西语阅读:《一千零一夜》连载三十五(3)

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Así habló la madre de Aladino. Pero el rey, que no estaba en estado de escuchar lo que ella le decía, se­guía absorto y con los ojos muy abiertos ante el espectáculo que se ofrecía a su vista. Y miraba alter­nativamente las cuarenta bandejas, el contenido de las cuarenta bandejas, las esclavas jóvenes que habían lle­vado las cuarenta bandejas y los jó­venes negros que habían acompaña­do a las portadoras de las bandejas. ¡Y no sabía qué debía admirar más, si aquellas joyas, que eran las más extraordinarias que vio nunca en el mundo, o aquellas esclavas jóvenes, que eran como lunas, o aquellos es­clavos negros, que se dirían otros tantos reyes! Y así se estuvo una hora de tiempo, sin poder pronun­ciar una palabra ni separar sus mira­das de las maravillas que tenía ante sí. Y en lugar de dirigirse a la ma­dre de Aladino para manifestarle su opinión acerca de lo que le llevaba, acabó por encararse con su gran visir y decirle:' “¡Por mi vida! ¿qué suponen las riquezas que poseemos y que supone mi palacio ante tal magnificencia? ¿Y qué debemos pen­sar del hombre que, en menos tiem­po del precisa para desearlos, reali­za tales esplendores y nos los envía? ¿Y qué son los méritos de mi hija comparados con semejante profusión de hermosura?” Y no obstante el despecho y el rencor que experi­mentaba por cuanto le había sucedí­do a su hijo, el visir no pudo menos de decir: “¡Sí, por Alah, hermoso es todo esto; pero, aún así, no vale lo que un tesoro único como la prin­cesa Badrú'l-Budur!” Y dijo el rey: “¡Por Alah, ya lo creo que vale tan­to como ella y la supera con mucho en valor! ¡Por eso no me parece mal negocio concedérsela en matrimonio a un hombre tan rico, tan generoso y tan magnífico como el gran Ala­dino, nuestro hijo!” Y se encaró con las demás visires y emires y nota­bles que le rodeaban, y les interrogó con la mirada. Y todos contestaron inclinándose profundamente hasta el suelo por tres veces para indicar bien su aprobación a las palabras de su rey.

Entonces no vaciló más ef rey. Y sin preocuparse ya de saber si Ala­dino reunía todas las cualidades re­queridas para ser esposo de una hija de rey, se encaró con la madre de Aladino, y le dijo: “¡Oh venerable madre de Aladino! ¡te ruego que vayas a decir a tu hijo que desde este instante ha entrado en mi raza y en mi descendencia, y que ya no aguardo más que a verle para besar­le como un padre besaría a su hija, y para unirle a mi hija Badrú’l-Bu­dur por el Libro y la Sunnah!”

Y después de las zalemas, por una y otra parte la madre de Aladino se apresuró a retirarse para volar en seguida a su casa, desafiando a, la rapidez del viento, y poner a su hijo Aladino al corriente de lo que oca­baba de pasar. Y le apremió para que se diera prisa a presentarse al rey, que tenía la más viva impacien­cia por verle. Y Aladino, que con aquella noticia veía satisfechos sus anhelos después de tan larga espera, no quiso dejar ver cuán embriagado de alegría estaba. Y contestó con aire muy tranquilo y acento mesu­rado: “Toda esta dicha me viene de Alah y de tu bendición ¡oh madre! y de tu celo infatigable.” Y le besó las manos y la dio muchas gracias y le pidió permiso para retirarse a su cuarto; a fin de prepararse para ir a ver al sultán.

No bien estuvo solo, Aladino co­gió la lámpara mágica, que hasta en­tonces había sido de tanta utilidad para él, y la frotó como de ordina­rio. Y al instante apareció el efrit, quien, después de inclinarse ante él, le preguntó con la fórmula habitual qué servicio podía prestarle. Y Ala­dino contestó: “¡Oh efrit de la lám­para!. ¡deseo tomar un baño! ¡Y pa­ra después del baño quiero que me traigas un traje que no tenga igual en magnificencia entre los sultanes más grandes de la tierra, y tan bue­no, que los inteligentes puedan esti­marlo en más de mil millares de di­nares de oro, por lo menos! ¡Y bas­ta por el momento!”

Entonces, tras de inclinarse en prueba de obediencia, el efrit de la lámpara dobló completamente el espi­nazo, y dijo a Aladino: “Móntate en mis hombros, ¡oh dueño de la lám­para!” Y Aladino se montó en los hombros dei efrit, dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni; y el efrit se elevó por los aires, ha­ciéndole invisible, como él lo era, y le transportó a un hammam tan hermoso que no podría encontrár­sele hermano en casa de los reyes y kaissares. Y el hammarn era todo de jade y alabastro transparente, con piscinas de coralina rosa y coral blanco y con ornamentos de piedra de esmeralda de una delicadeza en­cantadora. ¡Y verdaderamente po­dían deleitarse allá los ojos y los sentidos, porque en aquel recinto na­da molestaba a la vista en el con­junto ni en los detalles! Y era deli­ciosa la frescura que se sentía allí y el calor estaba graduado y pro­porcionado. Y no había ni un ba­ñista que turbara con su presencia o con su voz la paz de las bóvedas blancas. Pero en cuanto el genni de­jó a Aladino en el estrado de la sala de entrada, apareció ante él un joven efrit de lo más hermoso, semejante a una muchacha, aunque más seduc­tor, y le ayudó a desnudarse, y le echó por los hombros una toalla grande perfumada, y le cogió con mucha precaución y dulzura y le condujo a la más hermosa de las salas, que estaba toda pavimentada de pedrerías de colores diversos. Y al punto fueron a cogerle de manos de su compañero otros jóvenes efrits, no menos bellos y no menos seduc­tores, y le sentaron cómodamente en un banco de mármol, y se dedica­ron. a frotarle y a lavarle con varias clases de aguas de olor; le dieron masaje con un arte admirable, y vol­vieron a lavarle con agua de rosas almizclada. Y sus sabios cuidados le pusieron la tez tan fresca como un pétalo de rosa y blanca y encar­nada, a medida de los deseos. Y se sintió ligero hasta el punto de poder volar como los pájaros. Y el joven y hermoso efrit que habíale condu­cido se presentó para volver a coger­le y llevarle al estrado, donde le ofreció, como refrescó, un delicioso sorbete de ámbar gris. Y se encon­tró con el genni de la lámpara, que tenía entre sus manos un traje de suntuosidad incomparable. Y ayu­dado por el joven efrit de manos sua­ves, se puso aquella magnificencia, y estaba semejante a cualquier rey entre los grande reyes, aunque te­nía mejor aspecto aún. Y de nuevo le tomo el efrit sobre sus hombros y se le llevó, sin sacudidas, a la habitación de su casa.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19