitán, quedamos de todo punto es­tupefactos, y nos preguntábamos qué espantosa catástrofe iría a pasar, cuando de pronto nos sentimos le­vantados con barco y todo, y des­pués hundidos bruscamente, mien­tras se alzaba del mar un grito.más terrible que el trueno. Tan espanta­dos qudamos que dijimos nuestra última oracion, y permanecimos iner­tes como muertos. Y de improviso vimos que sobre el agua revuelta y delante de nosotros, avanzaba hacia el barco un monstruo tan alto y tan grande como una montaña, y des­pués otro.monstruo mayor, y detrás otro tan enorme como los dos jun­tos. Este último brincó de pronto por el mar, que se abría como una sima, mostró una boca más profunda que un abismo, y se tragó las tres cuar­tas partes del barco con cuanto con­tenía. Yo tuve el tiempo justo para retroceder hacia lo alto del buque y saltar al mar, mientras el monstruo acababa de tragarse la otra cuarta parte, y desaparecía en las profun­didades con sus dos compañeros.

Logré agarrarme a uno de los ta­blones que habían saltado del barco al darle la dentellada el monstruo marino, y después de mil dificultades pude llegar a una isla que afortuna­damente estaba cubierta de árboles frutales y regada por un río de agua excelente. Pero noté que la corriente del río era rápida hasta el punto de que el ruido que hacía oíase muy a lo lejos. Entonces, y al recordar co­mo me salvé de la muerte en la isla de las pedrerías, concebí la idea de construir una balsa igual a la anterior y dejarme llevar por la corriente. En efecto, a pesar de lo agradable de aquella isla nueva, yo pretendía vol­ver a mi país. Y pensaba: “Si logro salvarme, todo irá bien, y haré voto de no pronunciar siquiera la palabra viaje, y de no pensar en tal cosa du­rante el resto de mi vida. ¡En cam­bio, si perezco en la tentativa, todo irá bien asimismo, porque acabaré definitivamente con peligros y tribu­laciones.”

Me levanté, pues, inmediatamente, y después de haber comido alguna fruta, recogí muchas ramas grandes cuya,especie ignoraba entonces, aun­que luego supe eran de sándalo, de la calidad más estimada por los mer­caderes, a causa de su rareza. Des­pués empecé a buscar cuerdas y cor­deles, y al principio no los encontré; pero vi en los árboles unas plantas trepadoras y flexibles, muy fuertes, que podían servirme. Corté las que me hicieron falta, y las utilicé para atar entre sí las ramas grandes de sándalo. Preparé de este modo una enorme balsa, en la cual coloqué fru­ta en abundancia, y me embarqué diciendo: “¡Si me salvo, lo habrá querido Alah!”

Apenas subí a la balsa Y me hube separado de la orilla, me vi arras­trado con una rapidez espantosa por la corriente, y sentí vértigos, y caí desmayado encima del montón de fruta exactamente igual que un pollo borracho.

Al recobrar el conocimiento, miré a mi alrededor, y quedé más inmó­vil de espanto que nunca, y ensorde­cido por un ruido como el del true­no. El río no era más que un to­rrente de espuma hirviente, y más veloz que el viento, que chocando con estrépito contra las rocas, se lan­zaba hacia un precipicio que adivi­naba yo más que veía. ¡Indudable­mente iba a hacerme pedazos en él, despeñándome sabe quién desde qué altura!

Ante esta idea aterradora, me aga­rré con todas mis fuerzas a las ra­mas de la balsa, y cerré los ojos ins­tintivamente para no verme aplasta­do y destrozado, e invoqué el nom­bre de Alah antes de morir. Y de pronto, en vez de rodar hasta el abis­mo, comprendí que la balsa se para­ba bruscamente encima del agua, y abrí los ojos un minuto por saber a qué distancia estaba de la muerte, y no fue para verme estrellado contra los peñascos, sino cogido con mi bal­sa en una inmensa red, que unos hombres echaros sobre mí desde la ribera. De esta suerte me hallé co­gido y llevado a tierra, y allí me sacaron o vivo y medio muerto de entre las mallas de la red, en tan­to transportaban a la orilla mi balsa. Mientras yo permanecía tendido, inerte y tiritando, se adelantó hacia mí un venerable jeique de barbas­ blancas, que empezó por desearme la bienvenida, y por cubrirme- con ropa caliente que me sentó muy bien. Reanimado ya por las fricciones y el masaje que tuvo la bondad de darme el anciano, pude sentarme, pero sin recobrar todavía el uso de la palabra.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19