PERO CUANDO LLEGÓ LA 30a NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el kadí, sorprendido, repuso: “¿Qué ha hecho vuestro amo para que yo le mate?' ¿Y por qué está entre vosotros ese barbero que chilla y se revuelve como un asno?” Entonces el barbero exclamó: “Tú eres quien ha matado a palos a mi amo, pues yo estaba en la calle y oí sus gritos.” Y el kadí contestó: “¿Pero quién es tu amo? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién lo ha traído aquí?” Y el barbero dijo: “Malhadado kadí, no té hagas el tonto, pues sé toda la historia, la entrada de mi amó en tu casa y todos los demás pormenores. Sé, y ahora quiero que todo el mundo lo sepa, que tu hija está prendada de mi amo, y mi amo la corresponde. Y le he acompañado hasta aquí. Y tú lo has sorprendido con tu hija, y lo has matado a palos, sin ayuda de tu servidumbre. Y yo te voy a obligar, ahora mismo a que vengas conmigo al palacio de nuestro único juez, el califa, como no prefieras devolvemos inmediatamente a nuestro amo, indemnizarle de los malos tratos que le has hecho sufrir y entregárnoslo sano y salvo, a mí y a sus parientes Si no, me obligarás a entrar a viva fuerza en tu casa para libertarlo. Apresúrate pues, a entregárnoslo.”
Al oír estas palabras, el kadí quedó cortado y lleno de confusión y de vergüenza ante toda aquella gente que estaba escuchando. Pero de todos modos, volviéndose hacia el barbero, le dijo: “Si no eres un embaucador, te autorizo para que entres en mi casa y busques a tu amo por donde quieras, y lo libertes.” Entonces el barbero se precipitó dentro de la casa.
Y yo, que asistía a todo esto detrás de una celosía, cuando vi que el barbero había entrado en la casa; quise huir inmediatamente. Pero por más que buscaba escaparme, no hallé ninguna salida que no pudiese ser vista por la gente de la casa o no la pudiese utilizar el barbero. Sin embargo, en una de las habitaciones encontré un cofre enorme que estaba vacío, y me apresuré a esconderme en él, dejando caer la tapa. Y allí me quedé bien quieto, conteniendo la respiración.
Pero el barbero, después de rebuscar por toda la casa, entró en aquel cuarto, y debió mirar a derecha e izquierda y ver el cofre. Entonces, el maldito comprendió que yo estaba dentro, y sin decir nada, lo cogió, se lo cargó a hombros y buscó a escape la salida,, mientras que yo me moría de miedo. Pero dispuso la fatalidad que el populacho se empeñase en ver lo que había en el cofre, y de pronto levantaron la tapa. Y yo, no pudiendo soportar aquella vergüenza, me levanté súbitamente y me tiré al suelo, pero con tal precipitación, que me rompí una pierna, y desde entonces estoy cojo. Y luego sólo pensé en escapar y esconderme, y como me vi entre una muchedumbre tan extraordinaria, me puse a echar puñados de monedas, y mientras se detuvieron a recoger el oro, me escurrí y escapé lo más aprisa que pude. Y así recorrí las calles más oscuras y más apartadas. Pero juzgad cuál sería mi temor cuando de pronto vi al barbero detrás de mí. Y decía a gritos: “¡Oh buenas gentes! ¡Gracias a Alah que he encontrado a mi amo!” Después, sin dejar de correr detrás de mí, me dijo: “¡Oh mi señor! `Ya ves ahora cuán mal hiciste en obrar con impaciencia y sin atender a mis consejos, porque, según has podido comprobar; no eres hombre de muchas luces, pues eres muy arrebatado y hasta algo simple. Pero señor, ¿adónde corras así? ¡Aguárdame!” Y yo, que no sabía ya cómo deshacerme de aquella calamidad a no ser por la muerte, me paré y le dije: “¡Oh barbero! ¿No te basta con haberme puesto en el estado en que me ves? ¿Quieres, pues, mi muerte?”
Pero al acabar de hablar vi abierta delante de mí
El mercader me interrogó entonces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me dejara en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver a mi casa por miedo a que me persiguiese otra vez ese barbero de betún.
Pero por la gloria de Alah, mi pierna acabó de curarse. Entonces cogí todo el dinero que me quedaba, mandé llamar a testigos y escribí un testamento, en virtud del cual legaba a mis parientes el resto de mi fortuna, mis bienes y mis propiedades después de mi muerte, y elegí a una persona de confianza para que administrase todo aquello, encargándole que tratase bien a todos los. míos, grandes y pequeños. Y para perder de vista definitivamente a este barbero maldito decidí salir de Bagdad y marcharme a cualquiera otra parte, donde no corriese riesgo de encontrarme cara a cara con mi enemigo, Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar día y noche hasta, que llegué a este país, donde creía haberme librado de mi perseguidor. Pero ya veis que todo fue trabajo perdido, ¡oh mis señores! pues me lo acabo de encontrar entre vosotros, en este banquete a que me, habéis invitado.