西语阅读:《一千零一夜》连载三十四(2)

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Y aunque muy sorprendida de cuanto oía, la madre de Aladino fue a la cocina a buscar una fuente gran­de de porcelana blanca muy limpia y se la entregó a su hijo. Y Aladino, que ya había sacado las frutas con­sabidas, se dedicó a colocarlas con mucho arte en la porcelana, combi­nando sus distintos colores, sus for­mas y sus variedades. Y cuando hubo acabado se las puso delante de los ojos de su madre, que quedó absolu­tamente deslumbrada, tanto a causa de su brillo como de su hermosura. Y a pesar de que no estaba muy acostumbrada a ver pedrerías, no pudo por menos de exclamar: “¡Ya Alah! ¡qué admirable es esto!”. Y hasta se vio precisada, al cabo de un momento, a cerrar los ojos. Y acabó por decir: “¡Bien veo al presente que agradara al sultán el regalo, sin duda! ¡Pero la dificultad no es esa, sino que está, en el, paso que voy a dar; porque me parece que no podré resistir la majestad de la presencia del sultán, y que me quedaré inmó­vil, con la lengua turbada, y hasta quizá me desvanezca de emoción y de confusión! Pero aun suponiendo que pueda violentarme a mí misma por satisfacer tu alma llena de ese deseo, y logre exponer al sultán tu petición concerniente a su hija Badrú'l-Budur, ¿qué va a ocurrir? Sí, ¿qué va a ocurrir? ¡Pues bien, hijo mío; creerán que estoy loca, y me echarán del palacio, o irritado por semejante pretensión, el sultán nos castigará a ambos de manera terri­ble! Si a pesar de todo crees lo con­tracio, y suponiendo que el sultán preste oídos a tu demanda, me in­terrogará luego acerca de tu estado y condición. Y me dirá: “Sí, este regalo es muy hermoso, ¡oh mujer! ¿Pero quién eres? ¿Y quién es tu hijo Aladino? ¿Y qué hace? ¿Y quién es su padre? ¿Y con qué cuenta? ¡Y entonces me veré obligada a decir que no ejerces ningún oficio y que tu padre no era más que un pobre sastre entre los sastres del zoco!” Pero Aladino contestó: “¡Oh madre, está tranquila! ¡es imposible que el sultán te haga semejantes preguntas cuando vea las maravillosas pedre­rías colocadas a manera de frutas en la porcelana! No tengas, pues, mie­do, y no te preocupes por lo que no va a pasar. ¡Levántate, por el con­trario, y ve a ofrecerle el plato con su contenido y pídele para mí en matrimonio a su hija Badrú'l-Budur! ¡Y no apesadumbres tu pensamiento con un asunto tan fácil y tan sen­cillo! ¡Tampoco olvides, ademas, si todavía abrigas dudas con respecto al éxito, que poseo una lámpara que suplirá para mí a todos los oficios y a todas las ganancias!”

Y continuó hablando a su madre con tanto calor y seguridad, que aca­bó por convencerla completamente. Y la apremió para que se pusiera sus mejores trajes; y la entregó la fuente de porcelana, que se apresuró ella a envolver en un pañuelo atado por las cuatro puntas, para llevarla así en la mano. Y salió de la casa y se enca­minó al palacio del sultán. Y penetró en la sala de audiencias con la mu­chedumbre de solicitantes. Y se puso en primera fila, pero en una actitud muy humilde, en medio de los pre­sentes, que permanecían con los bra­zos cruzados, y los ojos bajos en señal del más profundo respeto. Y se abrió la sesión del diván cuando el sultán hizo su entrada, seguido de sus vi­sires, de sus emires y de sus guardias. Y el jefe de los escribas del sultán empezó a llamar a los solicitantes, unos tras otros, según la importancia de las súplicas. Y se despacharon los asuntos acto seguido. Y los sólici­tantes se marcharon, contentos unos por haber conseguido lo que desea­ban, otros muy alargados de nariz, y otros sin haber sido llamados por falta de tiempo. Y la madre de Ala­dino fue de estos últimos.

Así es que cuando vio que se había levantado la sesión y que el sol­tan se había retirado, seguido de sus visires, comprendió que no la que­daba qué hacer más que marcharse también ella. Y salió de palacio y volvió a su casa. Y Aladino, que en su impaciencia la esperaba a la puerta, la vio volver con la porce­lana en la mano todavía; y se extra­ñó y se quedó muy perplejo, y te­miento que hubiese sobrevenido alguna desgracia o alguna siniestra circunstancia, no quiso hacerle pre­guntas en la calle y se apresuró a arrastrarla a la casa, en donde, con la cara muy amarilla, la interrogó con la actitud y con los ojos, pues de emoción no podía abrir la boca. Y la pobre mujer le contó lo que ha­bía ocurrido, añadiendo: “Tienes que dispensar a tu madre por esta vez, hijo mía, pues no estoy acostumbra­da a frecuentar palacios; y la vista del sultán me ha turbado de tal mo­do, que no pude adelantarme a hacer mi petición. ¡Pero mañana, si Alah quiere, volveré a palacio y tendré más valor que hoy!” Y a pesar de to­da su impaciencia, Aladino se dio por muy contento al saber que no obe­decía a un motivo más grave el re­greso de su madre con la porcelana entro las manos. Y hasta le satisfizo mucho que se hubiese dado el paso más difícil sin contratiempos ni ma­las consecuencias para su madre y para él. Y se consoló al pensar que pronto iba a repararse el retrasó.

En efecto, al siguiente día la ma­dre de Aladino fue a palacio te­niendo cogido por las cuatro puntas el pañuelo que envolvía el obsequio de pedrerías...

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ LA 748 NOCHE

Ella dijo:

... En efecto, al siguiente día la madre de Aladino fue a palacio te­niendo cogido por las cuatro puntas el pañuelo que envolvía el obsequio de pedrerías. Y estaba muy resuelta a sobreponerse a su timidez y forma­lar su petición. Y entró en el diván, y se colocó en primera fila ante el sultán. Pero, como la vez primera, no pudo dar un paso ni hacer un gesto que atrajese sobre ella la aten­ción del jefe de las escribas. Y se levantó la sesión sin resultado; y se volvió ella a casa, con la cabeza baja, para anunciar a Aladino el fracaso de su tentativa, pero pro­metiéndole el éxito para la próxima vez. Y Aladino se vio precisado a hacer nueva provisión de paciencia, amonestando a su madre por su falta de valor y de firmeza. Pero no sir­vió de gran cosa, pues la pobre mujer fue a palacio con la porcelana seis días consecutivos y se colocó siempre frente al sultán, aunque sin tener más valor ni lograr más éxito que la primera vez. Y sin duda ha­bría vuelto cien veces más tan inútil­mente, y Aladino habría muerto de desesperación y de impaciencia re­concentrada, si el propio sultán, que acabó por fijárse'en ella, ya que ésta­ba en primera fila a cada sesión del diván, no hubiese tenido la curiosi­dad de informarse acerca de ella y del motivo de su presencia. En efecto, al séptimo día, terminado el diván, el sultán se encaró con su gran visir, y le dijo: “Mira esa vieja que lleva en la mano un pañuelo con algo. Desde hace algunos días viene al diván con regularidad y permane­ce inmóvil sin pedir nada. ¿Puedes decirme a qué viene y qué desea?” Y el gran visir, que no conocía a la madre de Aladino, no quiso dejar al sultán sin respuesta, y le dijo: “¡Oh mi señor! es una vieja entre las numerosas viejas que no vienen al diván más que para pequeñeces. ¡Y tendrá que quejarse sin duda de que la han vendido cebada podrida, por ejemplo, o de que la ha injuriado su vecina, o de que la ha pegado su marido!” Pero el sultán no quedó contento con esta explicación, y dijo al visir: “Sin embargo, deseo inte­rrogar a esa pobre mujer. ¡Hazla avanzar antes de que se retire con los demás!” Y el visir contestó con el oído y la obediencia, llevándose la mano a la frente. Y dio unos pasos hacia la madre de Aladino, y le hizo seña con la mano para que se acer­cara. Y la pobre mujer se adelantó al pie del trono, toda temblorosa, y besó la tierra entre las manos del sultán, como había visto hacer a los demás concurrentes. Y siguió en aquella postura hasta que el gran visir le tocó en el hombro y la ayudó a levantarse. Y se mantuvo entonces de pie, llena de emoción; y el sul­tán le dijo: “¡Oh mujer! hace ya varios días que te veo venir al diván y permanecer inmóvil sin pedir nada. Dime, pues, qué te trae por aquí y qué deseas, a fin de que te haga justicia.” Y un poco alentada por la voz benévola del sultán, contestó la madre de Aladino: “Alah haga descender sus bendiciones sobre la cabeza de nuestro amo el sultán. ¡En cuanto a tu servidora, ¡oh rey del tiempo! antes de exponer su de­manda te suplica que te dignes con­cederle la promesa de seguridad, pues, de no ser así, tendré miedo a ofender los oídos del sultán, ya que mi petición puede parecer extraña o singular!” Y he aquí que el sultán que era hombre bueno y magnánimo, se apresuró a prometerle la seguri­dad; e incluso dio orden de hacer desalojar completamente la sala, a fin de permitir a la mujer que ha­blase con toda libertad. Y no retuvo a su lado más que a su gran visir. Y se encaró con ella, y le dijo: “Pue­des hablar, la seguridad de Alah está contigo, ¡oh mujer!” Poro la madre de Aladino, que había recobrado por completo el valor en vista de la aco­gida favorable del sultán, contestó:. “¡También pido perdón de antema­no al sultán por lo que en mi súplica pueda encontrar de inconveniente y por la audacia extraordinaria de mis palabras!” Y dijo el sultán, cada vez mas intrigado: “Habla ya sin res­tricción, ¡oh mujer! ¡Contigo están el perdón y la gracia de Alah para todo lo que puedas decir y pedir!”


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19