西语阅读:《一千零一夜》连载三十七(2)

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Algunos momentos después de par­tir la santa, Aladino fue al lado de su esposa y la besó tiernamente, co­mo lo hacía siempre que se ausen­taba, aunque fuese por un instante; pero le pareció que tenía ella un as­pecto muy distraído y preocupado; y le preguntó la causa con mucha ansiedad. Entonces le dijo Sett Ba­drú'l-Budur, sin tomar aliento: “¡Se­guramente moriré si no tengo lo más pronto posible un huevo de pájaro rokh, que habita en la cima más alta del monte Cáucaso!” Y al oír estas palabras Aladino se echó a reír, y dijo: “¡Por Alah, ¡oh mi señora Badrú’l-Budur! si no se trata más que de obtener ese huevo para im­pedir que, mueras, refresca tus ojos! ¡Pero para que yo lo sepa, dime so­lamente qué piensas hacer con el huevo de ese pájaro!” Y Badrú’l-Budur contestó: “¡Es la santa vieja quien acaba de prescribirme que lo mire, como remedio soberanamente eficaz contra la esterilidad de la mujer! ¡Y quiero tenerlo para col­garlo del centro de la bóveda de cris­tal de la sala de las noventa y nueve ventanas!” Y Aladino contestó: “Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi señora Badrú’l-Budur! ¡al instante tendrás ese huevo de rokh!” Al punto dejó a su esposa y fue a encerrarse en su aposento. Y se sa­có del pecho la lámpara mágica, que llevaba siempre consigo desde el te­rrible peligro que hubo de correr por culpa de su negligencia, y la frotó. Y en el mismo momento se apareció ante él el efrit de la lámpa­ra, pronto a ejecutar sus órdenes. Y Aladino le dijo: “¡Oh excelente efrit, que me obedeces merced a las vir­tudes de la lámpara que sirves! ¡te pido que al instante me traigas, para colgarlo del centro de la bóveda de cristal, un huevo del gigantesco pá­jaro rokh, que habita en la cima mas alta del monte Cáucaso!”

Apenas Aladino había pronuncia­do estas palabras, el efrit se convul­sionó de manera espantosa, y le lla­mearon los ojos, y lanzó ante Ala­dino un grito tan amedrentador, que se conmovió el palacio en sus ci­mientos, y como una piedra dispa­rada con honda, Aladino fue pro­yectado contra el muro de la sala de un modo tan violento, que por poco entra su longitud en su anchu­ra. Y le gritó el efrit con su voz poderosa de trueno: “¿Cómo te atre­ves a pedirme eso, miserable Ada­mita? ¡Oh el más ingrato entre las gentes de baja condición! ¡he aquí que ahora, no obstante los servicios que te presté con todo el oído y toda la obediencia, tienes la osadía de or­denarme que vaya a buscar al hijo de rokh, mi amo supremo, para col­garle en la bóveda de tu palacio! ¿Ignoras, insensato, que yo y la lám­para y todas los genni servidores de la lámpara somos esclavos del gran rokh, padre de los huevos? ¡Ah! ¡suerte tienes con estar bajo la salva­guardia de la lámpara que sirvo, y con llevar al dedo ese anillo lleno de virtudes saludables! ¡De no ser así ya hubiera entrado tu longitud en tu anchura!” Y dijo Aladino, estupefacto e inmóvil contra el muro: “¡Oh efrit de la lámpara! ¡por Alah, que no es mía esta petición, sino que se la sugirió a mi esposa Badrú'l-Budur la santa vieja, madre de la fecunda­cion y curadora de la esterilidad!” Entonces se calmó de repente el efrit y recobró su acento acostum­brado para con Aladino, y le dijo: ¡Ah! ¡lo ignoraba! ¡Ah! ¡está bien! ¿conque es esa criatura la que acon­sejó el atentado? ¡Puedes alegrarte mucho, Aladino, de no haber tenido la menor participación en ello! ¡Pues has de saber que por ése medio se quería obtener tu destrucción y la de tu esposa y la de tu palacio. La persona a quien llamas santa vieja no es santa ni vieja, sino un hombre disfrazado de mujer: Y ese hombre no es otro que el propio hermano del maghrebín, tu enemigo extermi­nado. Y se asemeja a su hermano como media haba se asemeja a su hermana. Y ese nuevo enemigo, a quien no conoces, todavía está más versado en la magia y en la perfidia que su hermano mayor. Y cuando, por medio de las operaciones de su geomancia, se enteró de que su her­mano había sido exterminado por ti, y quemado por orden del sultán, padre de tu esposa Badrú'l-Budur, determinó vengarle en todos vosotros, y vino desde el Maghreb aquí dis­frazado de vieja santa para llegar hasta este palacio: ¡Y consiguió in­troducirse en él y sugerir a tu esposa esa petición perniciosa, que es el mayor atentado que se puede reali­zar contra mi amo supremo el rokh! Te prevengo, pues, acerca de sus proyectos pérfidos, a fin de que los puedas evitar. ¡Uassalam!” Y tras de haber hablado así a Aladino, des­apareció el efrit.

Entonces Aladino, en el límite de la cólera, se apresuró a ir a la sala de las noventa y nueve ventanas en busca de su esposa Badrú'l-Budur. Y sin revelarle nada de lo que el efrit acababa de contarle, le dijo: “¡Oh Badrú’l-Budur, ojos míos! An­tes de traerte el huevo del pájaro rokh es absolutamente necesario que oiga yo con mis propios oídos a la santa vieja que te ha recetado ese re­medio. ¡Te ruego, pues, que envíes a buscarla con toda urgencia y que, con pretexto de que no la recuerdas' exactamente, le hagas repetir su prescripción, mientras yo estoy es­condido detrás del tapiz!” Y contestó Badrú’l-Budllr: “¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!” Y al punto envió a buscar a la santa vieja.

En cuanto ésta hubo entrado en la sala de la bóveda de cristal, y cu­bierta siempre con su espeso velo que le tapaba la cara, se acercó a Badrú'l-Budur, Aladino salió de su escondite, abalanzándose a ella con el alfange en la mano, y antes de que ella pudiese decir: “¡Bem!”, de un solo tajo le separó la cabeza de los hombros.

Al ver aquello, exclamó Badrú'l­-Budur, aterrada: “¡Oh mi señor Ala­dino! ¡qué atentado acabas de co­meter!” Pero Aladino se limitó a sonreír, y por toda respuesta se in­clinó, cogió por el mechón central la cabeza cortada, y se la mostró a Badrú’l-Budur. Y en el límite de la estupefacción y del horror, vio ella que la tal cabeza, excepto el me­chón central, estaba afeitada como la de los hombres, y que tenía el ros­tro prodigiosamente barbudo. Y sin querer asustarla más tiempo Aladi­no le contó la verdad con respecto a la presunta Fatmah, falsa santa y falsa vieja, y concluyó: “¡Oh Badrú'lB­udur. ¡demos gracias a Alah, `que nos ha librado por siempre de nues­tros enemigos!” Y se arrojaron am­bos en brazos uno de otro, dando gracias a Alah por sus favores.

Y desde entonces vivieron una vi­da muy feliz con la buena vieja, ma­dre de Aladino, y con el sultán, pa­dre de Badrú’l-Budur. Y tuvieron dos hijos hermosos corno lunas. Y a la muerte del sultán, reinó Aladi­no en el reino de la China. Y de nada careció su dicha hasta la lle­gada inevitabe de la Destructora de delicias y Separadora de amigos.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19