西语阅读:《一千零一夜》连载十六(2)

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Pero yo volví a caer enfermo con mayor gravedad, y dejé de comer y beber.

Sin embargo, la vieja, como me había ofrecido, volvió a mi casa a los pocos días, y su cara resplan­decía, y me dijo sonriendo: “Vamos, hijo, ¡dame albricias por las buenas nuevas que te traigo!” Y al oírlo, sentí tal alegría que me volvió el alma al cuerpo, y dije enseguida a la anciana: “Ciertamente, buena madre, te deberé el mayor benefi­cio.” Entonces ella me dijo: “Volví ayer a casa de la joven. Y cuando me vio muy triste y abatida y con los ojos arrasados en lágrimas, me preguntó: ¡Oh mísera! ¿por qué está tan oprimido tu pecho? ¿Qué te pasa?” Entonces se aumentó mi llan­to, y le dije: “¡Oh hija mía y señora! ¿no recuerdas que vine a hablarte de un joven apasionadamente pren­dado en tus encantos? Pues bien: hoy está para morirse por culpa tuya.” Y ella, con el corazón lleno de lás­tima, y muy enternecida, preguntó: “¿Pero quién es ese joven de que me hablas?” Y yo le dije: “Es mi propio hijo, el fruto de mis entrañas. Te vio hace algunos días, cuando estabas reganda las flores, y pudo admirar un momento los encantos de tu cara, y él, que hasta ese momento no quería ver ninguna mujer y se horrorizaba de tratar con ellas, está loco de amor por ti. Por eso, cuando le conté la mala acogida que me hiciste, recayó grave­mente en su enfermedad. Y ahora acabo de dejarle tendido en los almohadones de su lecho, a punto de rendir el último suspiro al Crea­dor. Y me temo que no haya espe­ranza de salvación para él.” A estas palabras palideció la joven, y me dijo: “¿Y todo eso es por causa mía?” Yo le contesté: “¡Por Alah, que así es! ¿Pero qué piensas hacer ahora? Soy tu sierva, y pondré tus órdenes sobre mi cabeza y sobre mis ojos.” Y la joven: me dijo: “Ve enseguida a su casa, y transmítele de mi parte el saludo, y dile que me causa mucho dolor su pena. Y en seguida le dirás que mañana vier­nes, antes de la plegaria, le aguar­do aquí. Que venga a casa, y ya diré a mi gente que le abran la puer­ta, y le haré subir a mi aposento, y pasaremos juntos toda una hora. Pero tendrá que marcharse antes de que mi padre vuelva de la oración.”

Oídas las palabras de la anciana, sentí que recobraba las fuerzas y que se desvanecían todos mis pade­cimientos y descansaba mi corazón. Y saqué del ropón una bolsa repleta de dinares y rogué a la anciana que le aceptase: Y la vieja me dijo: “Ahora reanima tu corazón y ponte alegre.” Y yo le contesté: “En verdad que se acabó mi mal.” Y en efecto, mis parientes notaron bien pronto mi curación, y llegaron al colmo de la alegría, lo mismo que mis amigos.

Aguardé, pues, de este modo hasta el viernes, y entonces vi llegar a la vieja. Y en seguida me levanté, me puse mi mejor traje, me perfumé con esencia de rosas, e iba a correr a casa de la joven, cuando la anciana me dijo: “Todavía queda mucho tiempo. Más vale que entretanto vayas al hammam a tomar un buen baño y que te den masaje, que te afeiten y depilen, puesto que ahora sales de una enfermedad. Veras qué bien te sienta.” Y yo respondí: “Ver­daderamente, es una idea acertada. Pero mejor será llamar a un barbero, para que me afeite la cabeza, y después podré ir a bañarme al ham­mam.

Mandé entonces a un sirviente que fuese a buscar a un barbero, y le dije, “Ve en seguida al zoco y busca un barbero que tenga la mano ligera, pero sobretodo que sea prudente y discreto,, sobrio en palabras y nada curioso, que no me rompa la cabeza con su charla, coma hacen la mayor parte de los de su profesión. Y mi servidor salió a escape y me trajo un barbero viejo.

Y el barbero era ese maldito que veis delante de vosotros, ¡oh mis señores!

Cuando entró, me deseó la paz, y yo correspondí a su saludo de paz. Y me dijo: “¡Que Alah aparte de ti toda desventura, pena, zozobra, dolor y adversidad!” Y contesté: “¡Ojalá atienda Alah tus buenos deseos!” Y prosiguió: “He aquí que te anuncio la buena nueva, ¡oh mi señor! y la renovación de tus fuerzas y tu salud. ¿Y qué he de hacer ahora? ¿Afei­tarte o sangrarte? Pues no ignoras que nuestro gran Ibn-Abbas dijo: “El que se corta el pelo el día del viernes alcanza el favor de Alah, pues aparta de él setenta clases de calamidades.” Y el mismo Ibn-Abbas ha dicho: “Pero el que se sangra el viernes o hace que le apliquen ese mismo día ventosas escarificadas, se expone a perder la vista y corre el riesgo de coger todas las enfermeda­des.” Entonces le contesté: “¡Oh jeique! basta ya de chanzas; levántate en seguida para afeitarme la cabeza, y hazlo pronto, porque estoy débil y no puede hablar ni aguardar mu­cho.”

Entonces se levantó y cogió un paquete cubierto con un pañuelo, en que debía llevar la bacía, las navajas y las tijeras; lo abrió, y sacó, no la navaja, sino un astrolabio de siete facetas. Lo cogió, se salió al medio del patio de mi casa, levantó gravemente la cara hacia el sol, lo miró atentamente, examinó el astro­labios, volvió, y me dijo: “Has de saber que este viernes es el décimo día del mes de Safar del año 763 de la hégira de nuestro Santo Profeta; ¡vayan a él la paz y las mejores ben­diciones! Y lo sé por la ciencia de los números, la cual me dice que este viernes coincide con el preciso momento en que se verifica la con­junción del planeta Mirrikh con el planeta Hutared por siete grados y seis minutos. Y esto viene a demos­trar que el afeitarse hoy la cabeza es una acción fausta y de todo punto admirable. Y claramente me indica también que tienes la intención de celebrar una entrevista con una per­sona cuya suerte se me muestra como muy afortunada. Y aún podría con­tarte más casas que te han de suce­der, pero son cosas que debo ca­llarlas.”

Yo contesté: “¡Por Alah! Me aho­gas con tanto discurso y me arrancas el alma. Parece también que no sepas más que vaticinar cosas desagrada­bles. Y yo sólo te he llamado para que me afeites la cabeza. Levántate, pues, y aféitame sin más discursos.” Y el barbero replicó: “¡Por Alah! Si supieses la verdad de las cosas, me pedirías más pormenores y mas prue­bas. De todos modos, sabe que, aun­que soy barbero; soy algo más que barbero. Pues además de ser el bar­bero más reputado de Bagdad, co­nozco admirablemente, aparte del arte de la medicina, las plantas y los medicamentos, la ciencia de los as­tros, las reglas de nuestro idioma, el arte de las estrofas y de los versos, la elocuencia, la ciencia de: los nú­meros, la geometría, el álgebra, la filosofía, la arquitectura, la historia y las tradiciones de todos los pue­blos de la tierra. Por eso tengo mis motivos para aconsejarte, ¡oh mi se­ñor! que hagas, exactamente lo que dispone el horóscopo que acabo de obtener gracias a mi ciencia y al examen de los cálculos astrales. Y da gracias a Alah, que me ha traído a tu casa, y no me desobedezcas, porque sólo te aconsejo tu bien por el interés que me inspiras. Ten en cuenta que no te pido mas que ser­virte un año entero sin ningún sala­rio. Pero no hay que dejar de re­conocer, a pesar de todo, que soy un hombre de bastante mérito y que me merezco esta justicia.”

A estas palabras le respondí: “Eres un verdadero asesino, que te has pro­puesto volverme loco y matarme de impaciencia.”

  En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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    本站小编 Free壹佰分学习网 2022-09-19