西语阅读:《一千零一夜》连载十五

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PERO CUANDO LLEGÓ LA 28a NOCHE

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que el médico judío continuó de este modo la historia del joven: “El corredor, al ver que el joven no conocía el valor del collar, y se explicaba de aquel modo, compren­dió en seguida que lo había robado o se lo había encontrado, cosa que debía aclararse. Cogió, pues, el collar, y se lo llevó al jefe de los corredores del zoco, que se hizo cargo de él en seguida, y fue en busca del walí de la ciudad, a quien dijo: “Me habían robado este collar, y ahora hemos dado con el ladrón, que es un joven vestido como los hijos de los mercaderes, y está en tal parte, en casa de tal corredor.”

Y mientras yo aguardaba al corre­dor con el dinero, me vi rodeado y apresado por los guardias, que me llevaron a la fuerza a casa del walí. Y el walí me hizo preguntas acerca del collar, y yo le conté la misma historia que al corredor. Entonces el walí se echó a reír, y me dijo: “Ahora te enseñaré el precio de ese collar.” E hizo una seña a sus guar­dias, que me agarraron, me desnu­daron, y me dieron tal cantidad de palos y latigazos, que me ensangren­taron todo el cuerpo. Entonces, lleno de dolor, les dijo: “¡Os diré la ver­dad! ¡Ese collar lo he robado!” Me pareció que esto era preferible a declarar la terrible verdad del asesi­nato de la joven, pues me habrían sentenciado a muerte v me habrían ejecutado, para castigar el crimen.

Y apenas me había acusado de tal robo, me asieron del brazo y me cor­taron la mano derecha, como a los ladrones, y me sumergieron el brazo en aceite hirviendo para cicatrizar la herida. Y caí desmayado de dolor. Y me dieron de beber una cosa que me hizo recobrar los sentidos. En­tonces recogí mi mano cortada y re­gresé a mi casa.

Pero al llegar a ella, el propietario, que se había enterado de todo, me dijo: “Desde el momento que te has declarado culpable de robo y de hechos indignos, no puedes seguir viviendo en mi casa. Recoge, pues, lo tuyo y ve a buscar otro aloja­miento.” Yo contesté: “Señor, dame dos o tres días de plazo para que pueda buscar casa.” Y él me dijo: “Me avengo a otorgarte ese plazo.” Y dejándome, se fue.

En cuanto a mí, me eché al suelo, me puse a llorar, y decía: “¡Cómo he de volver a Mossul, mi país natal; cómo he de atreverme a mirar a mi familia, después que me han cor­tado una mano! ... Nadie me creerá cuando diga que soy inocente. No puedo hacer más que entregarme a la voluntad de Alah, que es el único que puede procurarme un medio de salvación.”

Los pesares y las tristezas me pu­sieron enfermo, y no pude ocuparme en buscar hospedaje. Y al tercer día, estando en el lecho, vi invadida mi habitación por los soldados del gober­nador de Damasco, que venían con el amo de la casa y el jefe de los corredores. Y entonces el amo de la casa me dijo: “Sabe que el walí ha comunicado al gobernador gene­ral lo del robo del collar. Y ahora resulta que el collar no es de este jefe de los corredores, sino del mis­mo gobernador general, o mejor dicho, de una hija suya, que desapa­reció también hace tres años. Y vienen para prenderte.”

Al oír esto, empezaron a temblar todos mis miembros y coyunturas, y me dije: “Ahora sí que me conde­nan a muerte sin remisión. Más vale declarárselo todo al gobernador gene­ral. El será el único juez de mi vida o de mi muerte.” Pero ya me habían cogido y atado, y me llevaban con una cadena al cuello a presencia del gobernador general. Y nos pusieron entre sus manos a mí y al jefe de los corredores. Y el gobernador, mirándome, dijo a los suyos: “Este joven que me traéis no es un ladrón, y le han cortado la mano injusta­mente. Estoy seguro de ello. En cuanto al jefe de los corredores, es un embustero y un calumniador. ¡Apoderaos de él y metedlo en un calabozo!” Después el gobernador dijo al jefe de los corredores: “Vas a indemnizar en seguida a este joven por haberle cortado la mano; si no, mandaré que te ahorquen y confis­caré todos tus bienes, corredor mal­dito.” Y añadió, dirigiéndose a los guardias: “¡Quitádmelo de delante, y salid todos!” Entonces el gober­nador y yo nos quedamos solos. Pero ya me habían libertado de la argolla del cuello, y tenía también los brazos libres.

Cuando todos se marcharon, el gobernador me miró con mucha las­tima y me dijo; “¡Oh hijo mío! Ahora vas a hablarme con franqueza, diciéndome toda la verdad, sin ocul­tarme nada. Cuéntame, pues, cómo llegó este collar a tus manos.” Yo le contesté: “¡Oh mi señor y sobe­rano! Te diré la verdad.” Y le referí cuanto me había ocurrido con la primera joven, cómo ésta me había proporcionado y traído a la casa a la segunda joven, y cómo, por últi­mo, llevada de los celos, había sacri­ficado a su compañera. Y se lo conté con todos sus pórmenores. Pero no hay utilidad en repetirlas.


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