Al ver aquello, Aladino, que no era valeroso, quedó muy aterrado; y en cualquier otro sitio o en cualquier otra circunstancia hubiera caído desmayado o hubiera procurado escapar. Pero en aquella cueva, donde ya se creía muerto de hambre y de sed, la intervención de aquel espantoso efrit parecióle un gran socorro, sobre todo cuando oyó la pregunta que le hacía. Y al fin pudo mover la lengua y contestar: “¡Oh gran jeique de los efrits del aire, de la tierra y del agua, sácame de esta cueva!”
Apenas había él pronunciado estas palabras, se conmovió y se abrió la tierra por encima de su cabeza, y en un abrir y cerrar de ojos sintióse transportado fuera de la cueva, en el mismo paraje donde encendió la hoguera el maghrebín. En cuanto al efrit, había desaparecido.
Entonces, todo tembloroso de emoción todavía, pero muy contento por verse de nuevo al aire libre, Aladino dio gracias a Alah el Bienhechor que le había librado de una muerte cierta y le había salvado de las emboscadas del maghrebín. Y miró en torno suyo y vio a lo lejos la ciudad en medio de sus jardines. Y le apresuró a desandar el camino por donde le había conducido el mago, dirigiéndose al valle sin volver la cabeza atrás ni una sola vez. Y extenuado y falto de aliento, llegó ya muy de noche a la casa en que le esperaba su madre lamentándose, muy inquieta por su tardanza. Y corrió ella a abrirle, llegando a tiempo para acogerle en sus brazos, en los que cayó el joven desmayado, sin poder resistir más la emoción.
Cuando a fuerza de cuidados volvió Aladino de su desmayo, su madre le dio a beber de nuevo un poco de agua de rosas. Luego, muy preocupada, le preguntó qué le pasaba. Y contestó Aladinó: “¡Oh madre mía, tengo mucha hambre! ¡Te ruego, pues, que me traigas algo de comer, porque no he tomado nada desde esta mañana!” Y la madre de Aladino corrió a llevarle lo que había en la casa. Y Aladino se puso a comer con tanta prisa, que su madre le dijo, temiendo que se atragantara: “¡No te precipites, hijo mío, que se te va a reventar la garganta! ¡Y si es que comes tan deprisa para contarme cuan antes lo que me tienes que contar, sabe que tenemos por nuestro todo el tiempo! ¡Desde el momento en que volví, a verte estoy tranquila, pero Alah sabe cuál fue mi ansiedad cuando notó que avanzaba la noche sin que estuvieses de regreso!” Luego se interrumpió para decirle: “¡Ah hijo mío! ¡moderate, por favor, y coge trozos más pequeños!” Y Aladino, que había devorado en un momento todo lo que tenía delante, pidió de beber, y cogió el cantarillo de agua y se lo vació en la garganta sin respirar. Tras de lo cual se sintió satisfecho, y dijo a su madre: “¡Al fin voy a poder contarte ¡oh madre mía! todo lo que me aconteció con el hombre a quien tú creías mi tío, y que me ha hecho ver la muerte a dos dedos de mis ojos! ¡Ah! ¡tú no sabes que ni por asomo era tío mío ni hermano de mi padre ese embustero que me hacía tantas caricias y me besaba tan tiernamente, ese maldito maghrebín, ese hechicero, ese mentiroso, ese bribón, ese embaucador, ese enredador, ese perro, ese sucio, ese demonio que no tiene par entre los demonios sobre la faz de la tierra!, ¡Alejado sea el Maligno!” Luego añadió: “¡Escucha ¡oh madre! lo que me ha hecho!” Y dijo todavía: “¡Ah! ¡qué contento estoy de haberme librado de sus manos!” Luego se detuvo un momento, respiró con fuerza, y de repente, sin tomar ya más aliento, contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, incluso, la bofetada, la injuria y lo demás, sin omitir un solo detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.
Y cuando hubo acabado su relato se quitó el cinturón y dejó caer en el colchón que había en el suelo la maravillosa provisión de frutas transparentes y coloreadas que hubo de coger en el jardín. Y también cayó la lampara en el montón, entre bolas de pedrería.
Y añadió éí para terminar: “¡Esa es ¡oh madre! mi aventura con el mago maldito, y aquí tienes lo que me ha reportado mi viaje al subterráneo!” Y así diciendo, mostraba a su madre las bolas maravillosas, pero con un aire desdeñoso que sigmficaba: “¡Ya no soy un niño para jugar con bolas de vidrio!”
Mientras estuvo hablando su hijo Aladino la madre le escuchó; lanzando, en los pasajes más sorprendentes o más conmovedores del relato, exclamaciones de cólera contra, el mago y de conmiseración para Aladino. Y no bien acabó de contar él tan extraña aventura, no pudo ella reprimirse más, y .se desató en injurias contra el maghrebín, motejándole con todos los dicterios que para calificar la conducta del agresor puede encontrar la cólera de una madre que, ha estado a punto de perder a su hijo. Y cuando se desahogó un poco, apretó contra su pecho a su hijo Aladino y le besó llorando, y dijo: “¡Demos gracias a Alah ¡oh hijo mío! que te ha sacado sano y salvo de manos de ese hechicero maghrebín! ¡Ah traidor, maldito! ¡Sin duda quiso tu muerte por poseer esa miserable lámpara de cobre que no vale medio dracma! ¡Cuánto le detestó! ¡Cuánto abomino de él! ¡Por fin te recobré, pobre niño mío, hijo mío Aladino! ¡Pero qué peligros no corriste por culpa mía, que debí adivinar, no obstante, en los ojos bizcos de ese maghrebín; que no era tío tuyo ni nada allegado, sino un mago maldito y un descreido!”
Y así diciendo, la madre se sentó en el colchón con su hijo Aladino, y le estrechó contra ella y le besó y le meció dulcemente. Y Aladino, que no había dormido desde hacía tres días, preocupado por su aventura con el maghrebín, no tardó en cerrar los ojos y en dormirse en las rodillas de su madre, halagado por el balanceo. Y le acostó ella en el colchón con mil precauciones, y no tardó en acostarse y en dormirse también junto a él.
Al día siguiente, al despertarse...
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 742 NOCHE
Ella dijo:
Al día siguiente, al despertarse, empezaron por besarse mucho, y Aladino dijo a su madre que su aventura le había corregido para siempre de la travesura y haraganería, y que-en lo sucesivo buscaría trabajo como un hombre. Luego, como aun teía hambre, pidió el desayuno; y su madre le dijo: “¡Ay hijo mío! ayer por la noche te di todo lo que había en casa, y ya no tengo ni un pedazo de pan. ¡Pero ten un poco de paciencia y aguarda a que vaya a vender el poco de algodón que hube de hilar estos últimos días, y te compraré algo con el importe de la venta!” Pero contestó Aladino: “Deja el algodón para otra vez, ¡oh madre! y coge hoy esta lámpara vieja que me traje del subterráneo, y ve a venderla al zoco de los mercaderes de cobre. ¡Y probablemente sacarás, por ella algún dinero que nos permita pasar todo el día!” Y contestó la madre de Aladino: “¡Verdad dices, hijo mío! ¡y mañana cogeré las bolas de vidrio que trajiste también de ese lugar maldito, e iré a venderlas en el barrio de los negros, que me las comprarán a más precio que los nmercaderes de oficio!”