西语阅读:《一千零一夜》连载三十五(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Y he aquí que, en cuanto la ma­dre salió para ir al zoco a comprar las provisiones necesarias, Aladino se apresuró a encerrarse en su cuarto. Y cogió la lámpara y la frotó en el sitio que sabía. Y al punto apareció el genni, quien después de inclinar­se -ante él y dijo: “¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quie­res? Habla. ¡Soy el servidor de la lampara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arras­tro!” Y Aladino le dijo: “Sabe ¡oh efrit! que el sultán consiente en dar­me a su hija, la maravillosa Badrú'l-Budur, a quien ya conoces; pero lo hace a condición de que le envíe lo más pronto posible cuarenta bande­jas de oro macizo, de pura calidad, llenas hasta los bordes de frutas de pedrerías semejantes a las de la fuen­te de porcelana, que las cogí en los árboles del jardín que hay en el si­do donde encontré la lámpara de que eres servidor. ¡Pero no es eso todo! Para llevar esas bandejas de oro, llenas de pedrerías, me pide además, cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que han de ser conducidas por cuarenta negros jó­venes, hermosos, fuertes y vestidos con mucha magnificencia. ¡Eso es lo que, a mi vez, exijo de ti! ¡Date prisa a complacerme, en virtud del poder que tengo sobre ti como due­ño de la lámpara!” Y el genni con­testó: “¡Escucho y obedezco!” Y des­apareció, pero para volver al cabo de un momento.

Y le acompañaban los ochenta es­clavos consabidos, hombres y muje­res, a los que puso en fila en el pa­tio, a lo largo del muro de la casa. Y cada una de las esclavas llenaba a la cabeza una bandeja de oro ma­cizo lleno hasta el borde de perlas, diamantes, rabíes, esmeraldas, turquesas y otras mil especies de pedre­rías en forma de frutas de todos co­lores y de todos tamaños. Y cada bandeja estaba cubierta con una gasa de seda con florones de oro en el te­jido. Y verdaderamente eran las pe­drerías mucho más maravillosas que las presentadas al sultán en la porce­lana. Y una vez alineados contra el muro los cuarenta esclavos, el genni fue a inclinarse ante Aladino, y le preguntó: “¿Tienes todavía ¡oh mi señor! que exigir alguna cosa al ser­vidor de la lámpara?” Y Aládino le dijo: “¡No, por el momento nada más!” Y al punto desapareció el efrit.

En aquel instante entró la madre de Aladino cargada con las provi­siones que había comprado en el zoco. Y se sorprendió mucho al ver su casa invadida por tanto gente; y al pronto creyó que el sultán man­daba detener a Aladino para casti­garle por la insolencia de su petición. Pero no tardó Aladino en disuadirla de ello, pues sin darla lugar a quitar­se el velo del rastro, le dijo: “¡No pierdas el tiempo en levantarte el ve­lo, ¡oh madre! porque vas a verte obligada a salir sin tardanza para acompañar al palacio a estos escla­vos que ves formados en el patio! ¡Como puedes observar, las cuarenta esclavas llevan la dote reclamada por el sultán como precio de su hi­ja! ¡Te ruego, pues, que, antes de preparar la comida, me prestes el servicio de acompañar al cortejo para presentárselo al sultán!'

Inmediatamente la madre de Ala­dino hizo salir de la casa por orden a los ochenta esclavos, formándolos en hilera por parejas: una esclava joven precedida de un negro, y así sucesivamente hasta la última pare­ja. Y cada pareja estaba separada de la anterior por un espacio de diez pies: Y cuando traspuso la puerta la última pareja, la madre de Ala­dino echó a andar detrás del cor­tejo. Y Aladino cerró la puerta, se­guro del resultado, y fue a su cuar­to a esperar tranquilamente el re­gresó de su madre.

En cuanto salió a la calle la pri­mera pareja comenzaron a aglome­rarse los transeúntes; y cuando es­tuvo completo el cortejo la calle ha­bíase llenado de una muchedumbre inmensa, que prorrumpía en murmu­llos y exclamaciones. Y acudió todo el zoco para ver el cortejo y admi­rar un espectáculo, tan magnífico y tan extraordinario. ¡Porque cada pareja era por sí sola una cumplida maravilla; pues su atavío, admirable de gusto y esplendor, su hermosura, compuesta de una belleza blanca de mujer y una belleza negra de negro, un buen aspecto, su continente aven­tajado, su marcha reposada y caden­ciosa, a igual distancia, el resplandor de la bandeja de pedrerías que lle­vaba a la cabeza cada joven, los des­tellos lanzados por las joyas engastadas en los cinturones de oro de los negros, las chispas que brotaban de sus gorros de brocado en que balan­ceábanse airones, todo aquello cons­tituía un espectáculo arrebatador, a ninguno otro parecido, que hacía que ni por un instante dudase el pue­blo de que se trataba de la llegada a palacio de algún asombroso hilo de rey o de sultán.

Y en medio de la estupefacción de todo un pueblo, acabó el cortejo por llegar a palacio. Y no bien los guardias y porteros divisaron a la primer pareja, llegaron a tal estado de maravilla que, poseídos de respe­to y admiración, se formaron espon­táneamente en dos filas para que pa­saran. Y su jefe, al ver al primer negro, convencido de que iba a vi­sitar al rey el sultán de los negros en persona, avanzó hacia él y se prosternó y quiso besarle la mano; pero entonces vio la hilera maravi­llosa que le seguía. Y al mismo tiem­po le dijo el primer negro, sonrien­do, porque había recibido del efrit las instrucciones necesarias: “¡Yo y todos nosotros no somos más que es­clavos del que vendrá cuando llegue el momento- oportuno!”. Y tras de hablar así, franqueó la puerta segui­do de la joven que llevaba la ban­deja de oro y toda la hilera de parejas armoniosas. Y los ochenta esclavos franquearon el primer patio y fueron a ponerse en fila por orden en el segundo patio, al cual daba el diván de recepción.

En cuanto al sultán, que en aquel momento despachaba los asuntos del reinó, vio en el patio aquel cortejo magnífico, que borraba con su es­plendor el brillo de todo lo que él poseía en el palacio, hizo desalo­jar el diván inmediatamente, y dio orden de recibir a los recién llega­dos. Y entraron éstos gravemente, de dos en dos, y se alinearon con lentitud, formando una gran media luna ante el trono del sultán. Y cada una de las esclavas jóvenes, ayuda­da por su compañero negro, depo­sito en la alfombra la bandeja que llevaba. Luego se prosternaron a la vez los ochenta y besaron la tierra entre las manos del sultán, levantán­dose en seguida, y todos a una des­cubrieron con igual diestro ademán las bandejas rebosantes de frutas ma­ravillosas. Y con los brazos cruzados sobre el pecho permanecieron de pie, en actitud del más profundo respeto.

Sólo entonces fue cuando la ma­dre de Aladino, que iba la última, se destacó de la media luna que for­maban las parejas alternadas, y des­pués de las prosternaciones y las za­lemas de rigor, dijo al rey, que había enmudecido por completo ante aquel espectáculo sin par: “¡Oh rey del tiempo ¡mi hijo Aladino, esclavo tuyo, me envía con la dote que has pedido como precio de Sett Badrú'h-­Budur, tu hija honorable! ¡Y me en­carga te diga que te equivocaste al apreciar la valía de la princesa, y que todo esto está muy por debajo de sus méritos! Pero cree que le disculparás por ofrecerte tan poco, y que admitirás este insignificante tributo en espera de lo que piensa hacer en lo sucesivo!”


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19