西语阅读:《一千零一夜》连载十七(4)

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Entonces, no pudiendo reprimir­me, exclamé violentamente: “¡Oh tú el más maldito de los verdugos! ¿Vas a acabar de una vez con esa infame manía de hablar?” Y el barbero con­sintió en callar un momento, cogió de nuevo la navaja, y por fin acabó de afeitarme la cabeza. Y a todo esto, ya hacía rato que había llegado la hora de la plegaria. Y para que el barbero se marchase, le dije: “Ve a casa de tus amigos a llevarles esos manjares y bebidas, que yo te pro­meto aguardar tu vuelta para que puedas acompañarme a esa cita.” E insistí mucho, a fin de convencer­lo. Y entonces me dijo: “Ya veo que quieres engañarme para desha­certe de mí y marcharte solo. Pero sabe que te atraerás una serie de calamidades de las que no podrás salir ni librarte. Te conjuro, pues, por interés tuyo, a que no te vayas, hasta que yo vuelva, para acompa­ñarte y saber en qué para tu aventu­ra.” Yo le dije: “Sí, pero ¡por Alah! no tardes mucho en volver.” Entonces el barbero me rogó que le ayudara a echarse a cuestas todo lo que le había regalado, y a ponerse encima de la cabeza las dos grandes, bandejas de dulces, y salió cargado de este modo. Pero apenas se vio fuera el maldito, cuando llamó a dos ganapanes, les entregó la carga, les mandó que la llevasen a su casa, y se emboscó en una calleja, ace­chando mi salida.

En cuanto a mí, apenas desapare­ció el barbero, me lavé lo más de prisa posible, me puse la mejor ropa, y salí de mi casa. E inmediatamente oí la voz de los muezines, que lla­maban a los creyentes a la oración aquel santo día viernes:

¡Bismillahi'rramani'rrahim! ¡En nom­bre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso!

¡Loor a Alah, Señor de los hombres, Clemente y Misericordiosa!

¡Supremo soberano, Arbitro absoluto el día de la Retribución!

¡A ti adoramos, tu socorro implora­mos!

¡Dirígenos par el camino recto,

Por el camino de aquellos a quienes colmaste de beneficios,

Y no por el camino de aquellos que incurrieron en tu cólera, ni de los que se han extraviado!

Al verme fuera de casa, me dirigí apresuradamente a la de la joven. Y cuando llegué a la puerta del kadí, instintivamente volví la cabeza y vi al maldito barbero a la entrada del callejón. Pero como la puerta estaba entornada, esperando que yo llegase, me precipité dentro y la cerré en seguida. Y vi en el patio a la vieja, que me guió al pisa alto, donde estaba la joven.

Pero apenas había entrado, oímos gente que venía por la calle. Era el kadí, que, con su séquito, volvía de la oración. Y vi en la esquina al barbero, que seguía aguardándome. En cuanto al kadí, me tranquilizó la joven, diciéndome que la visitaba pocas veces, y que ademas siempre se encontraría medio de ocultarme.

Pero, por mi desgracia, había dis­puesto Alah que ocurriera un inci­dente, cuyas consecuencias hubieron de serme fatales. Se dio la coinci­dencia de que precisamente aquel día una de las esclavas del kadí hubiese merecido un castigo. Y el kadí, en cuanto entró, se puso a apa­learla, y debía pegarle muy recio, porque la esclava empezó a dar ala­ridos. Y entonces uno de los negros de la casa intercedió por ella; pero, enfurecido el kadí, le dio también de palos, y el negro empezó a gritar. Y se armó tal tumulto, que alborotó toda la calle, y el maldito barbero creyó que me habían sorprendido y que era yo quien chillaba. Entonces comenzó a lamentarse, y se desgarró la ropa, se cubrió de polvo la ca­beza y pedía socorro a los transeún­tes que empezaban a reunirse a su alrededor. Y llorando decía:' “¡Aca­ban de asesinar a mi amo en la casa del kadí!” Después, siempre chillan­do, corrió a mi casa seguido de la multitud, y avisó a mis criados, que en seguida se armaron de garrotes y corrieron hacia la casa del kadí, vociferando y alentándose mutua­mente. Y llegaron todos, con el bar­bero a la cabeza. Y el barbero seguía destrozándose la ropa y gritando a voz en cuello delante de la puerta del kadí, junto adonde yo estaba.

Y cuando el kadí oyó este tumul­to, miró por una ventana y vio a todos aquellos energúmenos que gol­peaban su puerta con los palos, Entonces, juzgando que la cosa era bastante grave, bajó, abrió la puerta y preguntó: “¿Qué pasa, buena gen­te?” Y mis criados le dijeron: “¿Eres tú quien ha matado a nuestro amo?” Y él repuso: “¿Pero quién es vuestro amo, y qué ha hecho para que yo le mate?...

  En esté momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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