西语阅读:《一千零一夜》连载六(2)

网络资源 Freekaoyan.com/2008-04-17

Cuando escuchó Giafar las pala­bras del joven, se alegró por sí propio, pero compadecióse del man­cebo. Y hubo de pedirle explicacio­nes más detalladas; pero de súbito un anciano venerable separó a la gente, se acercó muy de prisa a Giafar y, al joven, les saludó; y les dijo: ¡Oh visir! no hagas caso de las palabras de este mozo, pues yo soy el único asesino de la joven, y en mí solo tienes que vengarla.” Pero el joven repuso: “¡Oh visir! este viejo jeique no sabe lo que se dice. Te repito que, yo soy quien la mató, debiendo ser, por tanto, el único, a quien se castigue.”. Entonces el jeique exclamó: “¡Oh hijo mío! todavía eres joven y debes vivir; pero yo, que soy viejo y, estoy can­sado del mundo, te serviré de rescate a ti, al visir y a sus primos. Repito que el asesino soy yo, Y conmigo se debe usar de represalias.”

Entonces, Giafar, con el consen­timiento del capitán de guardias, se llevó al joven y al anciano, y subió con ellos al aposento del califa. Y le dijo: “¡Oh Emir de los Creyentes! aquí tienes al asesino de la joven.” Y el califa preguntó: “¿En dónde está?” Giafar dijo: “Este joven afir­ma que es el matador, pero este anciano lo desmiente y asegura que el asesino es él.” Entonces el califa contempló al jeique y al mozo, y les dijo: “¿Cuál de vosotros. dos ha matado a la joven?'' Y el mancebo respondió: “¡Fui yo!” Y el jeique dijo: “¡No; fui yo solo!” El califa, sin preguntar más, dijo a Giafar entonces: “Llévate a los dos y cru­cifícalos,” Pero Giafar hubo de repli­carle: “Si sólo uno es el criminal, castigar al otro constituye una gran injusticia.” Y entonces el joven exclamo: “¡Juro por Aquel que levantó los cielos hasta la altura que están y extendió la tierra en la profun­didad que ocupa, que soy el único que asesino a la joven! Oid las prue­bas.” Y describió el hallazgo; cono­cido sólo por el califa, Giafar y. Massrur. Y con esto el califa se convenció de la culpabilidad del joven, y llegando al límite dei asom­bro, le dijo: “¿Y porqué has come­tido esa muerte? ¿Por qué la confie­sas antes de que te obliguen a hacerlo a palos? ¿Por qué pides de este modo el castigo?” Entonces dijo el mancebo:

“Sabe, ¡oh Príncipe de los Cre­yentes! que esa joven era mi esposa, hija de este jeique, que es mi suegro. Me casé siendo ella todavía virgen, y Alah me ha concedido tres hijos varones. Y mi mujer me amó y me sirvió siempre, sin que tuviese yo que motejarla nada reprensible.

Hace dos meses cayó gravemente enferma, y llamé en seguida a los médicos mas sabios, que no tardaron en curarla ¡con ayuda de Alah! Al cabo de un mes empezó a hallarse mejor y quiso ir al baño. Antes, de salir de casa, me dijo:. “Antes de entrar en el hammam, desearía sa­tisfacer un antojo.” Y le pregunté: ¿Qué antojo es ese?” Y me contes­tó: “Tengo ganas de una manzana para olerla y darle un bocado.” Inmediatamente me fui a la calle a comprar la manzana, aunque me costara un dinar de oro. Y recorrí todas las fruterías, pero en ninguna había manzanas. Y regresé a casa muy triste, sin atreverme a ver a mí mujer, y pasé toda la noche pen­sando en la manera de lograr una manzana. Al amanecer salí de nuevo de mi casa y recorrí todos los huer­tos, uno por uno, y árbol por árbol, sin hallar nada. Y he aquí que en el camino me encontré con un jardi­nero, hombre de edad, al que le consulté sobre lo de las manzanas. Y me dijo: “¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna parte cómo no sea en Bassra; en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te será fácil conse­guirlas; pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa.”

Entonces volví junto a mi esposa, contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió a preparar el viaje. Y salí, y empleé quince días completos, noche y día, para ir a Bassra, y regresar favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas compradas al jardinero del huerto de Bassra por tres dinares.

Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí a mi esposa, pero al verlas ni dio muestras de alegría ni las probó, dejándolas, indiferente, a un lado. Observé entonces que durante mi ausencia la calentura se había vuelto a cebar en mi mujer muy violentamente y seguía atormentán­dola; y estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero gracias a Alah; recobró la salud, y entonces pude salir y marchar a mi tienda para comprar y vender.

Pero he aquí que una tarde estaba yo sentado a la vuerta de mi tienda, cuando pasó por allí un negro, que llevaba en la mano una manzana: Y le dije: “¡Eh, buen amigo! ¿de dón­de has sacado esa manzana, para que yo pueda comprar otras iguales?” Y el negro se echó a reir, y me contestó: “Me la ha regalado mi amante. He ido a su casa, después de algún tiempo que no la había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas, y al interrogarla, me ha dicho: “Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cor­nudo de mi esposo ha ido a Bassra expresamente a comprármelas, y le han costado tres dinares de oro.” Y en seguida me dio ésta que llevo en la mano.”

Al oir tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se obscu­recía; cerré la tienda a toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el camino toda la razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y efecti­vamente, la tercera manzana no esta­ba ya allí. Y pregunté a mi esposa: “¿En dónde está la otra manzana?” Y me contestó: “No sé que ha sido de ella.” Esto era una comproba­ción de las palabras del negro. En­tonces me abalancé sobre ella, cuchi­llo en mano, y apoyando en su vien­tre mis rodillas, la cosí a cuchilladas. Después le corté la cabeza y los miembros, lo metí todo apresurada­mente en la banasta, cubriéndolo con el velo y el tapiz, y guardándolo en el cajón, que clavé yo mismo. Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo arrojé en el Tigris con mis propias manos.

¡Por eso, ¡oh Emir de las Creyen­tes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo a mi crimen, pues me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!

La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vio, pude volver a casa. Y encontré a mi hijo mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le pregunté: “¿Por qué lloras?” Y él me contestó: “Porque he cogido una de las manzanas que tenía mi madre, y al bajar a jugar con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy grande y me la quitó, diciendo: “¿De dónde has sacado esta manzana?” Y le contesté: “Es de mi padre, que se fue y se la trajo a mi madre con otras dos, com­pradas por tres dinares en Bassra. Porque mi madre está enferma.” Y a pesar de ello, el negro no me la devolvió sino que me dio un golpe y se fue con ella. ¡Y ahora tengo miedo de que la madre me pegue por lo de la manzana!”

Al oir estas palabras del niño, comprendí que el negro había men­tido respecto a la hija de mi tío, y por tanto, ¡que yo había matado a mi esposa injustamente!

Entonces empecé a derramar abun­dantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que está aquí conmigo. Y le conté la triste histo­ria. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y no cesamos de llorar juntos hasta media noche. E hicimos que duraran cinco días las ceremonias fúnebres. Y aun hoy seguimos lamentando esa muerte.


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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19